Por Carolina Vázquez Araya:
Por qué no funcionan las estrategias institucionales para
detener la violencia feminicida.
De nada sirve tratar de explicar los motivos detrás de la
tortura, violación y muerte de niñas y niños, de adolescentes y de mujeres, los
cuales suceden a diario en nuestros países. Esto, porque no existe tal cosa
como un “motivo” capaz de llevar a otro ser humano a cometer semejantes
atrocidades y mucho menos la recurrente justificación de los crímenes como
resultado de arrebatos pasionales o situaciones de orden privado. Basta leer
las noticias para constatar hasta qué punto el feminicidio y la violencia contra
la niñez se han ido consolidando como un problema sin solución, como una carga
cuyo peso sacude los cimientos morales y los valores de nuestras sociedades,
pero para la cual nadie ofrece solución.
Algunos intentos por hacer visible la dimensión del horror
chocan de frente contra una comunidad humana cuya sensibilidad se ha perdido
junto con su sentido de pertenencia. Por lo general, se utiliza como excusa el
desconocimiento o la desestimación de la gravedad del fenómeno, y todo se
reduce a dejar pasar para no comprometerse en una lucha para la cual es
necesario un acto de suprema valentía: reducir en pedazos la escala de valores
caduca y deshumanizante que nos gobierna y, a partir de esa latitud cero,
asumir como sociedad la tarea de reconstruir un tejido social en donde la vida
ha perdido valor y la justicia es poco menos que una utopía.
Para nadie es un secreto la connivencia entre sectores de
poder y organizaciones criminales. A partir de ahí, resulta casi imposible
detener la incidencia de crímenes tan espeluznantes como la trata de personas,
entre cuyas víctimas se encuentra toda clase de seres inocentes; desde niñas y
niños recién nacidos hasta hombres y mujeres adultas capturadas por estas
organizaciones para esclavitud laboral, prostitución, adopciones ilegales y
toda clase de atrocidades, en un flujo indetenible que los separa para siempre
de sus comunidades y sus familias.
En el origen de la degradación en el trato a niños, niñas y
mujeres, se puede identificar con absoluta certeza esa visión patriarcal y
machista de reducir la significación de esas vidas en una escala según la cual
son prescindibles y sujetas a la propiedad de otros. Asesinar a una mujer en un
arrebato de celos o violar a la hija porque “pertenece” a su padre han sido actos
tolerados por sociedades inmersas en un esquema imperante durante siglos, cuyas
normas permanecen activas por un sistema de poderes totalmente desequilibrado y
deshumanizante. Ante esta realidad, las estrategias institucionales diseñadas
por algunos gobiernos para eliminar o por lo menos reducir esta clase de
crímenes, de nada servirán en tanto no exista una revisión profunda de las
causas que los provocan. Esa tarea, aún pendiente, representa la eliminación de
obstáculos a la integración de todos los sectores en la toma de decisiones,
pero también en programas sociales ausentes en los planes políticos de la
actualidad.
Sumado a ello, otro factor indignante es la manera de
presentar los feminicidios y los crímenes contra la niñez en los medios de
comunicación social. La forma despectiva y sensacionalista de divulgar en
detalle estos actos atroces con el único fin de alimentar el morbo de sus
audiencias, retrata de manera puntual una de las más graves falencias humanas
de nuestras sociedades. A eso, es preciso añadir la indiferencia de esa
audiencia, cuya actitud de ver y dejar pasar demuestra cuán enraizada es la
tolerancia de la violencia contra las mujeres y la infancia y cuánto de esa
tolerancia –aún en estos tiempos- es considerada una herencia cultural
incuestionable.
ROMPETEXTO: La vida de niñas, niños y mujeres depende de un
retorcido marco cultural.
quintopatio@gmail.com
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