sábado, 23 de mayo de 2020

La crisis del capitalismo y las guerras en el marco de la pandemia


Por Diego Olivera Evia:
Hacia donde avanza la realidad de las derechas latinoamericanas

La pandemia de coronavirus se está convirtiendo en una crisis social, económica y política en una escala que no tiene precedente. La drástica caída de ayer en los mercados mundiales y especialmente en los Estados Unidos, donde Wall Street registró su mayor pérdida de un día desde 1987, surgió del reconocimiento de que la pandemia afectará masivamente la economía mundial y perturbará profundamente el orden social existente.

Las estimaciones de la probable escala de muertes por la enfermedad están aumentando la ansiedad. El número total de infecciones confirmadas en todo el mundo se acerca a las 150.000 y aumenta exponencialmente, pero esto subestima enormemente la realidad. Debido a la falta de pruebas adecuadas y el largo periodo antes de que aparezcan síntomas, el número real es mucho mayor. La cifra oficial de muertes es ahora de más de 5.000 y las vidas de incontables millones de personas en todo el mundo están en peligro.

Italia está profundizando su cierre nacional, con prácticamente todas las tiendas cerradas y las calles vacías. La canciller alemana Angela Merkel ha dicho que entre el 60 y el 70 por ciento de la población se infectará, lo que significa que millones de personas necesitarán cuidados intensivos o morirán. Según se informa, Irán ha comenzado a cavar fosas comunes a medida que la epidemia se descontrola. Francia está cerrando todas las escuelas y universidades. En los Estados Unidos, se han cancelado los principales eventos deportivos y de entretenimiento, y las tiendas de comestibles se han quedado rápidamente sin productos de primera necesidad.

La pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto la incapacidad del sistema capitalista para hacer frente a tal crisis. Los Gobiernos de todo el mundo han respondido con un asombroso nivel de incompetencia y desorden. No se han hecho preparativos para un desastre totalmente previsible. Los sistemas de salud, privados de recursos, están abrumados.

La incapacidad total de los Estados Unidos, el país capitalista más rico del mundo, para responder a esta emergencia inculpa al Gobierno y a todo el sistema económico.

El discurso de Trump se produjo después de semanas en las que el presidente, centrado enteramente en el impacto de la crisis en el mercado de valores, proclamó que todo estaba bien, que el coronavirus no era una amenaza seria. No se atrevió a expresar ni una pizca de simpatía por las masas populares de los Estados Unidos y del mundo entero que están viendo sus vidas volcarse. No anunció ninguna medida para hacer frente a la falta de pruebas o a la extrema escasez de instalaciones de atención médica.

Sin embargo, no se trata sólo de la personalidad sociópata del actual ocupante de la Casa Blanca. Trump es el producto del capitalismo estadounidense, de una sociedad dominada por niveles de desigualdad sin precedentes, en la que una vasta riqueza ha sido acumulada por la élite financiera a expensas de todo lo demás.

Los gigantescos bancos y corporaciones deben ser puestos bajo propiedad pública y control democrático. Las grandes fortunas de los ricos deben ser expropiadas para que haya fondos disponibles para garantizar el acceso universal a la atención médica, la vivienda, los servicios públicos y otras necesidades sociales. Toda la vida económica debe reorganizarse sobre la base de una economía global y planificada, eliminando el obstáculo de la propiedad privada y el afán de lucro. La última consideración que debe tenerse en cuenta es el impacto en las ganancias empresariales y en los valores de las acciones de Wall Street.


Hacia donde avanza la realidad de las derechas latinoamericanas
América Latina es hoy la única región donde hay un cuestionamiento real en un conjunto de países a las políticas neoliberales impuestas por los organismos financieros internacionales. Si uno mira hacia Europa, África, Asia u Oceanía verá que existen múltiples movimientos sociales que cuestionan las políticas de ajuste y que algunos tienen una importante representatividad parlamentaria. Sin embargo, como región, hay sólo una donde existen debates profundos y liderazgos fuertes que cuestionan –como mínimo– el orden neoliberal y proponen propuestas superadoras.

La reciente dura respuesta del gobierno de los Estados Unidos a la decisión del Salvador de romper relaciones con Taiwán y reconocer a la República Popular China es un claro ejemplo de la preocupación de la Casa Blanca por cada paso mínimo que pueda dar en su “patio Trasero” un gobierno alineado con la corriente progresista que se ha desarrollado en América Latina y el Caribe en el siglo veintiuno.
Hay que destacar que esta corriente es muy heterogénea y difícil de definir en términos conceptuales porque abarca desde el Frente Amplio de Pepe Mujica en el Uruguay hasta la Cuba revolucionaria, pasando por el chavismo en Venezuela, Evo Morales Bolivia o el kirchnerismo en la Argentina que gobernó durante doce años.

Esta corriente está formada por hombre y mujeres que se definen como “progresistas”, de “izquierda”, “populistas”, “nacionales y populares”, “socialistas”, y una amplia gama de definiciones que incluyen a algunos y excluyen a otros.

Sin embargo, tienen muchos puntos en común que los llevó a acercarse para forjar por primera vez desde las independencias nacionales del siglo XIX una región integrada en base a un discurso que algunos definen como “post-neoliberal”, aunque varios hayan seguido aplicando postulados clásicos del dogma neoliberal; y la búsqueda de un camino de integración regional sin la tutela de los Estados Unidos, aunque esto tampoco implica una retórica “antiimperialista” en conjunto.

Esta nueva corriente emergió como una novedad para América Latina en el siglo XXI y se fue consolidando en franca disputa con las corrientes conservadoras, liberales, de derecha que con sus diferencias y matices gobernaron durante los siglos XIX y XX. En el siglo XX los gobiernos populares-progresistas-nacionalistas o de izquierda en sus múltiples variantes fueron relativamente de corta duración porque la mayoría fueron derrocados por sangrientos golpes de Estado, con la salvedad de Cuba y su revolución en 1959.

Si miramos retrospectivamente veremos que la última etapa de uniformidad en la región fue la década de los noventa del siglo pasado, la que en diversos trabajos hemos definido como “la década del mito neoliberal”. Esa década en América Latina tuvo una característica: la aplicación de las teorías neoliberales y el éxito de su discurso mediático. Salvo Cuba, que es un caso aparte, en los noventa la ola del pensamiento neoliberal se expandió a lo largo y ancho de América Latina.

El neoliberalismo extremo desde una posición marginal y minoritaria durante casi todo el siglo XX logró convertirse en doctrina hegemónica. Para ello fueron necesarias dos fases: una de imposición y otra de consenso. En la primera, para imponer su nuevo paradigma como verdad absoluta e incuestionable, necesitaron de dictaduras militares que impidieran cualquier tipo de oposición y sociedades paralizadas por el miedo (Brasil, Chile, Argentina).

Es importante señalar que la imposición del modelo neoliberal no fue consecuencia directa del fracaso de los proyectos “populistas” porque la mayoría de los gobiernos “populistas” NO fueron castigados por el voto popular, sino que fueron derrocados por golpes de Estado.

En la segunda fase, con la apreciable participación de los medios masivos de comunicación se fue consolidando un consenso ideológico aplastante y la conformación de lo que Ignacio Ramonet definió como “pensamiento único”. El trabajo ideológico de los pensadores que difundieron las teorías neoliberales tuvo éxito ya que en pocos años lograron que sus ideas parecieran –reitero, parecieran– el único modelo lógico y viable.

(*) Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com

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