Alberto Fernández gozaba de una imagen positiva del 80 por
ciento. La gravedad de la pandemia, algunos errores propios y sobre todo las
zancadillas y mentiras de la oposición parecen haber dado por finalizada la
luna de miel.
La buena performance del presidente en los primeros tiempos
contra el Covid-19 le habían dispensado una luna de miel con la opinión
pública. El hombre tomó buenas y duras medidas sanitarias, bien asesorado por
el Comité de Expertos y en consulta con los gobernadores. Al mismo tiempo fue
adoptando paliativos económicos para millones de argentinos menos pudientes.
Así cosechó elogios de organizaciones internacionales y
también en el frente interno, incluso de un sector de clase media que había
sido votante de Mauricio Macri y no estaba arrepentido de ese paso al abismo.
Las encuestas reflejaron ese estado de ánimo de la sociedad,
donde Fernández aparecía con una imagen positiva de 80 por ciento. El problema
es que «nada es para siempre», como canta Fabiana Cantilo. Si la situación
objetiva se agrava y cambia para mal, o bien se cometen errores propios o hay
fuego amigo, o si los aliados de hoy rompen filas y se pasan al otro bando, del
que nunca se fueron, etcétera, entonces el idilio se rompe. Algo de eso sucedió
esta semana.
El frente sanitario siguió sumando contagios y fallecidos,
sobre todo en el epicentro de la enfermedad, la Ciudad de Buenos Aires y el
Área Metropolitana de la provincia de Buenos Aires. Si bien todo el país sufre
el Covid-19, en aquella zona está la mayor parte de los 229 muertos y 4.532
contagiados.
Y los especialistas médicos coinciden en que el pico de la
pandemia será durante este mes y en junio, cuando las temperaturas más bajas
sean un mejor caldo de cultivo del virus. Esto supone una amenaza muy grave que
inhibe las intenciones de flexibilizar la cuarentena. Sin embargo, esa
flexibilización es una necesidad económico-social. Es que el párate de la
economía ha sido abrupto desde el aislamiento obligatorio decretado por
Fernández a partir del 20 de marzo pasado y prorrogado en dos ocasiones.
Economistas de diversas tendencias y escuelas coinciden en
que este párate significará una caída del 6 por ciento del PBI para el año en
curso. Quizás esos cálculos se hayan quedado cortos porque sólo entre marzo y
junio se estima que el Estado gastará en el paquete de asistencia social a
personas y empresas 1.7 billón de pesos, equivalentes al 5.6 por ciento del
PBI. Por cierto, que esa asistencia, fruto mayormente de la emisión monetaria,
es algo necesario y justo, que incluso en varios ítems es una frazada corta que
deja muchos pies sin cobijo.
La contradicción está al rojo vivo: si no se reactiva la
economía hay más hambre, si se reactiva hay más enfermedad y muertes. El
cronista cree en forma paulatina hay que ir desplazando el énfasis de la acción
de gobierno hacia el eje económico-social, sin permitir ningún «Viva la Pepa»
como en España y así como propone la bestia que habita el Salón Oval.
Eslabones débiles.
En regímenes capitalistas dependientes los que sobrellevan
el mayor peso de las crisis económicas son los trabajadores. Los grupos
concentrados del poder económico y financiero son muy rápidos en descargar
hacia abajo los costos de etapas duras como las que nos toca vivir.
En un periquete la Unión Industrial «Argentina» (comillas
porque varias de las empresas allí nucleadas son extranjeras o mixtas) firmó
acuerdos de rebaja salarial con la desprestigiada CGT de Azopardo 802.
Y lo llamativo del caso, o no tanto, es que semejante pacto
tuviera el visto bueno del ministro de Trabajo, Fernando Moroni, lo que
garantizará su rápida homologación. En paralelo, Petroleros Privados, Comercio,
SMATA, UOM, textiles y otros gremios firmaron con sus patronales actas de no
despidos por 60 o 120 días, según los casos, al precio de bajar el 25 por
ciento los sueldos netos.
Como Comercio, del geronte Armando Cavalieri, tiene 600.000
afiliados, quiere decir que sólo entre esos cinco sindicatos hay cerca de un
millón de afectados.
Esos asalariados venían de sufrir recortes por pérdidas
frente a la inflación en los cuatro años de macrismo. Fueron víctimas del
neoliberalismo y ahora, casi sin solución de continuidad, lo son del
capitalismo salvaje del compromiso entre la entidad presidida por un directivo
de Aceitera General Deheza, Miguel Acevedo, y otra por un seudo sindicalista de
la Sanidad, Héctor Daer.
La línea que divide a empresarios y
sindicalistas-empresarios es casi invisible. Lo patentiza el patrón entronizado
en Gastronómicos, su obra social y negocios conexos, Luis Barrionuevo, «alias
tenemos que dejar de robar dos años». Ahora declaró que «la pandemia es el
Estado y 8 millones de boludos del sector privado mantenemos al resto». ¡Si
Luisito habrá afanado en los dos mostradores, tomándonos de boludos a los
argentinos!
Esas lacras estén aprovechando la pandemia para poder
prolongar su atornilla miento en los sillones gremiales. Es que rige la
imposibilidad de asambleas y manifestaciones. El 1 de mayo sólo hubo una
pequeña protesta en Capital Federal. Cuando se reanude la vida activa política
y sindical es probable que vuelvan escenas como la del 7 de marzo de 2017
cuando las cúpulas huyeron de un palco ante bases que gritaban «Ponle fecha (al
paro) la puta que te parió».
Algún costo político podría pagar esa dirigencia gremial por
sus lesivos acuerdos con monopolios. Varios de esos eslabones débiles van a
romperse.
Errores propios.
Fernández sólo admitió en un reportaje no haber sido claro
en advertir que en las ciudades grandes seguiría prohibido salir una hora a
cinco cuadras del domicilio. «Se me pasó», dijo. Un error menor porque del
decreto y su mensaje grabado en tono profesoral surgía clarita la prohibición.
Otros posibles errores no quisieron ser asumidos. Por eso
mandó a Santiago Cafiero a pedirle la renuncia a Alejandro Vanoli, titular de
la Anses. No fue Cafiero quien lo había designado sino el presidente, como a
todos los funcionarios, luego de consultas para congeniar a distintas
tendencias del peronismo. Él lo designó y él debió pedirle la renuncia. No lo hizo
porque el verbo equivocarse en primera persona del singular es muy difícil de
conjugar, también para el profe de Derecho Penal.
A Vanoli ahora se le reprocha en los medios amigos no haber
sacado a funcionarios macristas de empresas donde Anses tenía acciones, caso
Techint. No es por disculpar al renunciante, pero ¿Fernández se lo pidió?
Difícil que lo haya hecho pues hubo un bimestre de elogios mutuos entre el
presidente y el jefe de Gobierno de la CABA y los gobernadores macristas de
Jujuy, Mendoza y Corrientes. Si Vanoli echaba a aquellos funcionarios podían
acusarlo desde el PEN de sabotear esa alianza «con todos», que estaba en la
base del 80 por ciento de popularidad presidencial.
Eran los meses de almuerzos del presidente con la plana
mayor de la UIA, la AEA y Cicyp, los viajes a Israel y Europa, las fotos con
los mencionados gobernadores, los amigables reportajes con Morales Solá, Majul
y Fontevecchia, etcétera.
Y ese parece el mayor error político cometido por AF y el
gobierno: no conformar una fuerza propia del campo nacional, democrático y
popular. Sólo con esas espaldas políticas pueden tener éxito medidas que
afecten a los grupos concentrados de la economía. Y se pueden repeler las
inevitables campañas políticas que éstos relanzan apenas ven rozados algunos de
sus privilegios.
Este es el quid de la cuestión.
Los otros errores son un asunto menor.
Apenas ese núcleo concentrado de las finanzas se enteró del
proyecto de gravar el blanqueo de capitales o las grandes fortunas y/o las
mayores facturaciones, terminó la luna de miel con AF. Empezó a pegarle duro en
los tobillos, usando herramientas que no lo expusieran de modo directo. Una
fueron los diarios, radios y canales de televisión, vendiendo carne podrida,
como el supuesto plan kirchnerista para liberar a miles de delincuentes, una
intención que nunca existió.
El otro instrumento fue el caceroleo de la clase media
pedorra, esa que vive en Almagro y sueña con estar en un country: la operaron
de la cabeza para que protestara contra las falsas liberaciones. Tiene muchas
ollas, varias con comida suficiente -que falta en tantos barrios- y otras
cacerolas en desuso, y salió a hacer ruido el jueves a la noche.
Otra vez Fernández no se animó a bancar la parada. Marcela
Losardo dio la cara para desmentir amablemente la versión de las liberaciones,
sin denunciar a los responsables de tamaña intoxicación masiva.
El gobierno estuvo a la retranca explicando lo de las cárceles
y no pasó a la ofensiva con el impuesto a las grandes fortunas, que aún hoy
está indefinido en su tasa y alcances, y también en cuanto a cómo y cuándo
podría ser tratado en el Congreso.
Ese sí es un error grave; también el aval al acuerdo UIA-CGT
para bajar 25 por ciento los sueldos de trabajadores.
Esos monopolios son miserables. Son los grandes
delincuentes. Los argentinos seguimos presos de sus capitales de acá y
offshore. Los analfabetos políticos no quieren saberlo y cacerolean contra
presos de poca monta en comparación con los Rocca, Magnetto, Macri y los
banqueros, todos libres y planificando más atracos.
ortizserg@gmail.com
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