Por Juan Pablo Cárdenas. S:
Antes de cualquier consideración, expreso nuestro
reconocimiento y gratitud a aquellos periodistas y animadores de televisión que
están cumpliendo con solvencia y abnegación sus tareas, especialmente en estos
tiempos de pandemia y alta conmoción pública. Sin embargo, nos obligamos a
deplorar la presencia en nuestra “pantalla chica” de tantos y presumidos
“rostros” que demuestran tener esa cultura de apenas “un centímetro de
profundidad” y cometen tantos extravíos en la forma de expresarse y difundir
las noticias. Pareciera que para trabajar en nuestros canales de señal abierta
lo que se exige es superficialidad, docilidad con los entrevistados y un estilo
que con facilidad incurre en la ramplonería. Nos atrevemos a continuación a
señalar algunos de sus más recurrentes desatinos y necedades.
En primer lugar, da la impresión que la “rubiera” es una de
las principales condiciones para llegar a la TV. Quienes vieran nuestros
canales en silencio o mute desde el extranjero podrían pensar de que se trata
de un canal nórdico, más que de uno latinoamericano. Claro: los rubios
naturales o auténticos se convierten en las máximas estrellas, pero casi todos
y todas se tiñen el pelo, se hacen risos o estridencias en sus cabezas que los
hacen estar acorde con una realidad que, por supuesto, no es la de la más
habitual condición física de nuestra población. De alguna forma actúan igual
que tantos futbolistas de todo el mundo convencidos de que su fama radica en su
cabello, más que en la forma de mover sus piernas.
Salta a la vista, también, su forma de vestir. Animadores y,
especialmente, conductoras que no hay día en que no renuevan por completo su
vestuario, aunque sabemos que se trata de prendas que muchas veces no
pertenecen a sus roperos, sino más bien al de las tiendas más exclusivas,
aunque no necesariamente de buen gusto. Los varones se prodigan, sobre todo,
con el corte de sus cabellos, las corbatas y zapatillas de marca, aunque en
general no se les exige tanta exuberancia. Deben ser estas nuevas apariencias
las que explican que periodistas y conductores de pasado discreto hoy sean
(especialmente ellas) seducidas por políticos y empresarios que poco a poco les
han ido nublando sus antiguos valores y convicciones. Personajes que antes
fueron, incluso, atrevidos en la crítica contra la Dictadura y que hoy han sido
capturados por el derechismo y las ideas neoliberales. Sacralizando la palabra
“mercado”, han llegado a decir que la estabilidad de éste es más necesaria que
priorizar la vida de quienes pertenecen a la Tercera Edad, a los pobres o
emigrantes.
Como anotaba una “carta al director” de un antiguo
periodista, todos estos rostros de a poco van olvidándose de las
características de los buenos entrevistadores y van comportándose más
arrogantes y latos con la palabra y los conocimientos que mal que mal algo
logran adquirir de tanto repetir las mismas noticias a toda hora del día.
Aunque mucho se ha cerrado el ámbito de los contenidos de nuestros noticiarios,
derivando en un trastornado Chile centrismo en que nada importa casi lo que
sucede en todo el mundo. Lo que los lleva a presumir, todavía, como un país a
las puertas del Primer Mundo, aunque las imágenes obligadas a difundir nos han
evidenciado a todos la realidad de nuestra extendida pobreza y las profundas e
irritantes desigualdades sociales y culturales.
Y, con ello, comprobar la arrogancia de nuestros multimillonarios que se
creen facultados para burlar las disposiciones sanitarias y poner en riesgo a
los más “vulnerables”, usando un eufemismo propio de nuestro país para soslayar
el uso de expresiones como “pobres”, “miserables” o “segregados”.
Los horrores del lenguaje periodístico, que desgraciadamente
se ha hecho también pandemia en el hablar de toda la población, lleva a los
actores principales de la televisión chilena a reemplazar el sustantivo
“problema” por el adjetivo “problemática”. Así como anteponer la expresión “en
lo que es” a tal cual cosa o asunto. Como decir, por ejemplo, “nos encontramos
en lo que es la comuna de Providencia, nos dirigimos “a lo que es” el barrio
tal. Así como las avenidas suelen tildarse de “arterias” y otros modismos
inspirados en la anatomía animal.
Destaca también en el lenguaje comunicacional la errónea
pronunciación de los términos extranjeros: ya no hay casi nadie que pronuncie
como es debido le apellido Einstein o el nombre Cristián, los que suelen
emitirse de forma literal o al decir del inglés. El barbarismo “super” ya
prácticamente desplazó totalmente al adverbio “muy” … Por supuesto que aceptamos que el idioma debe
ir variando sus formas, pero muy triste nos parece que los términos extranjeros
hayan infectado nuestra bella lengua, así como bautizado nuestras tiendas,
restoranes, alimentos criollos, tragos y otras especies culinarias. Palabras
tan bellas o certeras como “recreo” o “fuerte” ahora se reemplazan por breake o
heavy (éstas sí que bien pronunciadas). Así como los mercados libres han pasado
a llamarse duty free o las hipertensas han variado a mal.
Muy pavoroso nos resulta, además, la completa insolvencia de
nuestros rostros televisivos en materia de geografía, historia, ni que decir en
otras disciplinas del conocimiento. La forma, por ejemplo, que el trato
periodístico le ha dado a potencias como China, Japón y Rusia, sin tener
sospecha siquiera de su tamaño físico, poblacional o nivel educacional.
Pareciera que las nuevas generaciones de periodistas y animadores piensan que
solo deben responder por el conocimiento de lo sucedido después de que estos
nacieron. De tal manera que sucesos como las últimas guerras mundiales, la
desintegración de la Unión Soviética o los últimos conflictos de la Guerra Fría
les parecen tan remotos como la civilización griega, egipcia o greco romana.
Así como no son pocos los animadores de TV que reconocen sin dejo de vergüenza
que nunca o muy accidentalmente han leído un libro o escuchado siquiera el
nombre de los grandes compositores y artistas. Tanto que hasta se mofan o
catalogan de “retro” o pedantes a los que leen y escuchan a los autores
clásicos.
Pero no sería extraño que estos comunicadores por su
ambición y ego pudieran convertirse en afamados políticos o hasta en jefes de
estado, si tomamos en cuenta la terrible ignorancia que muestran Donald Trump,
un Efraín Bolsonaro o el mismísimo Sebastián Piñera, que nos tiene acostumbrados
a sus vergonzosos fiascos a nivel mundial. Como aquel de creer que Robinson
Crusoe era un personaje real y no de ficción o, para responder a la
hospitalidad alemana, transcribir una estrofa de su himno que fuera suprimida
después del genocidio y el holocausto nazi.
Obligados a ver televisión todos los días, al menos algunos
podemos escapar a ratos del deplorable desempeño de sus rostros al sintonizar
algunos canales extranjeros. Apreciar, por ejemplo, el pulcro desempeño de la
televisión europea en sus versiones en nuestro idioma o en sus principales
lenguas cuando las entendemos. Darnos cuenta de cómo la propia televisión
argentina, colombiana y venezolana nos dan “cancha, tiro y lado” en su
diversidad informativa. Cuando los problemas de mundo y la región suelen ser
tanto o más severos que el coronavirus. Ignorando que existen otras infecciones
y aberraciones políticas y sociales que matan a diario mucho más que la
epidemia de moda. Cuando hay cifras del cáncer, del hambre y otras pestes que
siguen asolando a nuestras poblaciones.
Temas acallados por nuestras estaciones de TV, radios y
periódicos, poblados también de figuras imberbes intelectualmente, que
acostumbran a despreciar a los analistas con más experiencia y cultura. Pese a
que la solución para la salud del mundo seguramente pasará más por la revisión
histórica, la conciencia ideológica y la rebelión de los oprimidos, que por el
descubrimiento de una vacuna y de aquellos fármacos ya en experimentación que,
de seguro, van a proponerse estimular las ganancias de los laboratorios más
inescrupulosos, como de las potencias hegemónicas.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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