Por Jorge Aniceto Molinari:
Las organizaciones que se proponen objetivos revolucionarios
parecen a falta de un análisis profundo todas iguales.
Sin embargo, primero es necesario saber cuáles son
efectivamente esos objetivos revolucionarios y luego determinar los medios y
los caminos para llegar a ellos.
Los hay en la sociedad quienes niegan que sea necesario
llegar a definir esos objetivos. Niegan la sociedad de clases, y aseguran que
la democracia por si sola garantiza la superación de quienes se lo propongan.
Sin embargo, la sociedad indica otra realidad y el mundo
está hoy gobernado no por los Estados sino por las direcciones de los complejos
empresariales multinacionales, que gobernando la economía con el monitoreo del
FMI y del Banco Mundial se establecen aún en pugna entre sí, como lo determina
la esencia del propio capitalismo, en la dirección de la sociedad.
A esto se llega en una historia donde los modos de
producción se han ido sucediendo a través de procesos sociales que lo han
marcado, y con la característica de que cada uno de esos modos de producción
nace, se desarrolla, y luego declina perdiendo en primer lugar su
predominancia, que es lo que va a suceder y ya sucede con el modo de producción
capitalista.
Quienes pretendan construir una organización revolucionaria
que no entiendan esto, está condenada irremediablemente al fracaso. Salvo que
se pueda demostrar que no es así, posibilidad que toda ciencia siempre deja
abierta.
Hay procesos que parecieron desafiar esta idea: la
revolución cubana por ejemplo en su momento. Jóvenes cubanos deseosos de otro
destino para su país convertido en un garito e inda mais, para las clases
adineradas de EE.UU. y en el lugar de padecimientos de millones de cubanos, se
lanzaron tras la idea de una revolución liberadora de la sociedad y la construcción
de una más justa.
Sin duda que en esa sociedad aún dentro de la explotación
capitalista existía la posibilidad de reivindicaciones que hicieran mejor la
vida de la gente, como ocurre cada vez más limitadamente en todos los países
por los efectos de una crisis en la predominancia del sistema que se agudiza.
Esto sin dejar de reconocer que la vitalidad actual del
capitalismo reside en que el libre comercio está comandado por China y su
entorno, lo cual no deja de ser una enorme y explosiva contradicción.
Las fuerzas militares del país más poderoso militarmente de
la tierra, monitorearon la situación y llegaron a la conclusión de que no sería
nada malo para sus intereses que el Sargento Batista que presidía Cuba y cuyas
actitudes apenas toleraban dejara su lugar a un movimiento, que le iba a dar
otra cara a Cuba ante el mundo, con la esperanza de que no tocaran la pirámide
de privilegios, y desahogara el espíritu de justicia de una juventud con
antecedentes reivindicativos.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida y en las
narices mismas del Imperio los cubanos comandados por Fidel, jaqueados por las
presiones yanquis para que la justicia no afectara los intereses de sus
inversores explotadores, recurrieron a la Unión Soviética para mantener el proceso
de cambios que para su progreso impusieron a esa nación.
Cuba tenía además una rica tradición de militancia
comunista, e incluso cuando la derrota de Lenin en 1924, desarrolló junto con
Chile una fuerte tradición de izquierda no stalinista.
Ahora hacer lo mismo que en Cuba –llegar al poder
revolucionario a través de la guerrilla- parecía algo posible. Algo también
percibido por los organismos de inteligencia de EE.UU. que lo tuvieron en
cuenta para su plan Cóndor jugando así con la táctica del aborto y sus dos
brazos, infiltrar las guerrillas e iniciar una depuración fascista en las
fuerzas armada que preocupaba por la cantidad de altos oficiales que habían
intentado cambiar la historia.
Cuba y Nicaragua habían construido un nuevo ejército,
Venezuela de la mano de Hugo Chávez había logrado alinear a las fuerzas armadas
con los principios bolivarianos, en todos los ejércitos les preocupaba los
sentimientos de justicia social que pretendían ahogar en lo que ellos llamaban
el combate al comunismo, aunque les quedaba más cómodo la represión de la
guerrilla pues partían de la lucha ejercito contra ejercito y no reprimir
principios de justicia social arraigados en los pueblos y sin duda que también
en los soldados y en los propios oficiales de extracción popular.
La derrota de Lenin en 1924, recordemos que sus análisis de
esa época precisa se conocieron 30 años después, significó un enorme retroceso
particularmente en las propias estructuras de las organizaciones que se
reivindicaron revolucionarias de ahí en adelante.
Pensar que las ideas, el programa deben pasar por
estructuras orgánicas para luego determinar su valor, va a contra pelo de lo
que pensaron e hicieron los más grandes pensadores del pensamiento
revolucionario.
Sin embargo, hoy es muy común diría que normal, que un actor
responsable a un determinado nivel, consultado sobre la vigencia o no de
determinadas ideas y la forma en que su organización las lleva adelante, no se
le ocurra decir otra cosa que él los problemas ideológicos los discute primero
internamente.
Que es de alguna manera como se expresa la confusión –a
nuestro modo de ver mal intencionada- entre centralismo democrático y
centralismo burocrático. Como la idea de Partido Único, ajena al pensamiento de
Marx, Engels y Lenin, que defendieron en todos los terrenos el libre
intercambio de las ideas. Única base posible para superar al capitalismo y
construir una sociedad socialista.
Las ideas son libres y se las debe respetar y emitir siempre
que ello sea necesario, lo que no son libres son las medidas administrativas
porque ellas implican nivel de decisiones que cada vez van a ser más eficientes
en la medida que las ideas provengan de un marco en la sociedad de la libertad
que defendemos.
A quién se le ocurriría hoy catalogar la importancia en el
mundo de las ciencias de un avance en función de los organismos por los cuales
ha pasado. Sin embargo, el stalinismo pretendió hacerlo en el llamado campo
socialista, y todos recordamos experiencias dolorosas en varios terrenos del
conocimiento humano, tanto artístico como científico.
Todos tenemos sabido que en la lucha de clases la derecha
entre sus estrategias, en particular de inteligencia (tampoco negamos que en la
izquierda no fuera también parte de una estrategia), uno de los objetivos es
infiltrarse e impulsar acciones que a la larga desarticulen la eficiencia
social del movimiento infiltrado.
En América hay una vasta experiencia en ello. Muchas de esas
experiencias tal vez las conozcan con más detalles las futuras generaciones
pues aún permanecen en la reserva de los Estados, particularmente de los que
ejercieron el imperialismo y hoy desarrollan “servicios” con los complejos
empresariales multinacionales.
Es aquí donde surge una diferencia fundamental. La
infiltración en movimientos guerrilleros siempre tiene como objetivo promover
acciones que con su aborto desalienten la lucha por las reivindicaciones
sociales, además del fichaje. En los sindicatos y en las organizaciones de masa
ya les es más difícil porque cada una de las acciones está sometida a un
proceso de análisis y de resolución para el cual es fundamental la democracia
interna, que no existe cuando de determinar una acción guerrillera se trata,
pero aquí si ocupa el primer lugar el fichaje.
La izquierda esto no lo tiene asimilado, como no tiene
asimilado en que etapa estamos del desarrollo económico de la sociedad. Su
preocupación son los cargos y los nombres para esos cargos, lo vemos, es una
realidad en todo el planeta.
Cuando comience a ser más importante el programa entonces si
podremos decir que estamos en la antesala de cambios fundamentales para la vida
humana.
Mujica llegado al gobierno, como representante de una
izquierda abierta al debate y al análisis, -eso era en su fundación el Frente
Amplio - insinuó en la ONU (setiembre 2013) un programa. Nunca en ese estrado
se había llegado a ese nivel, era un planteo comunista, antes recordamos la
intervención formidable de Salvador Allende defendiendo para su pueblo la
nacionalización del cobre, Mujica estaba diciendo lo que pensaba en ese
momento, e insinuaba medidas que son si se quiere de sentido común, sobre la
moneda y el sistema impositivo.
Sin embargo, la tarea de hacer debatir ese programa estuvo y
está ausente, por eso lo que ahora se debate sobre los cargos parece de un
retroceso inadmisible como si de un golpe – como el que se dio en 1924- se
perdiera toda la esencia de la política revolucionaria.
Ese es el objetivo, desde la humildad de nuestros
conocimientos, lo que nos proponemos en cada una de estas notas, volver a la
política revolucionaria, que siempre tiene expresión en un programa, que a su
vez lo consideramos esencial para que la humanidad pueda superar en las mejores
condiciones esta etapa de su historia.
sipagola@adinet.com.uy
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