Por Juan Pablo Cárdenas S.:
(A un año del Estallido Social)
Constituye ya un lugar común afirmar que la Pandemia sofocó
el Estallido Social del 18 de octubre del 2019, que de no ser por el Covid 19
no seguiría el actual andamiaje institucional y la presencia en el Gobierno y
el Parlamento de una clase política dramáticamente separada de las demandas de
la población chilena. Atónita frente al levantamiento popular más masivo y
extendido de toda nuestra historia republicana. Una expresión protagonizada por
los más diversos sectores sociales en cuanto a sus proveniencias ideológicas y
condiciones socio económicas.
Hace un año se logró un contundente movimiento y consenso en la voluntad de promover un nuevo paradigma ideológico, es decir de toda una cultura alternativa que en lo político y económico haga posible un Chile justo y equitativo. Que se proponga salvarnos, además, de la crisis medioambiental que golpea con fuerza a nuestra geografía, recuperar nuestros recursos naturales, alcanzar una educación igualitaria, recuperar la dignidad del trabajo y garantizar el más pleno respeto de los Derechos Humanos.
De esta manera es que las calles de todo Chile se llenaron
de protestas pacíficas, imaginativas y entusiastas, edificándose la esperanza
de un cambio global que debe ir siempre de la mano de la voluntad soberana del
pueblo. Para lograr más y mejor democracia, instituciones que se liberen de la
corrupción entronizada en los tres poderes del Estado, las fuerzas armadas y
policiales. De allí que, en estas jornadas, que se prolongaron casi cuatro
meses, los partidos políticos en general estuvieron ausentes, desbordados
completamente por la unidad colectiva, y bajo los estandartes de un gran cúmulo
de aspiraciones que irrumpieron desde todos los ámbitos de la vida nacional.
Es indiscutible que en este estallido estuvo presente la violencia y muchas acciones criminales que fueron bien aprovechadas por las autoridades en su intento por desbaratar las causas populares y, al igual que en la Dictadura, reeditar el terrorismo de estado, la tortura, las detenciones masivas, al tiempo se competir en el número de víctimas fatales y detenidos.
El vaciamiento de los ojos de decenas de manifestantes fue
la novedad en materia de agraviar a la inmensa mayoría de los chilenos,
cortarles las alas a los jóvenes y conjurar la intención de las oligarquías de
mantener el orden institucional legado por Pinochet, apenas retocado durante
los treinta años que le sucedieron con los gobiernos de la Concertación, la
propia derecha y la llamada Primera Mayoría.
Esta violencia, sin embargo, es solo el correlato propio de
las profundas desigualdades, la escandalosa discriminación, como la grosera
concentración de la riqueza. Es la contundente respuesta de los explotados y
abusados por el sistema imperante. De los mapuches que se merecen autonomía y
respeto a sus valores; de los jóvenes marginados y sin ninguna esperanza de
encontrar un trabajo digno; de la inmensa mayoría de trabajadores pésimamente
mal pagados; de los jubilados y sus pensiones de hambre, como del muy tardío e
insuficiente reconocimiento de los derechos de las mujeres y niños. De un Chile
que demostró con la Pandemia tener muchos más pobres e indigentes que
reconocía, familias hacinadas y sin asistencia estatal mínima. En todo un territorio y servicios públicos en
manos del capital foráneo y de los más inescrupulosos empresarios de la Tierra.
De esta manera, las cúpulas políticas se vieron obligadas a
consensuar una salida política cuyo hito inicial será el Plebiscito del domingo
próximo. Conviniendo un proceso tramposo que le pondrá severas zancadillas a la
acción de la futura convención constituyente, pero que podría abrir un algo más
esas “alamedas” por donde transiten los chilenos libres y sus justas
vindicaciones. Porque todos sabemos que la posibilidad de una nueva
Constitución dependerá mucho más del pueblo que asista a sus genuinos
representantes, se mantenga en las calles y vigile el proceso. De tal forma que
los quórums pactados para impedir el cambio se desbaraten en la fuerza
arrolladora del consenso social.
Todos tenemos dudas respecto de lo que viene. Si será
posible saltar los escollos, sujetar en sus cuarteles la conspiración de los
militares, desafiar el poder económico de los grandes empresarios e impedir la
intervención extranjera. Al mismo tiempo que dar vuelta la página respecto de
los políticos y jueces serviles y corruptos. Superar y enterrar en la historia
a los partidos que no son lo que dicen, ni piensan lo que proclaman, además de
no actuar debidamente.
Es posible que por los temores intencionalmente publicitados en relación a la emergencia sanitaria que nos golpea, no tengamos una masiva concurrencia a las urnas.
Que muchos integrantes de la llamada Tercera Edad, se
resistan, por ejemplo, de correr riesgos por concurrir a votar, que también se
inhiban los ya contagiados por el virus pandémico y sean muchos los que opten
por abstenerse a fin de no legitimar un proceso electoral fraudulento desde su
concepción en el Parlamento. Sin embargo, votar no es renunciar y, sin duda,
puede demostrar, ahora en el secreto de las urnas, la irrenunciable voluntad de
partir de cero (frente a una “hoja en blanco”) para definir y construir el
Chile institucional venidero. En que “no se cambien solo las piezas del ajedrez
político, sino el tablero mismo”.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
El plebiscito podria iniciar la configuración de nuevas reglas de juego que rijan el destino del pueblo en su conjunto, más equitativo más justo y menos desigual. Todo dependerá de la participacion popular en su elboracion y control del mismo. Como dice el dicho es necesrio que: “no se cambien solo las piezas del ajedrez político, sino el tablero mismo”. Es decir, superar el sistema neoliberal obsoleto por el devenir de la historia, por otro cuya construcción dependerá del mismo pueblo participante.
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