Por Rafael A. Ugalde:
Quienes duden de que el neoliberalismo llegó para quedarse
en América Latina, si no se extirpa su talón de Aquiles: la corrupción,
ausencia de bien común y fascismo remozado (judicializa la protesta social,
garrotea si no le obedecen, prohíbe huelgas, lincha mediáticamente a sus
opositores, esconde lo que le perjudica, etc.), termina siendo aliados de él,
defendiendo pinches reivindicaciones propias de una “economía inmoral”.
Busca desarticular toda organización que no sean sus cámaras
y organizaciones, precisamente entre los grupos más “golpeados”. Además,
“legitima” un modelo insaciable y arropado con un discurso mesiánico y cargado
de miedos, de tal magnitud que, el tecnócrata inteligente se vuelve tonto y el
tonto se hace loco.
Mientras tanto, con algunas excepciones, la llamada
“izquierda” y algunos gremios siguen plantados en focalizaciones
“reivindicativas”, a lo sumo. Útiles cincuenta años atrás cuando en nuestros
países existían dos o tres confederaciones ideológicamente enfrentadas en la
defensa del llamado “Estado del bienestar”.
Erigido por los sectores agroexportadores, dependientes de
una estable metrópoli, no necesitaba transformación alguna del statu quo, pues
sus naciones satélites experimentaban contradicciones fácilmente focalizadas.
De esta forma, si ese Estado social carecía de fondos, no tendríamos escuelas y
los hijos de jornaleros no irían al liceo ni a la universidad pública, etc.
Eso importaba mucho a los líderes sindicales; por ende,
todos debíamos contribuir para que la comunidad más lejana tuviera su escuela
nueva, hubiese agua potable, seguridad social y electricidad. Ahora, cuantos
más ignorantes produzcamos, más barata es la mano de obra y el rebaño mejora.
Con la caída de 36 años de neoliberalismo en México y la
llegada del presidente Andrés Manuel López Obrador, quedaron entredichas las
“mentirillas” de este modelo voraz. Los “sesudos” escribidores, periódicos y
telenoticieros, otrora defensores del sistema, son hoy el mejor ejemplo de cómo
identificar una “news fake”. Nunca vieron que la corrupción y la impunidad
tenían su origen en las altas esferas de los poderes republicanos, controladas
estrictamente por los partidos PRI, PRD y PAN.
Esta “economía inmoral”, a todas luces concebida para que la
corrupción fuera una forma de cotidianidad: perdonaba impuestos a sus grandes
contribuyentes, imponía agresivas reformas (fiscales, educativa,
constitucionales, etc), estrujaba las pensiones de hambre, excluía docentes
incómodos, asesinaba ambientalistas y estudiantes, y lucraba con la maltrecha
seguridad social, etc.
Los auténticos ladrones de combustible (huachicoleros) eran
escondidos con sus ganancias anuales de 60.000 millones de pesos (unos $3.000
millones), mientras los influyentes diarios y las voces oficiales “moralizaban”
sus auditorios presentando como “sinvergüenzas” de barrio a quienes extraían
hidrocarburos. Pero la realidad era distinta: gente de hogares desechos por el
neoliberalismo, niños excluidos de la educación por no pagárseles escuela
privada y jóvenes desempleados entregaban su combustible extraído
clandestinamente a una mafia oficial para que lo distribuyeran en estaciones de
servicios, donde vendían el 75% de gasolinas robadas y el 25% comprada a Pemex.
Dicha refinadora quebró por la alta gerencia parasitaria,
puesta allí para venderla por su supuesta falta de rentabilidad. De ese modo
engañaron a la ciudadanía y le informaron que la “muerte” de tan importante
empresa estatal era por causa de los altos salarios pagados a sus miles de
trabajadores.
La seguridad social mexicana también era candidata a
venderse, quebrada con sobreprecio de medicamentos, induciendo la falta de
especialistas, con la remisión de enfermos al sistema privado de atención, etc.
Triangulaban, incluso, recursos públicos vía concesiones, para encarecer tres o
cuatro veces estratégicas carreteras, puentes, escuelas y otros proyectos.
Contrario a lo anterior, las organizaciones sociales en
Bolivia, con el mayor crecimiento económico de la región e inclusión social
aprendieron, por ejemplo, que el neoliberalismo se enfrenta con un plan alterno
y realizable, situando a los más pobres en el centro de las ocupaciones
estatales.
Para que eso sea posible hay que fomentar el ahorro interno
y los valores éticos, en la actualidad descabezados -la solidaridad, la
transparencia, la honestidad, el bien común, la autodeterminación como política
estatal, el respeto mutuo entre todos los Estados del mundo, etc.-, sin perder
de vista la exigencia de terminar –no el cuento ese de “vamos a combatir”– la
corrupción. Pues es falso ubicarla en las gradas de abajo de toda escalera del
poder, porque está en las de arriba. ¡Habían olvidado barrer de arriba hacia
abajo!
rafaelangeluq@yahoo.com
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