El presidente de Brasil está atravesando el peor momento de
su presidencia, con riesgo incluso de perderla. Tal su desgaste de antes y
especialmente en la pandemia.
Encuestas de Datafolha estiman que la popularidad del
mandatario de ultraderecha ha caído al 30 por ciento. Esa baja marca seguirá
cayendo porque en estos días está firmando más decretos modificando los
derechos laborales maltrechos en la presidencia poco legítima de Michel Temer y
la suya propia, comenzada el 1 de enero de 2019.
Esa caída en su imagen positiva venía de antes de aparecer
el Covid-19. Comenzó con sus posiciones persecutorias de toda oposición con
tintes de socialismo o «lulismo», movimientos gremiales, sociales, feministas,
indígenas y de la diversidad sexual. Su persecución a esos movimientos fue
global, pegando duro sobre sus integrantes y sus ideas. Por ejemplo, trató de
extirpar conceptos científicos y humanistas de la educación: ¡Paulo Freire era
un terrorista o «energúmeno ídolo de la izquierda»!
Ya en 2020 chocó de frente contra el coronavirus,
absolutamente negado como problema desde el Palacio del Planalto, la sede
presidencial. Alineado con su socio mayor, Donald Trump, calificó la pandemia
como «una gripecita» y se negó a tomar medidas de prevención. Cuando lo hizo,
en febrero, bajo el peso de la dura realidad, ya era tarde. Brasil, con una
población de 208 millones de habitantes, quedó al tope del podio de los países
latinoamericanos más afectados.
«O mais grande…».
Hoy tiene más de 72.000 contagiados y más de 5.000 muertos,
habiendo fallecidos 474 sólo en un día, el martes 20. Con ese registro supera a
China en el número de muertos por la pandemia y no puede argumentar, siguiendo
a su amo Trump, que le faltara información pues ya el 3 de enero Brasil estaba
notificado de la existencia del problema.
Con todas las evidencias y saldos humanos y económicos
negativos de su conducta que roza lo criminal, el presidente brasileño sigue
empeñado en violar la cuarentena, relajar las normas de prevención y volver a
la «actividad normal», cuando es fácil colegir que eso agravará del número de
infectados y fallecidos.
Se lo pudo ver hace días caminando por las calles, entrando
a panaderías, sacándose fotos con empleados y vecinos, como si no pasara nada
grave. Si él hace eso, muchos brasileños van a pensar que también pueden hacer
lo mismo; debe ser lo que él quiere fomentar que piensen y hagan.
Desde el punto de vista económico-social, Bolsonazi es un
brutal exponente del neoliberalismo. Debe extrañar mucho a su amigo Mauricio
Macri, el primer presidente extranjero que recibió en Brasilia el 17 de enero
de 2019. Los primeros viajes de Bolsonaro al extranjero los planificó
cuidadosamente para testimoniar, como él dijo, a qué tipo de mundo quería
pertenecer: Estados Unidos, Israel, Japón, Corea del Sur y Taiwán.
Ese alineamiento internacional también le provocó heridas
autoinfligidas que lo dejaron más débil para encarar las tareas sanitarias. Es
que rompió el acuerdo del programa «Más Médicos» firmado por Dilma Rousseff con
las autoridades cubanas, por el cual entre 2013 y 2018 unos 20.000 médicos
cubanos habían atendido a poblaciones alejadas y de municipios pobres, muchos
de los cuales vieron por primera vez un médico en su vecindad.
Hoy Bolsonaro los echará de menos, pero el daño fue hecho.
Fue más sintonía fina con la derecha macrista de Argentina, que encendió una
campaña en las redes a propósito del anuncio gubernamental de que podría
necesitar 200 médicos cubanos para el frente bonaerense contra el COVID-19.
También en esto los bolsonaristas y macristas se dan la mano, siguiendo órdenes
del magnate norteamericano aun cuando sufran la salud y la vida de sus
respectivas poblaciones.
Pérdidas políticas.
El descenso político del capitán retirado del Ejército se
hizo notable a partir de marzo pasado. El 3 de abril Horacio Verbitsky dijo en
El Destape Radio que los militares habían tomado el gobierno de Brasil y
aislado a Bolsonaro». Textual: «no equivale a la deposición del presidente,
pero sí a su reducción a una figura del tipo de un monarca constitucional, sin
poder efectivo».
A la luz de los hechos fue una información errónea, porque
el presidente siguió teniendo en sus manos el gobierno y adoptando malas
decisiones. El costado cierto de aquella data es que las aguas bajaban
revueltas en el Planalto y la cúpula militar.
El mandatario despidió a su ministro de Salud, Luiz Henrique
Mandetta, partidario de las medidas recomendadas por la OMS y en sintonía con
la mayor parte de los 27 gobernadores. En su reemplazo puso a un ministro que
representa a la medicina privada, Nelson Teich, con empresas como el Grupo
Clínicas Oncológicas Integradas (COI) y asesor del privado Hospital Albert
Einstein de Sao Paulo. También es director ejecutivo de la consultora en
economía MedInsight – Decisions in Health Care. No parece el perfil de un
hombre preocupado y conocedor de la salud pública…
El otro ministro que salió eyectado del gabinete fue el de
Justicia, Sergio Moro, quien acusó a Bolsonaro de entrometerse en su área al
despedir al jefe de la Policía Federal, que dependía de Justicia.
Las acusaciones entre Moro y Bolsonaro generaron que el
Fiscal General de la República, Augusto Aras, pidiera la apertura de un proceso
judicial contra el presidente por posibles delitos. Si bien esto recién empieza
y un impeachment no parece inmediato, que se empiece a discutir esa alternativa
es un dato político sobresaliente. La ruptura del contubernio Moro-Bolsonaro,
que en el pasado dejó afuera de la carrera electoral a Lula da Silva, también
es un hecho auspicioso. Cuando dos ladrones se pelean, sale ganando la gente
honrada…
Numerosas organizaciones sociales y políticas, y el Frente
Brasil Popular y el Pueblo Sin Miedo, han firmado documentos muy críticos del
presidente, sentando las bases para plantear su salida del gobierno. Sería una
respuesta democrática a su pésima actuación en la crisis y también a su
participación en un acto frente al Cuartel General del Ejército. El 19 de abril
habló ante un público menguado de 500 personas, que reclamaban el cierre del
Congreso y una dictadura militar suya. Incluso portaban carteles reivindicando
el AI-5 (Acta Institucional 5) de la pasada dictadura (1964-1985). Ese régimen
no sólo disolvió el Congreso, suspendió los derechos políticos de los civiles y
estableció la censura previa de la prensa, sino que también torturó a 20.000
personas y asesinó y desapareció a otras 434.
Si los brasileños aprecian la salud y la democracia, tendrán
que despedir pronto y sin indemnización a Bolsonazi y su ministro de Economía,
el exbanquero neoliberal Pablo Guedes. Son ellos o la vida.
ortizserg@gmail.com
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