Mostrando entradas con la etiqueta cívico militar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cívico militar. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Pinochet se reinstala en La Moneda



Por Juan Pablo Cárdenas S.:
El fantasma del ex Dictador recorre los pasillos de La Moneda. Con gran acierto periodístico, la televisión alemana le ha brindado al mundo un reportaje audiovisual en que reproduce la declaración de guerra de Sebastián Piñera a la protesta social, casi en los mismos términos que lo hiciera Pinochet décadas atrás. La exposición de ambas imágenes es elocuente y habla de cómo el actual morador del Palacio Presidencial es hijo dilecto del Tirano que con idénticas palabras y recursos criminales manda a reprimir el clamor de justicia y equidad.


Es comprensible. Sebastián Piñera le debe a Pinochet la oportunidad de convertirse en un multimillonario durante sus esos fatídicos años de dictadura, así como en su hora final el ex gobernante de facto debe haberle agradecido muchos al actual mandatario por concurrir a Londres a visitarlo y abogar por su impunidad, cuando el Tribunal Internacional de la Haya pudo haberlo condenado ejemplarmente ante la historia por sus crímenes de lesa humanidad.

Qué duda cabe: Piñera es parte del legado de Pinochet, de su Constitución y régimen neoliberal, los cuales por fin tienen sus días contados. Hoy es la inmensa y sostenida rebelión popular la que le exige a la política una Asamblea Constituyente y el fin de los horrores cometidos por el capitalismo ultra despiadado. Advirtiéndole al mundo para que nunca más pueda imponerse un régimen económico de tantas iniquidades como el que adoptó el Régimen cívico militar y recibió el beneplácito de los gobiernos “democráticos” que le siguieron.

Al igual que su mentor, Piñera dice que está más “firme que nunca”; que nadie lo moverá de La Moneda hasta completar los años que le faltan a su administración. Sin embargo, los porfiados hechos nos indican que el estallido social no retrocede, que los chilenos no se conforman con las migajas que quieren darle las desesperadas iniciativas de un gobierno cuyos ministros de estado, parlamentarios y partidarios ya lo saben tambaleante. Por lo mismo que las contradicciones entre unos y otros se hacen todos los días evidentes, como que hace algunas horas el propio Piñera ha salido a implorar la lealtad del centro derecha.

Recordamos que durante una protesta, el Dictador decidió mirar la encendida ciudad de Santiago desde un helicóptero. No nos consta, sin embargo, que su hijo dilecto haya hecho algo parecido en estos días de furia social. Como tampoco tenemos certeza de que siquiera observe a través de la televisión todo lo que sucede. Que siga lo que transmiten los canales que han sido tan obsecuentes con los gobiernos culpables de lo sucedido y que, por supuesto, viven a expensas de los grandes empresarios cuya voracidad y perversión moral en una de las principales responsables también de la grave crisis que vivimos.

Pero tampoco podríamos estar seguros de que Piñera sienta alguna compasión por el país y lo que se manifiesta en estas nuevas protestas. Que pueda abochornarse realmente de las miserables pensiones que condenan a los chilenos de la Tercera edad en sus últimos días y después de trabajar por 30 o 40 años. Que pudiera sensibilizarse sinceramente frente al miserable ingreso promedio de los trabajadores chilenos y que a todas luces no les alcanza para cubrir los gastos de primera necesidad de sus familias. Por lo mismo que un alza de apenas 30 pesos en la tarifa del metro pudo encender tanto dolor y a rabia contenidos.

Tampoco creemos que podría aquilatar el impacto que significa para los hogares chilenos que sus enfermos, sobre todo los niños y los ancianos, se mueran todos los días a la espera de entrar al pabellón de los hospitales o recibir los medicamentos necesarios. Porque para Piñera y sus semejantes, la salud es un servicio por el cual hay que pagar, y caro, al igual que con la educación y las viviendas básicas. Tal como se le eroga las empresas privadas y extranjeras por el agua o por circular por las carreteras, cuyos valores de incrementan todos los años por encima del índice de precios al consumidor. Según lo que fue pactado vergonzosa y servilmente por los gobiernos y parlamentos de la postdictadura con los inversionistas extranjeros. Al concederles propiedad y privilegios que a ellos mismos ahora les causa rubor, cuando se enteran de la severa angustia de los pobres y de las graves carencias de la clase media. Porque sin mediar todavía ley o presión estatal alguna, ya prometen reajustar los salarios de sus empleados y cumplir con los deberes tributarios por largos años burlados.

 No sabemos tampoco si Piñera es capaz de impresionarse por la cantidad de personas agredidas por la policía y los militares que sacó a la calle para otra vez enfrentarlos a su propio pueblo. Apreciar cómo hoy más de doscientos hombres y mujeres han quedado minusválidos a causa de los balines lanzados a quema ropa por las llamadas Fuerzas Especiales y que les han vaciado sus orbitas oculares. No sabemos si alguna vez como joven y estudiante este patético personaje recibió algún lumazo de los pacos, como los de ese niño golpeado brutalmente una vez detenido por dos “efectivos del orden y la seguridad”.  O si será capaz de comprender lo que le puede significar a una joven adolescente recibir decenas de perdigones en sus piernas dentro de su propio establecimiento escolar. De parte, por supuesto, de otro desalmado policía a muy pocos metros de distancia.

No, por cierto, que no. Piñera solo entiende de cifras macroeconómicas y sigue convencido que el mejor acicate para el crecimiento es que los ricos sean cada vez más ricos y la mano de obra sea cada vez más barata a objeto que nuestros productos de exportación sean “competitivos” en el mercado internacional. Para que, además, las oportunidades de nuestra geografía, yacimientos, bosques y mares atraigan más y más capitales a Chile, donde los dividendos de los “emprendedores” como suelen calificarse, no alcanzan nunca el bolsillo de los que trabajan o de los que se jubilaron después de 30 o 40 años de esfuerzo y frustradas esperanzas.

En razón de su enorme megalomanía, Piñera cree que va a contar siempre con el apoyo de los grandes empresarios y del gobierno de la Casa Blanca, a donde concurrió para ofrecerle la estrella de nuestro emblema nacional a Trump y prenderla a la bandera estadounidense. Se olvida que, hasta hace muy pocos años, sus propios colegas de la clase empresarial chilena se avergonzaban de su codicia y descarada falta de probidad. Al parecer se ha olvidado de esa retahíla de artículos y columnas con que sus pares políticos lo fustigaban. Como esos lúcidos escritos de quien fuera su compañero de lista senatorial, el reaccionario periodista Hermógenes Pérez de Arce. O su propio hermano, el economista ultra neoliberal que ahora teme que su sistema previsional corra peligro.

Rodeado de colaboradores abyectos y desvergonzados, Piñera se propone permanecer en el gobierno, cuando las cifras de las encuestas indican que su popularidad ya bajó de los dos dígitos. Cuando sus expresiones son refutadas por los jefes militares que se suponen de su confianza y se sabe que el presidente de la Corte Suprema y el Contralor General de la República (además de los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados) han repudiado su errática iniciativa de convocar al Consejo de Seguridad Nacional, como si el país estuviera bajo peligro a causa de un enemigo externo.

A esta altura ya no sabemos si comparar a Piñera con Pinochet sea igualmente lesivo para ambos, especialmente para este último, aunque a todas luces se ha convertido en su émulo. Pero lo que tenemos claro es que, como a aquél, a este otro solo puede tumbarlo el pueblo y su activa protesta. Con la diferencia de que el actual usurpador de La Moneda ya no está en condiciones de negociar su salida y, menos, imponer su legado. Porque si algo tenemos muy claro es que si se propusiera negociar su salida con el Parlamento, los partidos y los poderosos gremios empresariales, de seguro que los arrastraría a todos por su mismo despeñadero. Si tomamos en cuenta que sus niveles de desprestigio verdaderamente los comparte con todos ellos.

Es hora de que el pueblo no busque salvadores. Que sean los millones de chilenos movilizados los que lo encaren y arrojen de La Moneda. Que, por ningún motivo, les endosemos a otros nuestros derechos y obligaciones ciudadana a los oportunistas del momento, que ya ofrecen sus servicios de intermediarios. Porque ya sabemos lo que ocurre cuando se negocia el futuro a espaldas de los ciudadanos. Sin Asamblea Constituyente, por ejemplo, la que debe constituirse en el primer paso para recuperar la dignidad nacional avasallada.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com

sábado, 28 de septiembre de 2019

La doble moral de la corrupción



Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Estoy seguro que estas líneas van a incomodar a no pocos lectores. El tema de la corrupción disgusta siempre al poder, a la política y a las instituciones públicas y privadas involucradas en esta lacra que hoy se extiende por muchos estados y gobiernos de distinto signo. Especialmente en nuestra región y, por supuesto, en Chile.

A las dictaduras militares de nuestro continente se les acusó especialmente por sus crímenes, sin asociar que la tortura, los campos de concentración, los ultimados y, en general, todas las violaciones de los Derechos Humanos son parte también de la corrupción de quienes los acometieron o se constituyeron en sus cómplices pasivos. Sin embargo, lo que más afectó la imagen de Pinochet y otros tiranos fue el descubrimiento de sus robos y enriquecimiento ilícito. Lo más imperdonable para tantos fueron sus asaltos al erario nacional y la forma en que éste favoreció también a sus colaboradores más estrechos.


En el llamado “servicio público” se reconocen muchos delincuentes. Los que legislan para proveerse de abusivas remuneraciones, los que otorgan las concesiones fiscales y los que recaudan dineros para sostener sus campañas políticas y su eternización en los cargos públicos. Precisamente lo que pasa con buena parte de nuestros últimos gobiernos, con los parlamentarios y las autoridades comunales, haciendo gala de esa expresión mexicana en cuanto a que “un político pobre es un pobre político”. Muchos piensan que la mejor oportunidad de negocios coincide con la posibilidad de tener acceso al poder ya sea en forma directa o indirecta.

En Chile y muchos de sus países vecinos, diversos jefes de estado están siendo investigados, procesados y condenados por corrupción. Por sus ilícitas redes con los empresarios que los sobornan y los partidos que representan. Por mucho tiempo se afirmó pretensiosamente que nuestra nación escapaba al fenómeno de la corrupción argentina, por ejemplo, pera ya sabemos que hoy estamos muy a la par con lo sucedido en esta materia allí y en otros países, igualmente involucrados en prácticas deleznables como las coimas, los abusos cometidos con los gastos reservados y de representación, pero además penetrados por las mafias de narcotraficantes y su aparato de impunidades gracias a los jueces y tribunales que les son abyectos.

Desde muchísimos años, las internacionales ideológicas y los países ricos “donan” millonarios recursos para financiar a la política de los países con abundantes recursos naturales, a fin de granjearse buenos negocios con ellos cuando corresponda exigírselos. Así como evitar la acción de quienes se propongan en estas naciones administrar soberanamente sus recursos naturales y consolidar su independencia. El Golpe Militar de 1973 es consecuencia, por cierto, de la nacionalización del cobre, de la reforma agraria y otras grandes iniciativas repudiadas por los Estados Unidos que terminaron financiando la desestabilización del gobierno de Allende y su consecuente régimen cívico militar.

Habría que ser ingenuo como para pasar por alto la forma en que el imperialismo intervino, también, en la postdictadura. En los millonarios recursos para “mojar” a quienes llegaron a La Moneda después del régimen de facto. Tarea en que se logró dividir a los disidentes y opositores para, posteriormente, interpelar al Dictador para que abandonara el poder, antes que en el Cono Sur de América pudiera triunfar otras revoluciones como la cubana. Tal como se lo escuchamos reconocer, por lo demás, al embajador norteamericano de la época, empeñado en alentar una concertación política que excluyera a las fuerzas marxistas y más radicales, cuanto exigir para los militares una salida bien negociada para ellos y los intereses transnacionales en nuestro país.

Es así como llegarían nuevos recursos bajo la condición ahora de extender la Constitución del Dictador (con algunos retoques), el sistema económico neoliberal y la coincidencia forzada de nuestra Cancillería con la política exterior estadounidense.

 Con el tiempo, a lo anterior se sumaría el “dejar hacer y dejar pasar” en la política chilena, siempre que respetaran estos paradigmas y la camisa de fuerza institucional que todavía nos rige. Situación que consagraría a las Fuerzas Armadas como la gran cancerbera de nuestro nuevo régimen, para la cual habría que garantizarle todavía más privilegios y recursos que antes. Por algo en la última Parada Militar salieron los oficiales y soldados a lucir todavía más engalanados y fachosos uniformes, lo que habla del grosero presupuesto que tienen a expensas de todas las carencias sociales del país. Cuando, para colmo, gran parte de sus ex comandantes en jefe y generales están imputados por la Justicia por diversos dolos de orden financiero.

Es un lugar común el reconocimiento de que todos los gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría metieron sus manos en las alcancías fiscales y recibieron onerosos recursos de la empresa privada, como desde sus referentes extranjeros. Allí están los bullados casos de Penta, el MOPgate y la actuación de algunos lobistas de otrora radical apostura política. Los que empezaron a lucrar con su tráfico de influencias, sus privilegiados vínculos con las nuevas autoridades y loa generosos emolumentos de las grandes empresas.
En los tribunales peruanos, argentinos y brasileños se ventilan, por fin, los aportes ilegítimos de ciertos consorcios económicos a la política. Corrupción que también ha tocado a nuestro país y dejan al descubierto actualmente nuevas denuncias sobre recursos recaudados para solventar la millonaria campaña presidencial de Michelle Bachelet. Pero no hay que tener mucha confianza en la verdad y la justicia al respecto después de que diversas figuras de derecha, de centro o izquierda estén librando de condenas mediante preconcebidos resquicios legales o en virtud de la prescripción que suele ser especialmente generosa con este tipo de delitos. Concesiones viales, puentes y otras obras que a los pocos años, para colmo, demuestran sus flaquezas, pero que han dejado la huella de las millonarias donaciones recibidas por los altos funcionarios del Ministerio de Obras Públicas y algunas bancadas legislativas.

Para empatar este tipo de escándalos resulta propicio para los denunciados alardear otra vez por los viejos y nuevos sucesos vinculados al enriquecimiento de Sebastián Piñera, las contribuciones de Soquimich y a la forma en que los intereses de nuestras grandes empresas terminaron hasta redactando la nueva Ley de Pesca que tanto favorece los intereses de solo nueve familias en desmedro de los miles de pescadores artesanales del país. A pesar de que ya sabíamos que la derecha y sus representantes en el gobierno actual tenían cimentada su fortuna personal con las privatizaciones de la Dictadura, la evasión tributaria y otros fraudes, cuyos casos más emblemáticos resultaran el de Julio Ponce Lerou, yerno de ex Dictador, como la proliferación irresponsable de las universidades privadas, la condonación por el Estado de sus multimillonarias deudas bancarias y los lucrativos negocios de las AFP y las isapres. Además de las colusiones de las farmacias y las grandes tiendas en contra del bolsillo de los consumidores.

No es una novedad que la izquierda y la derecha unidas han sido mutuos cómplices de los más diversos desfalcos, cuestión que desgraciadamente se reconoce poco todavía. De allí que, en sus reproches cruzados y más descarados, el oficialismo y la oposición prefieran aludir más bien a lo que ocurre el extranjero antes de lo que sucede a vista y paciencia del pueblo chileno. Está claro que a la derecha le acomoda más acusar a Lula, a los Kirchner, a Daniel Ortega o a Maduro, mientras los otros las emprenden contra los escándalos de los Macri, Bolsonaro y algunos otros gobernantes del presente y del pasado.

Es lamentable que haya tan pocas voces nuestro país y en el mundo que condenen por igual cualquier forma de descomposición de la política. Como si los corruptos fueran solo los adversarios políticos y no se encontrarán también en sus propias guaridas. Desconociendo o negando cuestiones que ya están asentadas en nuestra memoria histórica, como la de aquel gobernante soviético cuyo hobby era coleccionar autos de lujo; o como el de tantos dictadores latinoamericanos de derecha enriquecidos en la zaga poder en Centroamérica, Paraguay, Bolivia, Colombia y otras naciones.

Triste papel juega los medios de comunicación sesgados en esta materia, que no quieren reconocer en la corrupción un proceso transversal y que debe ser condenado sin cálculos electorales. Porque se trata de una lacra que se alimenta en el gobierno omnímodo de una misma casta política u oligarquía animada fundamentalmente por servirse del poder más que servir al pueblo. Que se favorece de la impunidad y tanto explica, ahora, el creciente fenómeno de la delincuencia social. La violencia y el crimen cotidianos que asola a todas nuestras poblaciones.

juanpablo.cardenas.s@gmail.com