La situación política, económica y financiera, para no
hablar de lo laboral y social, ha superado los puntos límites. Macri está
finiquitado. Si hacía algún dato más, lo abandonan sus amigos empresarios y
hasta duda el FMI.
Los datos que más importan no son los números de las
pizarras de bancos y financieras, sino los del termómetro del hambre y la
recesión. Ya se verán los otros también.
Las organizaciones sociales de un variado arco de
procedencia política, impulsados por las carencias terribles de sus
representados, hicieron una gran movilización ante el Ministerio de Desarrollo
Social. Según algunas crónicas hubo 250.000 personas. No faltaron los
noticieros de Clarinete llamando la atención sobre las dificultades que eso
creó al tránsito en la Ciudad de Buenos Aires antes que en las razones de esa
demanda social.
Fuera de movilizar a la policía, el gobierno no dio
respuesta a esos reclamos de declaración de emergencia alimentaria, refuerzo de
comida a los merenderos y que el bono de 2.000 pesos llegara también al sector,
excluido de los paliativos.
A diferencia de la falta de sintonía del gobierno con ese
pueblo carenciado, en cambio la Conferencia Episcopal, sea por sensibilidad y/o
oportunismo, le pidió formalmente a Mauricio Macri la emergencia alimentaria al
presidente. O sea que en ese frente la correlación de fuerzas fue 250.000
contra 2, MM y Carolina Stanley.
Otro contraste por el estilo se vio en la reunión del
Consejo del Salario Mínimo, que hoy es menos que mínimo: 12.500 pesos. La
burocracia sindical pidió subirlo al nivel de la Canasta Básica Total, que
marca la línea de la pobreza del Indec: 31.934 pesos. El resultado tiene sabor
a muy poco, porque el gobierno por medio de Dante Sica terminó laudando en que
ese salario llegará a 16.875 recién en octubre. El aumento, si puede llamársele
así, será en tres cuotas no acumulativas de 12, 13 y 10 por ciento en agosto,
septiembre y octubre. En el mejor de los casos en los primeros días de
noviembre los millones de compatriotas que perciben ese mínimo tendrán un aumento
de 4.375 pesos. En el mientras tanto su pobreza seguirá peor, por el avance
inflacionario.
Héctor Daer y otros burócratas cegetistas cuestionaron esa
injusticia, al salir de la reunión, pero se excusaron de convocar a una medida
de fuerza aduciendo la gravedad de la situación nacional. ¡Mire usted! El
cronista creía que las huelgas y movilizaciones se precisan para tratar de
resolver o al menos mitigar esos grandes dolores de las crisis políticas.
El resultado de este agravamiento de la crisis es la
defunción de las últimas esperanzas del macrismo en poder sobrevivir al
«palazo» del 11 de agosto. Agoniza bajo la montaña de votos del Frente de
Todos, pero especialmente bajo el peso de una condena social y política a su
modelo de gobierno de ricos para ajustar a los de abajo, endeudar el país y
entregar el cogobierno al board del FMI.
País en default.
Hasta la gran derrota de las PASO, el gobierno trataba de
mantener más o menos ordenada la fachada de las finanzas, sin lograr disimular
los dramas sociales que se producían puertas adentro de las 23 provincias y la
Capital.
Gozaba de los desembolsos del FMI como para que la fuga de
capitales se disimulara parcialmente. Las Leliq tenían tasas altísimas para los
bancos, intentando secar la plaza de circulante y eso era funesto para la
economía real pero dejaba migajas para los ahorristas, que se contentaban con
el mal menor. Los números fiscales supuestamente iban bien, según Nicolás
Dujovne, camino al déficit cero comprometido con el Fondo. Las autoridades de
la entidad, desde Washington, emitían de cuando en cuando un comunicado
felicitando al gobierno argentino por ir cumpliendo esas metas de ajuste. Lo
mismo hacía el imperio por medio de Donald Trump, vía teléfono, Twitter o
personalmente cuando visitó Buenos Aires para la cumbre del G-20.
En esa ocasión Macri lloró, dizque de emoción, en el Teatro
Colón, delante de las cámaras y visitantes. Hoy llora por los rincones de
Olivos, sin que nadie le acerque ni un pañuelo ni le mande un Twitter. Tampoco
un dólar, porque hasta nuevo aviso, que no se sabe cuándo será, el desembolso de
los 5.400 millones de dólares del FMI, previsto para septiembre, ha quedado
suspendido.
Es que en la semana se precipitó el fuego, venido de la
economía profunda hasta la fachada seudo prolija que, con ayuda mediática y
fondomonetarista, pretendía mantener el presidente. Hernán Lacunza, el nuevo
ministro de Hacienda (uno más y van…), informó que habían decidido un
«perfilamiento» de la deuda pública (léase postergación de pagos) frente a
letras y bonos que vencían antes de fin de año. En lo inmediato esa falta de
pagos de papeles que vencían supone un default por 13.000 millones de dólares,
aunque se estima que la renegociación y postergación llegará a 70.000 millones
de esa moneda.
Esta es la intención gubernamental. Que lo consiga o no, esa
es otra historia, porque como deudor querrá postergar pagos de mínima y de
máxima bajar intereses y hasta capital. Pero del otro lado los acreedores,
bancos e inversores varios, sostendrán una posición opuesta. Y el deudor que no
cumplió con sus compromisos, derivados del híper endeudamiento de estos casi
cuatro años, no solamente tiene pocas reservas líquidas en el Banco Central,
estimativamente 17.000 millones de dólares, sino ante todo no tiene reservas
políticas en el tanque. Se le acabó la nafta. Fin del recorrido.
Por otro lado, reflejando que están flojitos de papeles
verdes, el Banco Central emitió el viernes una resolución reclamando que los
bancos no giren divisas al exterior si no cuentan con autorización. Una
variedad de «cepo cambiario» que las entidades buscarán burlar por todos los
atajos legales y no tanto, acostumbradas como están a hacer lo que se les canta
en el país de la nunca extinta «Patria Financiera».
De cualquier manera, esa resolución de Guido Sandleris es
una muestra de las marchas y contramarchas que caracterizan este final del
macrismo. Se la pasaron condenando al cepo, lo levantaron sin reservas y con
mucha devaluación y ahora, por vía indirecta, admiten que se equivocaron. Que
en este país y con estos poderes financieros y exportadores algún tipo de
control de cambios tiene que haber.
¿Hasta cuándo?
Las calificadoras de riesgo, ojos y oídos del capital
financiero internacional, emitieron también su unánime opinión. Con diferencias
de palabras y matices, Standard&Poor’s aseguró que Argentina había
ingresado en un «default selectivo»; 24 horas después quitó esa etiqueta, pero
mantuvo la lapidaria estimación con una nota más baja a la deuda argentina.
Luego fue Fitch la que estampó el «default restringido» y casi inmediatamente
Moody’s mostró su pulgar para abajo.
Al compás de estos a plazos del mundillo de las finanzas
mundiales, el riesgo país que mide el JPMorgan escaló hasta los 2.536 puntos,
superando los pésimos puntajes de la crisis terminal de diciembre de 2001
cuando se entró en default con todas las letras.
Esas notas son otro «palazo» para el gobierno de CEOs que
presumía haber reinsertado a Argentina en el mundo y que por eso mismo le
prestaban sumas multimillonarias con sólo gestionarlas. Eso es pasado. Pisado.
Y como parte de ese paisaje de incendios cual Amazonas, pues
así se vería Olivos durante una reunión de la mesa chica de Juntos por el
Cambio, las pizarras de financieras y bancos largaron humo tóxico con el dólar
a 62 pesos el viernes. Una devaluación del 33 por ciento desde el histórico 11
de agosto.
¡Cómo estará de cambiada la Argentina que alguien expresó
que el «perfilamiento de la deuda es para no decir que a la plata se la
chorearon»! ¿Un piquetero o desocupado? No. ¿Amado Boudou después de recibir
otra injusta condena en un juicio reabierto e inventado? No. Fue una
declaración de Claudio Belocopitt, dueño de Swissmedical, en el programa de
Jorge Lanata por radio Mitre. Todo un síntoma de que hay velorio en el macrismo
y sus viejos aliados empresariales, mediáticos e internacionales ya otean
nuevos horizontes.
Las maniobras de resucitación no tendrán éxito. Emergencia
alimentaria no hubo hasta ahora ni bono para esa gente. El salario será
mínimo-mínimo. La inflación seguirá aumentando. A los clientes los bancos no
les devuelven los dólares depositados sino en cómodas cuotas. La renegociación
de la deuda irá al Congreso, sin acuerdo aún con el Fondo y sin acuerdo con el
Frente de Todos, que rehuye el abrazo del oso.
Lo que no queda clara es la estrategia de Alberto Fernández.
Luego de semanas de moderación y señales de acuerdo para que Macri llegara
hasta el 10 de diciembre, en los últimos días se desmarcó del incendio
macrista. Y, lo que es muy bueno, señaló el rol de incendiario del presidente,
pero también del FMI, que no puede hacer la de Pilatos. AF dijo que el Fondo
había prestado a un «gastador serial» y que su crédito había sido el aporte a
la campaña para la reelección más cara de la historia.
Nadie tiene la bola de cristal, pero todo indica que los
plazos políticos y electorales pueden adelantarse, o mejor dicho, a ponerse a
tono con la extrema gravedad de la crisis. Es el final. «The end», como en las
viejas películas y esta se parece muchísimo a una que vimos en 2001.
ortizserg@gmail.com
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