viernes, 8 de mayo de 2020

Bolsonaro, alias Bolsonazi, en su peor momento político



Por Sergio Ortiz:
El presidente de Brasil está atravesando el peor momento de su presidencia, con riesgo incluso de perderla. Tal su desgaste de antes y especialmente en la pandemia.

Encuestas de Datafolha estiman que la popularidad del mandatario de ultraderecha ha caído al 30 por ciento. Esa baja marca seguirá cayendo porque en estos días está firmando más decretos modificando los derechos laborales maltrechos en la presidencia poco legítima de Michel Temer y la suya propia, comenzada el 1 de enero de 2019.


Esa caída en su imagen positiva venía de antes de aparecer el Covid-19. Comenzó con sus posiciones persecutorias de toda oposición con tintes de socialismo o «lulismo», movimientos gremiales, sociales, feministas, indígenas y de la diversidad sexual. Su persecución a esos movimientos fue global, pegando duro sobre sus integrantes y sus ideas. Por ejemplo, trató de extirpar conceptos científicos y humanistas de la educación: ¡Paulo Freire era un terrorista o «energúmeno ídolo de la izquierda»!

Ya en 2020 chocó de frente contra el coronavirus, absolutamente negado como problema desde el Palacio del Planalto, la sede presidencial. Alineado con su socio mayor, Donald Trump, calificó la pandemia como «una gripecita» y se negó a tomar medidas de prevención. Cuando lo hizo, en febrero, bajo el peso de la dura realidad, ya era tarde. Brasil, con una población de 208 millones de habitantes, quedó al tope del podio de los países latinoamericanos más afectados.

«O mais grande…».
Hoy tiene más de 72.000 contagiados y más de 5.000 muertos, habiendo fallecidos 474 sólo en un día, el martes 20. Con ese registro supera a China en el número de muertos por la pandemia y no puede argumentar, siguiendo a su amo Trump, que le faltara información pues ya el 3 de enero Brasil estaba notificado de la existencia del problema.

Con todas las evidencias y saldos humanos y económicos negativos de su conducta que roza lo criminal, el presidente brasileño sigue empeñado en violar la cuarentena, relajar las normas de prevención y volver a la «actividad normal», cuando es fácil colegir que eso agravará del número de infectados y fallecidos.
Se lo pudo ver hace días caminando por las calles, entrando a panaderías, sacándose fotos con empleados y vecinos, como si no pasara nada grave. Si él hace eso, muchos brasileños van a pensar que también pueden hacer lo mismo; debe ser lo que él quiere fomentar que piensen y hagan.

Desde el punto de vista económico-social, Bolsonazi es un brutal exponente del neoliberalismo. Debe extrañar mucho a su amigo Mauricio Macri, el primer presidente extranjero que recibió en Brasilia el 17 de enero de 2019. Los primeros viajes de Bolsonaro al extranjero los planificó cuidadosamente para testimoniar, como él dijo, a qué tipo de mundo quería pertenecer: Estados Unidos, Israel, Japón, Corea del Sur y Taiwán.

Ese alineamiento internacional también le provocó heridas autoinfligidas que lo dejaron más débil para encarar las tareas sanitarias. Es que rompió el acuerdo del programa «Más Médicos» firmado por Dilma Rousseff con las autoridades cubanas, por el cual entre 2013 y 2018 unos 20.000 médicos cubanos habían atendido a poblaciones alejadas y de municipios pobres, muchos de los cuales vieron por primera vez un médico en su vecindad.

Hoy Bolsonaro los echará de menos, pero el daño fue hecho. Fue más sintonía fina con la derecha macrista de Argentina, que encendió una campaña en las redes a propósito del anuncio gubernamental de que podría necesitar 200 médicos cubanos para el frente bonaerense contra el COVID-19. También en esto los bolsonaristas y macristas se dan la mano, siguiendo órdenes del magnate norteamericano aun cuando sufran la salud y la vida de sus respectivas poblaciones.

Pérdidas políticas.
El descenso político del capitán retirado del Ejército se hizo notable a partir de marzo pasado. El 3 de abril Horacio Verbitsky dijo en El Destape Radio que los militares habían tomado el gobierno de Brasil y aislado a Bolsonaro». Textual: «no equivale a la deposición del presidente, pero sí a su reducción a una figura del tipo de un monarca constitucional, sin poder efectivo».

A la luz de los hechos fue una información errónea, porque el presidente siguió teniendo en sus manos el gobierno y adoptando malas decisiones. El costado cierto de aquella data es que las aguas bajaban revueltas en el Planalto y la cúpula militar.

El mandatario despidió a su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, partidario de las medidas recomendadas por la OMS y en sintonía con la mayor parte de los 27 gobernadores. En su reemplazo puso a un ministro que representa a la medicina privada, Nelson Teich, con empresas como el Grupo Clínicas Oncológicas Integradas (COI) y asesor del privado Hospital Albert Einstein de Sao Paulo. También es director ejecutivo de la consultora en economía MedInsight – Decisions in Health Care. No parece el perfil de un hombre preocupado y conocedor de la salud pública…

El otro ministro que salió eyectado del gabinete fue el de Justicia, Sergio Moro, quien acusó a Bolsonaro de entrometerse en su área al despedir al jefe de la Policía Federal, que dependía de Justicia.
Las acusaciones entre Moro y Bolsonaro generaron que el Fiscal General de la República, Augusto Aras, pidiera la apertura de un proceso judicial contra el presidente por posibles delitos. Si bien esto recién empieza y un impeachment no parece inmediato, que se empiece a discutir esa alternativa es un dato político sobresaliente. La ruptura del contubernio Moro-Bolsonaro, que en el pasado dejó afuera de la carrera electoral a Lula da Silva, también es un hecho auspicioso. Cuando dos ladrones se pelean, sale ganando la gente honrada…

Numerosas organizaciones sociales y políticas, y el Frente Brasil Popular y el Pueblo Sin Miedo, han firmado documentos muy críticos del presidente, sentando las bases para plantear su salida del gobierno. Sería una respuesta democrática a su pésima actuación en la crisis y también a su participación en un acto frente al Cuartel General del Ejército. El 19 de abril habló ante un público menguado de 500 personas, que reclamaban el cierre del Congreso y una dictadura militar suya. Incluso portaban carteles reivindicando el AI-5 (Acta Institucional 5) de la pasada dictadura (1964-1985). Ese régimen no sólo disolvió el Congreso, suspendió los derechos políticos de los civiles y estableció la censura previa de la prensa, sino que también torturó a 20.000 personas y asesinó y desapareció a otras 434.

Si los brasileños aprecian la salud y la democracia, tendrán que despedir pronto y sin indemnización a Bolsonazi y su ministro de Economía, el exbanquero neoliberal Pablo Guedes. Son ellos o la vida.
ortizserg@gmail.com

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