sábado, 15 de agosto de 2020

El planeta sufre la miseria y el hambre del capitalismo



Por Diego Olivera Evia:
La incapacidad de la ONU para frenar las guerras imperiales

Hoy estamos sufriendo las consecuencias de ese dominio. Lo constata el cineasta Ken Loach en una reciente entrevista: “Lo más relevante es que la solidaridad ha muerto… Hemos normalizado lo inaceptable”. Lo inaceptable salta la vista en el contraste entre las imágenes de los majestuosos cruceros que nos ofrecen las agencias de viaje, los lujosos yates de los multimillonarios y las pateras atestadas de hombres, mujeres y niños que huyen de la miseria y muchas veces solo encuentra la muerte.

Lo inaceptable también se muestra en las páginas del informe Oxfam-Intermón, donde aparece que en el año 2018, las 26 personas más ricas del mundo poseían la misma riqueza que los 3.800 millones de personas más pobres. Y cada día miles de estos pobres mueren de hambre y miseria. Inhumano, inaceptable, moralmente apestoso, pero el mundo capitalista lo acepta sin pestañear.

El sistema capitalista acepta lo inaceptable porque seguramente su nota más destacada, y también la menos comentada, es su radical inmoralidad y su total falta de ética. Dentro de este terreno también habría que señalar la tremenda hipocresía con la que se manifiestan muchos líderes políticos del sistema capitalista. Que se hable continuamente de los derechos humanos, y se apele a su defensa para atacar a gobiernos que molestan a la élite económica, mientras se apoya a monarquías medievales como la de Arabia Saudita y se toleran las brutales desigualdades existentes, es una muestra clamorosa de cinismo e hipocresía.

En el capitalismo la falta de ética no es una corrupción más o menos accidental, está inscrita en sus genes más profundos. Poner la competencia como un elemento esencial del sistema es evidente que nos enfrenta a los ideales de igualdad y de fraternidad que marcan el nacimiento de la modernidad en Europa. Y la libertad de los derrotados en la competencia tampoco sale muy bien parada. La competencia tiene un objetivo último: conseguir la riqueza, y como la riqueza disponible no es ilimitada y la ambición de conseguirla sí lo es, la lucha es interminable, y cuanto mayor sea la victoria de algunos mayores será el número de los derrotados.

La compasión hacia estos derrotados no entra en el programa de la competencia capitalista. Como en un combate de gladiadores, no hay compasión para los vencidos. Han luchado, pero han sido menos hábiles que los vencedores, que sufren las consecuencias de su inferioridad. Además, no hay que preocuparse de que la lucha sea limpia, la mano invisible del mercado lo convertirá todo en el mayor bien de la sociedad.
Teniendo en cuenta esta característica del capitalismo, ¿podemos seguir esperando conseguir una sociedad aceptable dentro de una estructura capitalista?

El capitalismo es un sistema económico y social basado en que los medios de producción deben ser de propiedad privada, el mercado sirve como mecanismo para asignar los recursos escasos de manera eficiente y el capital sirve como fuente para generar riqueza. A efectos conceptuales, es la posición económico-social contraria al socialismo.

Un sistema capitalista se basa principalmente en que la titularidad de los recursos productivos es de carácter privado. Es decir, deben pertenecer a las personas y no una organización como el Estado. Dado que el objetivo de la economía es estudiar la mejor forma de satisfacer las necesidades humanas con los recursos limitados que disponemos, el capitalismo considera que el mercado es el mejor mecanismo para llevarlo a cabo. Por ello, cree necesario promover la propiedad privada y la competencia.


La incapacidad de la ONU para frenar las guerras imperiales
En consecuencia, existe una distinción clara entre el conflicto internacional, que es asunto de las Naciones Unidas, y las disputas internas, que los Estados, en teoría, pueden resolver por sí mismos. Pero en los últimos años, esta distinción en buena medida se ha desdibujado. La mayor parte de las guerras de hoy comienzan como guerras civiles, "civiles" sólo en el sentido de que los civiles se han transformado en sus principales víctimas.

En la Primera Guerra Mundial, alrededor del 90% de los muertos fueron soldados, y sólo el 10% civiles. En la Segunda Guerra Mundial, incluso contando las víctimas de los campos de exterminio nazis, sólo la mitad de las víctimas fueron civiles. En muchos de los actuales conflictos las bajas civiles alcanzan a las tres cuartas partes del total de muertos.

Sin embargo, mientras el conflicto se desarrolla dentro de un único Estado, la interpretación tradicional de la carta nos impondría no intervenir. ¿Está bien esto? La carta, después de todo, fue redactada en nombre del "pueblo", no de los gobiernos, de la ONU. Su objetivo es no sólo preservar la paz internacional -por vital que sea su importancia- sino también "reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana".

La carta protege la soberanía de los pueblos. Nunca se pretendió que fuera una licencia para que los gobiernos conculcaran los derechos humanos y la dignidad del hombre. El hecho de que un conflicto sea "interno" no les da a las partes el derecho a ignorar las normas más básicas de comportamiento humano.
Por otra parte, la mayoría de los conflictos internos no lo siguen siendo por mucho tiempo. Se extienden a los países vecinos, bajo la trágica forma de la huida de refugiados. Y a veces no sólo se propagan más allá de las fronteras existentes, sino que también establecen nuevas -como ocurrió en la ex Yugoslavia-, de modo que lo que comenzó como un conflicto interno termina siendo internacional.

En muchos casos, el conflicto oportunamente se torna tan peligroso que la comunidad internacional se ve obligada a intervenir. Pero, en ese caso, sólo puede hacerlo de la manera más intrusiva y costosa, que es la intervención militar. Y, sin embargo, las intervenciones más eficaces no son militares. Es mejor, desde todo punto de vista, que se tomen medidas antes de que un conflicto llegue a la etapa militar.

(*) Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com

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