Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Ante el contundente estallido social que vive el país, la
derecha no ha tenido más remedio que aceptar la realización en abril próximo de
un plebiscito en que a los chilenos se les consultará si quieren una nueva
constitución o le dan continuidad a la Carta Magna legada por Pinochet y
sacralizada por el gobierno de Ricardo Lagos. Con muy pocas defecciones, los
partidos ligados al oficialismo ya han iniciado una campaña electoral destinada
a obtener en las urnas un apoyo para la preservación de la actual institucionalidad,
oponiéndose a la posibilidad de que sea una asamblea constituyente la que se
encargue de redactar un texto constitucional nuevo, o a partir de cero.
Lo más previsible es que los ciudadanos apoyen muy
ampliamente la idea de derogar la actual Constitución, pero la derecha espera
que con un tercio de los votantes y de los asambleístas que se elijan en
septiembre próximo pueda exigir que las normas obtengan al menos dos tercios de
apoyo para que puedan ser promulgadas. Una extraña facultad que se le ha
concedido a la minoría con los votos de los propios legisladores derechistas,
demócratas cristianos, socialistas, del PPD, radicales y hasta algunos miembros
del Frente Amplio mareados todos por el protagonismo mediático. Todo lo cual
avizora las tensiones que seguirá viviendo nuestro proceso constitucional, con
el pueblo francamente enardecido en las calles y radicalizando día a día sus
acciones.
La millonaria publicidad que ya implementa la derecha busca
que no se aprueba la idea de una nueva Constitución en la promesa de que al
texto vigente se le pueden hacer las reformas demandadas por el pueblo sin más
dilaciones. Como si ya el país no hubiera esperado por más de treinta años que
éstas hubieran sido acogidas durante la larga postdictadura, como si en todos
estos años la clase política no le hubiese dado un portazo a las demandas por
un nuevo sistema previsional, una auténtica reforma sanitaria y a esa cantidad
de aspiraciones que constituyen la agenda social del pueblo. Población que exhibe los más extremos índices
de desigualdad en el mundo y al que se le han continuado coartando y
reprimiendo sus derechos sindicales, de reunión y asociación, tal como lo hacía
la Dictadura Militar.
Lo más probable es que la represión policial que cobra a diario
nuevas víctimas en el país tenga la intención de amedrentar a los chilenos en
la idea de que se conforme con algunas reformas a la Constitución actual antes
de abrirse a la idea de un texto nuevo con toda la incertidumbre que ello
implica.
La constatación de las violaciones sistemáticas de los
Derechos Humanos acreditadas por varias y prestigiosas entidades
internacionales parece no inquietar a La Moneda y a su más que cuestionado
gobernante. Las autoridades confían en que el caos callejero y la acción
incluso de los vándalos que salen a saquear supermercados y otros (sin que poco
nada tengan que ver con la protesta pacífica y masiva) pueda darle el sufragio
de los más ciudadanos más ignorantes, de los que prefieren siempre cobijarse
bajo el orden establecido, aunque éste vulnere constantemente sus derechos.
Sin embargo, parece que por primera vez en nuestra historia
el pueblo ha tomado conciencia de su situación y de la necesidad de
movilizarse. Las protestas ya se han extendido por tres meses y todo dice que,
desde marzo, después del período estival, las marchas, barricadas, tomas,
huelgas y otras acciones van a multiplicarse en todo el país. Al menos así lo
prometen las federaciones estudiantiles y las organizaciones vivas de la
sociedad civil.
Pese a la criminal represión policial, el país sigue dando
un gran ejemplo de coraje y unidad, así haya que lamentar la acción de algunos
desquiciados que en realidad se infiltran o son infiltrados en las
movilizaciones para obtener imagen para los noticiarios y victimizar a
Carabineros. Institución que se ha desmoronado en su prestigio y muchos de sus
efectivos ya se encuentran fatigados y desmoralizados.
Además de la falsa promesa de conceder cambios dentro de la
actual Carta Magna, las figuras más visibles del oficialismo y de los gremios
patronales están impulsando campañas para romper la precaria unidad de los
partidos opositores. En la prensa y las redes sociales se apela al histórico
carácter democrático de la Democracia Cristiana y de otros partidos para inducirlos
a romper con las agrupaciones de izquierda o violentistas, según las motejan.
Se los insta a creer en la buena voluntad del gobierno y sus legisladores para
emprender reformas económico sociales que hasta hace algunos meses se hacían
imposibles, olvidándose que en el pasado la Derecha se opuso a la Reforma
Agraria, a la recuperación de nuestras riquezas básicas y a tantas otras
iniciativas impulsadas por los gobiernos de Frei Moltalva y del propio Salvador
Allende, a cuyos seguidores hoy apelan.
Está fresca en la memoria, felizmente, como después los
derechistas terminaron conspirando para asesinar a nuestra democracia,
incendiar La Moneda, justificar y sostener una sanguinaria dictadura. Así como
después de Pinochet lo que han hecho es alentar las privatizaciones, concentrar
la riqueza, hacer más dependiente a nuestra economía y desatender las justas
aspiraciones de nuestros pueblos autóctonos. En el goce, por supuesto, de su
impunidad.
Tendrían que ser demasiado ingenuos los dirigentes demócrata
cristianos y de otras colectividades políticas para atender los “cantos de
sirena” de quienes hoy están a punto de ser derrotados y se afirman a un
gobierno que no cuenta con más de un 10 por ciento de apoyo popular. Pero ya
sabemos que hoy no existen partidos ideológicamente monolíticos y que la
corrupción hace presa fácil del conjunto de los políticos que también quieren
seguir aferrados al poder, como a sus prebendas.
Un Piñera completamente desacreditado, una casta política y
empresarial que teme por sus lucrativos negocios, no apuesta todavía a iniciar
una nueva conspiración que los lleve a conservar el poder y sus privilegios de
manos de los militares. De alguna manera, se sabe que las Fuerzas Armadas no
están en la misma actitud de 1973, después de pagar los costos por sus crímenes
y de alguna manera comprender que sus efectivos son parte del mismo pueblo que
sufre tantas carencias. Es difícil que surja un líder castrense después de los
bochornosos episodios de corrupción que han envuelto a los altos mandos de
todas sus instituciones, pero no hay que desatender esta posibilidad a la que
tantas veces han recurrido los golpes y conatos de rebelión militar en nuestra
historia.
Sin embargo, de lo que sí estamos seguros es del intento de
algunos dirigentes de derecha por estrechar relaciones con el gobierno de
Donald Trump y otros referentes mundiales que pudieran alentar, como lo hacen
en otras naciones hermanas, movimientos subversivos y de protección de sus
enormes inversiones en todo nuestro continente. Porque ya sabemos que no es la
democracia lo que le interesa a la Casa Blanca y a sus incursiones militares en
toda la Tierra, cuando siempre después de éstas instalan a los más tenebrosos
gobernantes.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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