Por Carolina Vásquez Araya:
Ser niña en Guatemala puede ser la peor de las desgracias:
te puede costar la vida.
He visto desfilar nombres de niñas y adolescentes violadas,
embarazadas, muertas durante el parto, desaparecidas o víctimas inocentes de
una orgía de alcohol y sangre protagonizada por hombres de su entorno, su
comunidad, su hogar; esos ámbitos en donde se supone deberían ser protegidas y
amadas. Muchas niñas de Guatemala vienen sin garantía de supervivencia; ellas,
las más vulnerables de la cadena humana, están sujetas a la voluntad de quienes
las rodean y no se les reconoce derecho alguno. Casadas a la fuerza, violadas
por quienes están supuestos a ser sus aliados y protectores; y destinadas desde
la niñez a los más duros trabajos domésticos y del campo, millones de niñas
enfrentan un destino en cuya ruta pierden incluso su identidad.
Cuando leí con horror lo sucedido con Rosa María Saquic
Lares, una niña de apenas 12 años secuestrada por 4 hombres adultos de su
comunidad durante una fiesta de la aldea, torturada hasta la muerte y
abandonada en pedazos en un paraje cercano, vi hasta dónde es capaz de llegar
la crueldad y el sadismo cuando en un país se ha perdido la decencia y la
humanidad. Este, lamentablemente, no es un caso excepcional. Muchas niñas han
sido violadas y sometidas a ritos de sangre con la finalidad de enviar un
mensaje de poder entre grupos criminales, o quemadas –como las niñas del Hogar
Seguro Virgen de la Asunción- para acallar sus protestas y evitar sus denuncias
de maltrato dentro de esa institución del Estado.
Pienso en mi hija cuando tenía 12 años y me cuesta creer
cómo, a un ser que recién empieza a asomarse a la vida, le pueden arrebatar los
sueños con ese salvajismo. Rosa María estaba en la fiesta de su pueblo, una de
entre las pocas ocasiones festivas a las cuales acuden las familias. Acompañada
por su padre y su hermana de 14 años, se negó a bailar con los hombres que las
acosaron y ese gesto de libertad le costó la vida. Cinco días tardaron en
encontrar sus restos, desperdigados por el campo.
Guatemala ha llegado al límite y este es tan solo un ejemplo
de la pérdida de valores y de sensibilidad humana, herencia de una historia de
terror que no termina. Los niveles de femicidio, desnutrición y pobreza extrema
son apenas una muestra de la violencia indetenible en la cual se desarrolla la
vida de sus habitantes, regidos por una cúpula de poder corrupta cuya fortaleza
se basa en sus vínculos con el crimen organizado y la influencia de un sector
ultra poderoso de empresarios cuyo único objetivo es continuar al mando del
quehacer político.
El asesinato con saña de Rosa María quizá sea investigado,
quizá no. Las instituciones encargadas de seguridad y justicia se encuentran
más enfocadas en los enredos políticos de un pacto de corruptos, cuyos
intereses predominan sobre el escenario nacional, que de los innumerables
hechos delictivos cuya abundancia e impunidad garantizada constituyen una
pesadilla permanente para la población guatemalteca.
El tan mentado estado de Derecho, las supuestas garantías
constitucionales, los constantemente trasgredidos derechos humanos y el sistema
jurídico -cuya flexibilidad parece amparar únicamente a quienes lo violan- se
han convertido en el sello de identidad de un país a la deriva, timoneado por
un mandatario inepto quien, rodeado de un círculo de confianza indiferente al
mandato constitucional, ha llevado a Guatemala a convertirse en un paradigma
mundial de lo que un Estado no debe ser. En semejante escenario, la pequeña
Rosa María Saquic Larios pasará a integrar la ominosa lista de los numerosos
crímenes contra la niñez guatemalteca, esos que por supuesto no figuran en la
agenda nacional.
elquintopatio@gmail.com
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