Por Aldo Torres Baeza
En Bulgaria, un tipo llamado Dinko Valev se convirtió en
celebridad mundial después de publicarse imágenes que lo muestran arriba de un
caballo persiguiendo a inmigrantes aterrados, mujeres y niños incluidos.
¡Bulgaria es para los búlgaros!, les gritaba. En Alemania, el movimiento Pegida
(Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) lunes a lunes congrega
a miles de personas en las calles reproduciendo consignas en contra de los
inmigrantes y el islam.
Es cierto: la guerra es la continuación de la política por
otros medios; los partidos políticos son depositarios de los mismos
sentimientos y frustraciones que luego encienden la guerra. Alternativa para
Alemania (FfD), partido político que representa el sentimiento
anti-inmigrantes, anti-islamismo y la xenofobia, fue el único que aumentó sus
preferencias en las últimas elecciones en Alemania, marcando un evidente giro
del electorado hacia la derecha.
Probablemente, su heterogeneidad ideología -el partido fue
fundado por miembros del FDP (centro-derecha liberal), CDU (derecha), y Die
Linke (izquierda)-, explique su auge. Pero, por sobre todo, se explica porque
logran canalizar el odio a “el otro”. La receta de siempre: apelar a los
sentimientos en respuesta al miedo.
Maquiavelo decía que “todo aquel que desee saber qué
ocurrirá debe examinar qué ha ocurrido: todas las cosas de este mundo, en
cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad”. ¿Habrá algo de la
antigüedad en la actual Europa, cuna de todos los totalitarismos del siglo XX?,
¿representarán los inmigrantes Sirios lo que fueron los judíos en el siglo XX?,
¿tienden a desvanecerse los valores de la democracia liberal para dar paso a un
periodo marcado por el nacionalismo y el respeto por las fronteras del
Estado-Nación?
En Francia, según apuntan todas las encuestas, le Front
Nacional, con Marine Le Pen a la cabeza, alcanzará su máxima expresión en 2017.
Marine Le Pen ha declarado que la presencia de gitanos en Francia era
"olorosa" o que el ébola "solucionaría el problema de la
inmigración en tres meses". Le Front Nacional se autodefine como
nacionalista, Marine Le Pen habla constantemente del orgullo patrio. Amanecer
Dorado es el partido más grande de la extrema derecha europea. Los líderes del
partido heleno han realizado alusiones nazis en el parlamento griego, sus
líderes elogian abiertamente a Hitler y se autodefinen como patriotas y
anti-inmigrantes.
Actualmente, Amanecer Dorado es el tercer partido político
más votado en Grecia. En Polonia, Prawo i Sprawiedliwosc (Ley y Justicia), es
el primer partido que logra mayoría absoluta desde 1989, y, como consecuencia,
alcanzar el gobierno polaco. El partido se opone a la eutanasia, al matrimonio
entre personas del mismo sexo y se han mostrado de acuerdo en restablecer la
pena capital. En Austria, el FPÖ, otro partido de ultraderecha, ganó la primera
vuelta de las últimas elecciones con un 36,7% de los votos. En segunda vuelta,
el candidato de los verdes, Alexander Van der Bellen, se impuso por apenas un
50,3% versus el 49,7% de los ultraderechistas del FPÖ.
Si hay algo que comparten todos estos partidos, es el
desprecio absoluto por los inmigrantes. Los atentados ocurridos en Bruselas el
pasado 22 de marzo, además de los horribles atentados en Paris, acrecientan
aquel sentimiento. Además, todos sus líderes hablan en contra del establishment
y la democracia, hacen eco de la crisis económica y el desempleo, de reforzar los
límites territoriales y las limitaciones de la Unión Europea. Mientras tanto,
en Europa se vive el mayor flujo de refugiados registrado desde la Segunda
Guerra Mundial.
Según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas
para los Refugiados (ACNUR), existen 65,3 millones de desplazados por la fuerza
rondando el mundo. Paradójicamente, según cita Democracy Now, “los seis países
más ricos del mundo [Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Francia y Reino
Unido], que representan más de la mitad de la economía mundial, reciben a menos
del 9% de los refugiados del mundo”.
Así ocurren los procesos históricos: lentamente,
desfragmentados, con equívocos.
Pero a veces explota todo, y lo que parecía confuso adquiere
sentido en la estructura de un programa político, donde “el otro” siempre es
responsable de mi desgracia. Como diría Carl Schmitt: “respecto de los
conceptos políticos decisivos, depende de quién los interpreta, los define y
los utiliza; quién concretamente decide qué es la paz, qué es el desarme, qué
es la intervención, qué son el orden público y la seguridad. Una de las
manifestaciones más importantes de la vida legal y espiritual de la humanidad
es el hecho de que quien detenta el poder real es capaz de determinar el
contenido de los conceptos y las palabras”. Nadie sospechaba que Hitler, un
artista venido a menos, lograría convencer al pueblo más alfabetizado del mundo
de la efectividad de las cámaras de gas y el exterminio en masa.
Lo que es yo, no quiero hablar sobre el porqué de la crisis.
Esta es una nota sobre el resurgimiento de la extrema derecha en Europa, y no,
digamos, de los atentados estadounidenses en Afganistán, Irak y Siria que
originaron el ISIS y las posteriores migraciones. No quiero decir nada de lo
que Chalmers Johnson denominaba como efecto búmeran (blowback), que, en
síntesis, es la resistencia surgida como efecto de las ocupaciones
estadounidense en territorios ajenos: toda violencia genera violencia de
vuelta. Me muerdo la lengua para no hablar de las vinculaciones entre Erdogan y
el ISIS, ni menos de esa misteriosa propensión de la Unión Europea, que
confunde a todo el Islam con el terrorismo.
No diré que, al otro lado del Océano, Donald Trump,
vanguardia sentimental del odio, declara que en su eventual gobierno expulsaría
a los indocumentados y que construiría muros para separar a Estados Unidos.
Donald Trump hijo, con ese espíritu tan compasivo que caracteriza a su familia,
hace poco declaraba que “si tuviera una bolsa de Skittles y te dijera que tres
pueden matarte, ¿cogerías un puñado? Ese es el problema con los refugiados de
Siria”.
Si diré que mientras avanzan todos los asepctos de la vida
humana, el panorama político tiende a permanecer intacto. No sólo en Europa. En
Sudamérica, por ejemplo, asume Kuczynski en Perú, Macri en Argentina y
posiblemente Lagos o Piñera en Chile. Pasamos de la izquierda a la derecha.
¿Algo nuevo bajo el sol? Nada, las mismas recetas ya archiconocidas, de uno y
otro lado.
¿La historia se repite? Nietzsche, que buscaba su libertad
espiritual desconfiando del mundo, entregó pistas de una misteriosa idea que,
considero, no logró profundizar: el mito del eterno retorno. Según ese mito,
todo volvería a repetirse tras un proceso de conflagración, donde la realidad
anterior (el tiempo) se desintegraría en fuego. Y esa misma repetición
continuaría hasta el infinito en una perspectiva circular. Sin embargo, las
cosas aparecerían de un modo diferente al que se conoce; ¿el Hitler del siglo
XX sería otro en el siglo XXI? Como diría Milán Kundera tratando este mito: las
cosas aparecerían sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta
circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo
es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo
con la magia de la nostalgia. ¡¿Pero todo lo borraría la fugacidad?!,
¿incluidas las cámaras de gas y los campos de exterminio?
aldotorresbaeza@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario