Por Diego Olivera Evia:
Problematizar y reflexionar sobre los derechos
humanos y la ética es una tarea ardua. La cuestión primera es, por donde
partir, considerando que se trata de dos temas tan amplios y tan sin
concreción, sin plasticidad en la realidad en que vivimos, tanto en el plano
global como local. Todavía una mirada
más apresurada nos permite percibir que tanto los derechos humanos como la
ética poseen su historicidad, su lugar, su tiempo y su espacio donde sus
sentidos y significados fueron y son construidos y reconstruidos por la acción
y relación humana. Por eso, su lugar para nuestro análisis y reflexión y
nuestra propia realidad, en la cual su universalidad aún es una ausencia casi
universal. “Los derechos humanos, por definición, tienden a ser universales.
Aun cuando, su característica más universal es su violación universal.”
(Lienemann, 1982, p. 80)
No ocurre algo diferente con la ética, que, en
el período de la Modernidad, fue librada de las relaciones humanas, de las
cuestiones de la convivencia humana por la ciencia positivista, por la
racionalidad técnica y científica, utilitarista, promotora del poder, del poder
del dinero, y de la producción.
Todos tenemos nuestra construcción humana,
nuestra historia personal y social a partir de las diferentes culturas a las
que pertenecemos. Aun así, encima de éstas existen macro fenómenos, resultantes
del campo científico económico y político, desarrollados a lo largo de las últimas
décadas, que reclaman una profundización en las orientaciones y en las
normativas éticas universales. Rehén del mundo sistémico, del poder y del
dinero, el desarrollo económico y tecnológico ha beneficiado sólo a un pequeño
número de personas sobre la faz de la tierra, en detrimento de las condiciones
mínimas de vida para la mayoría de los seres humanos y para el medio ambiente.
Si, por un lado, las catástrofes naturales pueden ser evitadas o mitigadas,
mediante un planeamiento que tenga la vida como núcleo central, por otro lado,
las tragedias, resultantes de la ganancia, de la incompetencia social y de
corrupciones estructurales y personales, continúan segando vidas e impidiendo
dignidad y abundancia para la mayoría de la población mundial.
Es significativa la visión de esa realidad
planetaria ilustrada por Forrester, en su libro O Horror Económico, en el cual
afirma que,
son millones de personas, digo bien, personas, colocadas entre paréntesis, por tiempo indefinido, tal vez sin otro límite a no ser la muerte, tienen derecho apenas a la miseria o a su amenaza más o menos próxima, la pérdida muchas veces de un techo, la pérdida de toda la consideración social y asimismo de toda la auto consideración. Al drama de las identidades precarias o anuladas. Al más vergonzoso de los sentimientos: la vergüenza. (Forrester, 1997, p. 10)
Este es el resultado de las políticas
neoliberales llevadas a cabo por las potencias económicas del planeta, que
crearon mecanismos internacionales de pillaje: Banco Mundial, Organización de
Cooperación y de Desarrollo Económico –OCDE-, Fondo Monetario Internacional
-FMI–, entre otros, sobre los pueblos tercermundistas o países en desarrollo.
Las características de esta nueva fase del
capitalismo están centradas en la globalización de la economía, en el fin de
las fronteras económicas, en el desmantelamiento del Estado y en la destrucción
de los derechos sociales, tales como salud, educación, vivienda, transporte,
comunicación, estabilidad de empleo, desvaloración y destrucción de las
economías macrorregionales (Ahlert, 2003, p. 122-123).
El filósofo Armildo Stein se refiere a esta
realidad como un cuadro de horrores de nuestro mundo globalizado. Se trata, según este filósofo, de macro
fenómenos macabros de orden material y que nos chocan diariamente a través de
los medios o in loco: la muerte de millones de seres humanos por el hambre,
principalmente em el tercer mundo; la violencia de las guerras regionales,
étnicas, tribales y económicas con centenas de millares de muertos; las dolencias
endémicas, epidémicas y estacionales entre los pueblos más pobres; la violencia
urbana produciendo terror y miedo en todos; las catástrofes climáticas, de la
civilización, en el tránsito. L
La explotación por el trabajo esclavo, de
adultos y crianzas; la prostitución de menores, usados como objetos en el
turismo; la desesperación de los excluidos del proceso social; la persecución y
la extinción de las minorías de todos los tipos; la exclusión de la salud y la
privación de la palabra de las mayorías pobres y explotadas; la agresión de los
media y de la propaganda, violentando la frágil estructura del deseo; la
desconsideración de los ancianos, de los jubilados, de los enfermos, de los
desempleados y de las mujeres llenas de hijos; la mortalidad infantil; el
desperdicio, el almacenamiento de alimentos con fines especulativos; la
destrucción de los recursos naturales del planeta; la manipulación de las
esperanzas y de los sueños de la juventud.
También existen macro fenómenos de otro orden,
y que, progresivamente, aprendemos a ver mediante las ciencias humanas. Son los
fenómenos que envuelven directamente la historia de cada individuo, como: la
destrucción de las identidades personales y la multiplicación de los
bordelindes; la dimensión de las perversiones y la consagración de la
transgresión como el modo de ascenso social; la pérdida de la relación con el
“mundo”
Y el incremento de las psicosis; el mito individual del neurótico y la difusión del sufrimiento psíquico; la infantilización del adulto y la precoz conversión en objeto sexual de los niños; el narcisismo generalizado y la multiplicación de las relaciones de modelación en los otros;
La fatiga sexual generalizada y la difusión de
la permisividad como contrapartida; la delegación de la autoridad de los padres
a los grupos etarios de los hijos y la muerte de los modelos adultos en la
formación de la identidad personal; la pérdida de la substancia ética y el
avance de la estatificación de las relaciones personales; el deterioro de la
relevancia social del trabajo y la pérdida del valor biográfico del trabajo; la
desaparición del valor de la verdad y la consagración del pensamiento
estratégico; el fin de la justicia como principio político fundamental y la
justificación por el procedimiento correcto; el fin de las referencias
absolutas y la fragmentación de las historias de vida.
Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que
la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para
explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas
para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga. Fue
así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por
guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes
desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la
población. Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de
Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que
estaban sanos.
No se les permitía comer ni beber nada durante
su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la
boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el
insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la
población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación
de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que
el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil
costumbre de dormir«. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
Aún no hemos podido metabolizar -como dice el
profesor Joseba Achutegui- el shock terrible del coronavirus en todos los
ámbitos sociales, políticos y económicos. Aunque tememos y podemos intuir, que
la catástrofe va a afectar a muchos de los modelos y valores sobre los que se
asienta nuestra vida personal y social. La angustia, el miedo y la
incertidumbre sobre el futuro que nos aguarda, individualmente y como país,
pesa como una losa insoportable a la hora de identificar qué nos está pasando y
que nos pasará cuando esta pesadilla acabe.
Quizás esta siniestra distopía que sufrimos
hoy, abra paso mañana a un tiempo de cambios y transformaciones que impida que
el feroz capitalismo neoliberal -que domina el sistema mundo sin contrapesos,
ni piedad- continúe sometiendo al planeta a una veloz carrera hacia su
destrucción, reduciendo a los ciudadanos a meros generadores de plusvalía y
figurantes inermes de la codicia de las oligarquías transnacionales. O, por el
contrario, que esta crisis facilite la consolidación de un modelo aún más
destructivo, en el que la preservación del planeta, los derechos humanos y la
democracia, la libertad, la fraternidad y la justicia acaben siendo antiguallas
arqueológicas para estudio de hermeneutas y nostálgicos.
Pero a pesar de la negra y espesa niebla de la
pandemia, emerge ya una auténtica tormenta de ideas, perspectivas y
reflexiones, que como los ciegos del “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago, nos
pueden ir sirviendo de guías que nos ayuden a desentrañar algunas claves para
comprender qué está pasando y qué puede pasar.
Es el caso del coreano Byung Chul Han, en este
artículo señala la profundidad del cambio civilizatorio que anuncia la doble
utilización de la tecnología, por un lado, como instrumento de dominio
totalitario y, por otro, como escudo benefactor ante los males de nuestro
tiempo. La utilización del big data, los móviles, las aplicaciones informáticas
y las redes sociales en la “solución asiática” de la pandemia -que está
resultando probablemente eficiente- nos adentra en un mundo manejado por
poderes cada vez más inaccesibles e incontrolables para los ciudadanos. Un
arquetipo de sociedad que puede devenir en una horripilante distopía que
combine una especie de irrealidad virtual tipo Matrix, con sus añadidos de
reino de las fake news totalitarias imaginadas por Orwell en su “1984” y el dominio
de los machos alfa y el consumo masivo del “soma” de la felicidad del “Mundo
feliz” de Huxley.
Claro que la alternativa de la “solución
neoliberal” que propugna el grotesco trío Boris/Trump/Bolsonaro -con su
correlato de secuaces- es aún más espantosa: un mundo en el que impere con mano
de hierro la milagrosa “mano invisible” del libre mercado sin límites, ni
regulaciones, que favorece una suerte de darwinismo social en el que sólo
pueden sobrevivir los más aptos. Ante una catástrofe humana como la del covid-19,
les trae sin cuidado condenar a muerte a millones de viejos, pobres y enfermos,
porque lo más importante no es la vida humana, si no la sagrada “economía”, es
decir los intereses del sistema capitalista.
Pero a pesar de utilizar los mismos o análogos
instrumentos tecnológicos y autoritarios, existe una diferencia entre la
“solución neoliberal” de lucha contra el coronavirus y la “solución asiática”:
al menos ésta última antepone salvar vidas humanas.
Por supuesto, en toda época la tecnología ha tenido
la doble función de fuerza liberadora y de opresión. Se trata de una
interacción en la que la sociedad participa y decanta, con revoluciones,
reformas o evoluciones. Ahora en España, en la lucha contra la pandemia, lo que
debe hacer, a mi juicio, el gobierno de coalición es ganarse a la mayoría de la
sociedad con medidas concretas y eficientes, esencialmente que se fortalezca el
sistema sanitario y se cree un potente escudo social que proteja realmente a
todos los sectores golpeados por la profunda crisis que va a producir
inexorablemente.
Para que ello sea posible habrá que liquidar
ya el dañino ciclo austerísima y tejer las alianzas que empujen a la UE a una
política de reconstrucción, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Si no
fuese posible ese cambio en la UE, su futuro será una progresiva y muy tensa
descomposición y un paso hacia la irrelevancia geopolítica de Europa en la
nueva correlación de fuerzas mundial. Sólo así -defendiendo la salud de la
población y apoyando a los trabajadores y los sectores más golpeados por la
nueva crisis- el gobierno progresista encontrará el apoyo de una ‘respuesta
popular’ democrática.
De fracasar en esa estrategia, es muy probable
que se vaya construyendo una mayoría social y política contraria, que acabe
confiando el gobierno a un bloque de fuerzas compuesta por una extrema derecha
populista ultra nacionalista y xenófoba, el conservadurismo nacional católico y
el catecismo neoliberal.
Para ello las derechas usarán todos los
recursos, trampas y demagogia a su alcance, pero su fuerza radicará
esencialmente en los errores y debilidades de la coalición de gobierno. La
batalla no se dirimirá en internet, ni tampoco en las políticas de comunicación
y la fabricación de storytelling por parte del spin doctor de turnoo.
Periodista, Historiador y Analista
Internacional
diegojolivera@gmail.com
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