Encerrado en su ceguera y su profundo odio hacia el pueblo,
Piñera lo pierde todo.
Acuerpado por dos instituciones armadas y entrenadas para
aplastar a la población –Ejército y Carabineros- el aún presidente de Chile
pretende ignorar las justas demandas de la ciudadanía y blindar un sistema
neoliberal colapsado, del cual se benefició personalmente durante décadas
amasando una fortuna incalculable gracias a los mecanismos instaurados por el
régimen de la dictadura. Tan tramposo y superficial como irresponsable, Piñera
tiene hoy al país al borde de la peor catástrofe política de su historia,
reprimiendo de manera sangrienta a millones de chilenos quienes han puesto su
autoridad al borde de la picota.
Las demandas de la ciudadanía no pueden ser más claras:
convocar a una asamblea constituyente para redactar una Constitución acorde con
las expectativas ciudadanas de justicia social, igualdad, protección de la
riqueza nacional y el establecimiento de mecanismos capaces de consolidar una
democracia actualmente tambaleante. Es decir, todo aquello con el potencial de
garantizar el bienestar general sin los reductos de privilegio imperantes en
todo el aparato gubernamental gracias a las trampas legales instaladas por la
dictadura en el texto actual. Pero el presidente más cuestionado desde que
Chile es Chile –con un 9 por ciento de aprobación- se ampara detrás de su
biombo de papel y juega a dictador sin tener siquiera las agallas de dar la
cara a quienes exigen respuestas.
El mundo observa con estupor cómo las más impresionantes
manifestaciones ciudadanas –arriba de millón y medio de personas en las calles
durante la semana pasada- son agredidas de manera irracional por Carabineros,
quienes compiten por coronarse como la fuerza policial más sanguinaria del
continente. Asesinatos a mansalva, violaciones y abusos sexuales de niñas y
adolescentes, miles de heridos por balas y perdigones y algo aún más siniestro,
como cientos de manifestantes ciegos por pérdida de ojos, es la cauda de una
ola de violencia inaudita contra la población desarmada.
Por supuesto, no faltan quienes responden a la propaganda oficial
y defienden la postura de Piñera apoyando su discurso contra el vandalismo,
intentando ignorar el enorme cúmulo de evidencias en vídeos y fotografías en
donde se demuestra la intervención de fuerzas del orden en muchos de estos
actos. Chile es ahora un caldero a punto de estallar y mientras en las calles
la juventud acompañada de una impresionante representación ciudadana exige su
renuncia, Piñera se toma fotos en los patios del palacio y lanza su más
reciente excusa para evadir su responsabilidad: una supuesta intervención de
países extranjeros en las protestas.
Si su actitud no hubiera sido ya una afrenta para chilenas y
chilenos agobiados por la injusticia del sistema, esta última declaración
bastaría para quitarle ese último 9 por ciento de aprobación. Adjudicar a otros
gobiernos –evidente la alusión a Cuba y Venezuela- la responsabilidad por la
mayor movilización ciudadana que ha vivido Chile en su historia, no solo es un
reconocimiento al poder de esos Estados; también revela la pobreza moral de un
hombre incapaz de reconocer sus errores, incapaz de aceptar la derrota y, por
encima de todo, carente del más elemental sentido humanitario. Apertrechado en
su búnker de privilegios mal habidos y rodeado de empresarios beneficiados por
el sistema neoliberal que se cae a pedazos, este ya deslegitimado mandatario
sigue empeñado en defender un estatus caduco mientras el pueblo, desde las
calles, le demuestra que no necesita de ayuda exterior para expresarle su
rechazo y exigirle un último acto honorable: reconocer su derrota y renunciar.
La ciudadanía chilena exige a su presidente un último acto
de honor.
elquintopatio@gmail.com
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