Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
La humanidad vive el momento más difícil de
su historia. Nunca antes como ahora se había producido una concurrencia de
eventos que son expresión de la crisis más profunda de la que se tiene
conocimiento.
Agobiados por el enfrentamiento de una
cotidianidad que se ha tornado muy agresiva para todos, pero sobre todo para
aquellos pueblos a los que Estados Unidos les ha declarado la guerra, a veces
no logramos percibir que esta inédita situación se manifiesta porque también es
primera vez que damos la cara a elementos que se relacionan con la crisis
estructural de la sociedad de clases que hoy es capitalista pero que antes fue
esclavista y feudal.
En todas ellas, las clases privilegiadas
tuvieron capacidad para superar las crisis
e incluso adoptar perspectivas revolucionarias y transformadoras dando
paso a nuevas formaciones económico sociales que apuntaban al perfeccionamiento
de la explotación.
En esa medida, el capitalismo no tiene
futuro, su fase superior imperialista está siendo partera de su propia destrucción
en tanto en su expresión neoliberal, destruye las propias bases del
capitalismo, tales como la libre competencia y el libre mercado, de la misma
manera que el individualismo, el consumismo y el derroche como testimonios y
afirmación de valores que pueden proporcionar felicidad y éxito momentáneo, no
solucionan los grandes problemas de la humanidad. He ahí su fracaso.
La pandemia de coronavirus ha sido el
símbolo de un estrepitoso fiasco. Los sistemas de salud han colapsado incluso
en aquellos países ricos y desarrollados. Pero no es solo eso. En simultánea
asistimos a la destrucción del sistema multilateral que a pesar de sus
deficiencias ha provisto al mundo de un instrumento para la solución de los
conflictos y una estructura jurídica que evite la anarquía y el caos en el
planeta.
Igualmente, nos vemos confrontados a la
posibilidad de la guerra, a la impunidad de los poderosos, a la destrucción de
planeta como consecuencia del cambio climático, a una crisis económica de
dimensiones desconocidas y novedosas en la historia de la humanidad y como
consecuencia de todo ello, a la exacerbación del racismo, la misoginia, la
homofobia y la persecución de las minorías como práctica política que cercena
las bases de la falsa democracia representativa que es solo un sofisticado
instrumento de dominación de clases, adaptado a la modernidad que inició la
revolución francesa.
Ni siquiera los preceptos que la
sostuvieron y que dieron relevancia a esa revolución burguesa pueden ser hoy
sostenidos por las élites de poder. La solidaridad, la igualdad y la
fraternidad, vendidas al mundo como panacea de la nueva transformación que se
anunció en Francia en 1789 tras el aplastamiento del sistema monárquico feudal,
hoy son entelequias que la furia de los poderosos (no necesariamente de los
pueblos como hubiera sido deseable) se está encargando de destruir.
Ante esto, un grito de alerta que emerge
del pensamiento y la voz de Noam Chomsky, un respetado intelectual
estadounidense deja ver todo el sentido del instante: “Nunca ha habido un momento (…) en el que
haya surgido una confluencia de crisis [como esta] y las decisiones sobre ellas
tienen que tomarse muy pronto, no se pueden retrasar”.
De ahí que cuando se resiste y se lucha en
cualquier lugar del mundo, se está haciendo en primera instancia por la
salvaguarda de la vida en el planeta. Hoy, no existe tarea más revolucionaria y
más honrosa que esta.
sergioro07@hotmail.com
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