Al final no hubo balotaje porque la patriada se resolvió en
primera vuelta. Está muy bien festejar la derrota de Macri, pero la lucha
contra los monopolios será de larga duración.
El ciclo de neoliberalismo y de un gobierno atendido «por sus
propios dueños» duró cuatro años, cuando sus beneficiarios y operadores estaban
convencidos que se prolongaría. Lo imaginaban así en una región donde habían
aparecido especímenes como Bolsonazi, Pinochera y otros obedientes de
Washington.
Habla bien del pueblo argentino, tantas veces estigmatizado
de ignorante, superfluo y globo ludo, que haya golpeado certera y ampliamente
en las urnas, poniendo punto final a ese experimento criminal del
neoliberalismo.
Y también habla bien del kirchnerismo y demás aliados en el
Frente de Todos, por ser capaces de articular una alianza electoral que dio ese
golpe a la mandíbula.
Esta pelea no durará sólo diez rounds y habrá que ver si los
ganadores mantienen unidad y coherencia a la hora de gobernar. Empezó una larga
marcha. Los derrotados del domingo están agrandados y opondrán resistencia a
cada vuelta del camino, una y otra vez. En otras oportunidades de la historia
lograron cortar esa marcha esperanzada de las mayorías, y ahogarlas en ciclos
golpistas militares o de gobiernos conservadores como el del ingeniero de Socma
que ahora deberá dejar Olivos y Balcarce 50.
La victoria del Frente de Todos fue por una diferencia
importante. No fueron 2.50 puntos como los de Mauricio Macri en 2015 sino de 8
puntos, que al cabo de 12 días de escrutinio definitivo podrían estirarse uno o
dos puntos.
No fue un «empate técnico» como opinó Luis Majul, caído de
La Cornisa, ni tampoco una «derrota heroica» como pintaron otros medios. Para
decirlo en términos futbolísticos, Macri perdió ante Fernández mucho peor que
Boca ante River en la Libertadores. Al menos los de Alfaro ganaron un partido y
quedaron 1-2 en el global. El ajustador serial perdió los dos partidos por
goleada.
La victoria del FDT se realza porque su oponente contó con
una financiación extra del FMI, que al momento de votar le había entregado
48.000 millones de dólares. Fue la campaña electoral más cara de la historia,
como reprochó Alberto Fernández en declaraciones al The Wall Street Journal a
fines de agosto. Otra demostración de que a veces «billetera no salva al
galán». La política, la militancia, los sentimientos, el bolsillo maltratado y
otros factores encadenados pueden pasar por arriba a montañas de dólares.
Una autocrítica.
La victoria sobre Macri fue por menos margen que la de 76
días antes. Aquella fue de 15 puntos y la del domingo de 8, que podría ser
mayor pues resta contabilizar casi el 3 por ciento de los votos. El macrismo
reunió 2.35 millones de sufragios más que en agosto, en tanto el FDT sumó sólo
267 mil votos extras.
¿Qué pasó? En las redes sociales varios simpatizantes K
encontraron una explicación facilista: el oficialismo habría cometido fraude.
No encontraban otra explicación a ese crecimiento de Juntos por el Cambio.
Tal hipó tesis parece falsa, o al menos no se han presentado
pruebas. Las denuncias de los apoderados del FDT se centraron en casos graves
pero puntuales y de ninguna manera redondearían un fraude global masivo.
La explicación sobre cómo el macrismo mejoró su performance
hay que buscarla en el terreno político. Y eso debe conllevar a alguna
autocrítica del fernandismo.
Con el triunfo holgado de agosto, la oposición se relajó. No
siguió peleando el voto a voto. Se intoxicó con el opio destilado por las
encuestadoras; sobre 15 hubo 13 que pronosticaban una victoria por 18, 20 y
hasta 22 puntos de diferencia.
En segundo lugar, el macrismo se lanzó, perdido por perdido,
con el cuchillo entre los dientes, a matar o morir. Espoleó a su base con una
campaña del terror: el país caería al fondo del mar en caso de victoria de los
Fernández. Ese agite superó al «terrorismo ideológico» de 2015 contra Daniel
Scioli. Goebbels sonreiría satisfecho con estos herederos que repetían mentiras
y las potenciaban con el discurso «ario», gorila y concheto, de un odio
profundamente antiperonista.
Larga marcha.
La victoria fue sólo un primer round. El macrismo contará
con el 40 por ciento de los votos y fuertes bancadas en ambas cámaras. Ganó en
la región central, CABA, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y San Luis, con
fuerte votación en la región pampeana bonaerense y zonas del conurbano. Esa
fuerza, no importa si con Macri o con Horacio Rodríguez Larreta más Alfredo
Cornejo, seguirá haciendo daño y obstaculizando todo avance democrático y
popular.
Eso no es todo. Los organismos financieros internacionales
apretarán al nuevo gobierno para que pague sumas millonarias de la deuda
externa, revisando su programa económico. Los banqueros ya expusieron sus
criterios usureros en el reciente coloquio de IDEA; ellos no cambian de idea.
La Suciedad Rural y la Mesa de Enlace siguen sin liquidar sus divisas y son la
sede partidaria del PRO en el Palermo de tantas Exposiciones. Aún con algunas
jubilaciones, la corpo macrista de Comodoro PY seguirá emitiendo órdenes de
procesamiento a Cristina y manteniendo presos políticos como Milagro Sala.
Los monopolios mediáticos continuarán limando la cabeza al
público, con leves diferencias. Clarín, de buenos vínculos con AF, lo hará con
más diplomacia. «Gaceta Ganadera» (La Nación) no guarda las formas y su
editorial del 28/10 planteó: «esa convivencia interna entre sectores con
intereses disímiles en el próximo gobierno será clave para saber si soplarán
verdaderos vientos de recuperación y crecimiento o se impondrán las vetustas y
destructivas ideas de un populismo que en el mundo no ha hecho más que oprimir,
castigar y, ciertamente, involucionar».
Enfrentar y derrotar a este bloque del poder dominante será
muchísimo más arduo que ganarle a Macri en las PASO y en octubre.
ortizserg@gmail.com
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