Por Homar Garcés:
La dolarización de la economía venezolana -pese a los
esfuerzos del gobierno nacional para impedirla, antes y ahora- se inició
prácticamente con la campaña orquestada desde los diferentes medios de
comunicación de los sectores de la ultraderecha, implantando un clima ficticio
de inestabilidad económica apoyado por páginas como DolarToday, que permitió
incrustar un dólar paralelo a su total conveniencia. Simultáneamente, se
desarrolló una espiral descontrolada de acaparamiento, especulación y
contrabando de productos de primera necesidad que han afectado, principalmente,
a la población de menor poder adquisitivo, una porción de la cual se ha visto
obligada a emigrar a otras naciones donde el trato recibido no es el mejor de
todos, dada la xenofobia desatada en su contra, incluso desde instancias
oficiales.
Como parte de su estrategia, la derecha local (estimulada y
asesorada desde el exterior) inventó un culpable. Inmediatamente, la burguesía
parasitaria señaló al gobierno como único responsable de la crisis que ella
misma ideara y aupara. Sus más conspicuos representantes se dieron a la tarea
de contactar a gobiernos (liderados por Estados Unidos) que incrementaran la
presión sobre Venezuela, de modo que Nicolás Maduro se viera obligado a dimitir
como única alternativa para sacar al país de los graves aprietos en que éste se
halla.
Esta degradación sistemática de la gobernabilidad y de la
economía venezolanas -causada, como ya se sabe, por los enemigos del chavismo,
pero también, no hay que dudarlo, ni porqué negarlo, por la codicia, la
ineficiencia y la falta de visión política de muchos de sus principales
actores- ha permitido que la dolarización sea un asunto cotidiano entre
venezolanas y venezolanos, en tiempos pasados ajena al vaivén de los tipos de
cambio de divisas extranjeras y, ahora, víctima de la especulación diaria de
empresarios, con base en lo que el dólar sería respecto al bolívar; cuestión
ésta que no se corresponde con la realidad, ya que la hiperinflación tiende a
incrementarse más por razones particulares que por efecto del alza del dólar.
Ahora esta misma oposición, estrechamente ligada a los
factores de poder hegemónico estadounidense, se presenta ante el país como la
única capaz de solucionar la crisis que ha tratado de agudizar por todos los
medios, lo que, según sus propósitos, forzaría a los sectores populares a
alzarse contra el chavismo, consintiendo revertir totalmente la situación creada
por este durante estos últimos veinte años.
Refiriéndose a este tema, Pascualina Curcio, en su artículo
“Nuevo orden económico mundial”, describe que “la hegemonía del dólar es un
arma poderosa no solo por el dominio que puede ejercer Estados Unidos al tener
el control del suministro de la moneda a nivel mundial y las transacciones
financiera que con ésta se realicen, sino que, además, basar el sistema
monetario en la ‘la confianza’ y no en activos reales y palpables, le ha
permitido al país norteamericano accionar otra de las armas imperiales más
poderosas: el ataque a las monedas de los países que no se alinean a sus
intereses. Manipular los tipos de cambio resulta más sencillo cuando el precio
depende de una variable tan etérea como es la fiduciaria”. Siguiendo el curso
de esta aseveración, tendría que aceptarse que, pese al modelo económico
fomentado por el chavismo, nominalmente socialista, la economía venezolana no
alcanzó independizarse de esta hegemonía del dólar; al contrario, se estimuló
la inversión de empresas transnacionales, sobre todo petroleras, con sede en
Estados Unidos.
A la par de ello, muchos gobernantes chavistas fundaron
empresas bajo el esquema capitalista y, por ende, sometidas a las fluctuaciones
de la moneda gringa, creando un escenario enteramente contrario a sus
discursos. No es extraño, entonces, que la dolarización pregonada por varios
dirigentes opositores tuviera alguna posibilidad de concretarse, llevando al
país a lo que sería un inevitable callejón sin salida. No obstante, en medio de
esta realidad, todavía cabe pensar en la perspectiva (nada ilusoria) de una
democracia económica, incluso sin renegar del todo del capitalismo (para
escándalo de algunos), en lo que sería la promoción de las economías
productivas en sus niveles regionales y locales, con pequeños y medianos
empresarios, además de emprendedores populares, más que basar cualquier medida
en la flexibilización laboral y el apoyo financiero brindados a las grandes
empresas, nacionales o extranjeras.
Esto exige que el liderazgo político del país (chavista y
opositor) entienda como mínimo que la salida de la crisis creada impone la
adopción de medidas orientadas a la producción interna, en especial de insumos
agrícolas, medicinas y alimentos, evitando la libre importación de rubros que
se elaborarían en Venezuela. Es decir, comprender la importancia de la
producción social, lo que tendría un peso significativo en la economía
venezolana si no se coarta su autonomía y no se le somete al absolutismo de
engorrosos procedimientos administrativos que rezagan y frustran su pleno
funcionamiento. Otro tanto debiera hacerse en lo que respecta a las diversas
empresas en manos del Estado, poniendo al frente de las mismas a personas
idóneas para su manejo en vez de activistas o simpatizantes del gobierno que
solo se contentan con asumir el cargo, careciendo del perfil requerido y de la
conciencia revolucionaria para medianamente entender el gran compromiso a
asumir para hacerlas realmente productivas y sacarlas adelante, en bien de todos
los venezolanos.
mandingarebelde@gmail.com
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