En Beijing se festejó el 70 aniversario de la revolución
china, con desfile de militares y civiles, y mostrando armamento moderno. El
«gigante enfermo de Asia», despertó.
El presidente Xi Jinping había estado en actividades
políticas, militares y culturales en la capital y otras ciudades para festejos
de los 70 años de la revolución china. El martes 1 fue el acto central en
Beijing con centenares de miles de civiles y algunos miles de militares. Las
autoridades rindieron homenaje a los mártires revolucionarios y visitaron, en
señal de reconocimiento, el mausoleo que guarda los restos de Mao Tsé tung en
la plaza Tiananmen.
En Xinyang, ciudad de la provincia de Henan, en septiembre
pasado, el presidente honró a sus 130.000 mártires y expresó: «esta tierra roja
se ganó con una lucha encarnizada y se pagó con la sangre de decenas de
millones de nuestros antepasados revolucionarios; siempre debemos tener
presentes los orígenes del poder rojo y atesorar la memoria de nuestros
mártires revolucionarios».
Este punto de vista comunista, de reivindicar el pasado
revolucionario, es una de las vacunas que ayudan al socialismo de nuestros
días, tan próspero y con tasas de aumento económico del PBI promedio de 14,5
por ciento anual, para que no se aburguese ni implosione como le ocurrió a la
URSS en 1991.
El presidente dijo a la multitud y al mundo, que «ninguna
fuerza puede impedir que el pueblo y la nación chinos avancen». Era un mensaje
a Donald Trump, como diciéndole que sus sanciones de aumentar 15 por ciento los
aranceles sobre productos chinos por 112.000 millones de dólares y otro aumento
en diciembre sobre 300.000 millones, no van a doblegar a la nación asiática.
Como el imperialismo norteamericano no suele entender las
exhortaciones, los chinos mostraron parte de su nuevo armamento, como para
ayudar al entendimiento de Washington de que no debería profundizar la
agresión.
La agencia Xinhua del 1/10, detallaba: «el desfile
constituyó la primera aparición integral en público de las fuerzas armadas del
país después de una masiva campaña de reforma en los últimos años. Todo el
armamento exhibido el martes es de fabricación nacional. El 40 por ciento de
los equipos, incluidos el misil nuclear estratégico intercontinental
Dongfeng-41, el misil convencional Dongfeng-17, los bombarderos estratégicos de
largo alcance H-6N, los cazas furtivos J-20 y los drones de combate de nuevo
tipo, fueron exhibidos por primera vez. En el desfile, alrededor de 15.000
oficiales y soldados, más de 160 aviones y 580 juegos de equipos, pasaron
frente a la tribuna de Tiananmen en 15 formaciones a pie, 32 formaciones de
armamento y 12 escuadrones aéreos».
Los círculos más agresivos de la administración Trump, que
agreden a Cuba, Venezuela, Irán, Siria y Corea del Norte entre muchos otros
países, y tienen planes similares contra China, dirán que esa demostración de
armas en la avenida Changan confirmaría la peligrosidad mundial de Beijing.
Una falsedad más y van… La explicación china es que esas
nuevas y sofisticadas armas sólo serán utilizadas para salvaguardar la
soberanía nacional, la unidad y la integridad territorial y promover la paz, ya
que su política de defensa siempre ha sido de naturaleza defensiva. No tienen
bases militares en el extranjero. Abrieron en 2017 un centro de apoyo logístico
en Yibuti, en el cuerno de África, para apoyar las misiones antipiratería y los
rescates en el golfo de Adén y la costa de Somalia.
En cambio EE.UU. tiene 872 bases militares en 132 países, donde
están acantonados 200.000 efectivos propios y no precisamente en labores
pacíficas, como se comprueba en las agresiones en Siria, Afganistán, Irak, etc.
Economía pujante.
Desde 1978, cuando China comenzó la política de reforma y
apertura, hasta 2018, el crecimiento comercial por año fue del 14,5 por ciento.
Ninguna otra economía siquiera se acercó a esos registros.
Lo más importante es que ese crecimiento benefició a masas
populares. Liberó de la pobreza a 700 millones de personas, que la estadística del
Banco Mundial extendió a 850 millones. Un ejemplo para muchos gobiernos en el
mundo, como el de Mauricio Macri en Argentina, donde el 35,4 por ciento de la
población está bajo ese yugo.
Los avances chinos son espectaculares. En 1952, al comienzo
de la revolución, su Producto Bruto Interno era de 30.000 millones de dólares y
en 2018 alcanzó los 13,61 billones de dólares: un incremento de 452 veces. Por
eso en 2010 la economía china alcanzó el segundo lugar mundial y en breve
llegará al tope del podio. Eso explica la agresividad de sucesivos gobiernos
norteamericanos y la tirria de Trump contra Huawei.
El analista internacional de Clarín, Marcelo Cantelmi,
estuvo en Beijing y escribió: «la robótica es la puerta al otro mundo que
pretende cruzar este país que mira a la Luna con un apetito minero difícil de
imaginar. Ya han llegado con una sonda a la cara oculta del satélite. Y
negocian con Rusia su exploración conjunta, una alianza binacional que ya hoy
casi no tiene límites».
El socialismo chino sopló felices 70 velitas. Se prepara
para festejar a fines de 2020 la meta de una «sociedad modestamente acomodada».
Y allí trazará el objetivo de «un gran país socialista moderno próspero,
fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso».
China es una civilización de 5.000 años, pero sólo en los
últimos 70, socialistas, dejó de ser el «gigante dormido de Asia» al que
Napoleón aconsejaba no despertar. Despertó con la Larga Marcha de Mao y llegó a
Tiananmen en 1949. Esa revolución hizo que el país de campesinos analfabetos
llegara en 2008 con Zhai Zhigang a dar una caminata espacial agitando la
bandera china y en 2010 al segundo lugar de la economía mundial.
ortizserg@gmail.com
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