Falta poco más de dos meses para que comience el juicio por
la masacre de Pergamino. Los familiares de las víctimas relatan sus
expectativas y recuerdos más profundos.
La cuenta regresiva ya comenzó para el juicio contra los
seis ex policías imputados por la masacre de Pergamino, cometida el 2 de marzo
de 2017 en la comisaría primera de esa ciudad del norte de la provincia de
Buenos Aires. En poco más de dos meses, el ex comisario Albero Sebastián Donza
y los ex oficiales Matías Giulietti, Alexis Eva, Carolina Guevara, Brian
Carrizo y Sergio Rodas, enfrentarán un proceso por la muerte de Federico
Perrota, Alan Córdoba, Sergio Filiberto, Juan José Cabrera, John Mario Claros, Fernando
Latorre y Franco Pizarro. Los policías exonerados están imputados por abandono
de persona seguida de muerte, por lo cual podrían recibir condenas entre cinco
y 15 años. En la actualidad, Donza y Eva se encuentran recluidos en el penal de
Campana, mientras que el resto tienen el privilegio de la prisión domiciliaria.
Las semanas previas al juicio son frenéticas para los
familiares de los siete pibes. Por estos días, el dolor que supieron
transformar en lucha por justicia está a flor de piel. Junto a quienes los
acompañan en el Colectivo Justicia X los 7, salen a pintar murales, por las
tardes y noches hacen pegatinas de afiches (algunos de los cuales en apenas
horas son arrancados por manos –no tan- anónimas), viajan a diferentes ciudades
a difundir la causa que los une. Y esperan, con temores, sensaciones cruzadas,
y una fuerza inclaudicable, que se abran las puertas del Tribunal Oral Criminal
N°1 donde, durante dos meses, se escucharán sus testimonios, el de los 12
sobrevivientes de la masacre, de los bomberos y los peritos, como también de
los ex policías.
Daiana Brunel, hermana mayor de Federico Perrota, comenta a
este portal de noticias que al juicio lo espera con “ansias y nervios”, y que
sus “expectativas son altas, por eso espero la condena máxima. Esto no es en
forma de venganza ni mucho menos, simplemente que sean condenados como
cualquier otra persona por estas siete muertes”.
Mariana coincide con Daiana en que los ex policías deben
recibir una condena ejemplar. “Mi expectativa es que realmente se pueda conocer
lo que pasó, que se pueda ver que los policías pudieron hacer algo, pero no
quisieron salvarlos –afirma-. Deseo que obtengan una condena ejemplar, aunque
al dolor de la pérdida del ser amado lo llevamos de por vida. Ese dolor no nos
los quita nadie, pero confío que se va hacer justicia, sino sería una vergüenza
nacional”.
En estos más de dos años de ocurrida la masacre, las
familias de los siete pibes transitaron caminos de profunda tristeza, pero
también de aprendizajes colectivos. En una ciudad como Pergamino, rica para
unos pocos y conservadora para casi todos, la lucha de los familiares todavía
no es comprendida en su cabalidad. Pese a desplantes, palos en las ruedas, esfuerzos
que llevan al agotamiento, los familiares saben que su presencia en las calles,
en los pasillos del juzgado o en una escuela relatando sus vivencias, son
fundamentales para que se conozca lo que sucedió.
“Este tiempo de lucha lo veo más que bien –asegura Daiana-.
Si hoy por hoy estamos entrando al juicio es gracia a la presión que ejercimos
los familiares y todos los acompañantes, en especial Alejandro Cabrera Britos,
que jamás nos abandonó. Gracias a ellos los familiares convertimos el dolor en
lucha”. Alejandro era un músico callejero y defensor de los derechos humanos,
que falleció en un accidente automovilístico el jueves 23 de mayo.
Mariana cuenta que en este tiempo aprendió a admirar a los
familiares de los siete pibes y a los vecinos y las vecinas que acompañan sus
demandas. También se asombra al reconocer “la fuerza que uno tiene como ser
humano para pelear por lo que más ama. Creo que el amor mezclado con el dolor y
la bronca de tanta injusticia, nos lleva a salir a las calles para reclamar ser
escuchados”. Mariana tampoco se olvida de alguien que siempre estuvo al lado de
las familias: “Uno de los que se puso la camiseta y fue y será nuestro gran
acompañante es Alejandro Cabrera Britos. Él nos enseñó a que somos personas
únicas e invaluables, como eran nuestros chicos, y que nadie podía decidir y
abusar de la vida de otras personas, que tenemos derecho a no callar, a ser
escuchado. Esas son las cosas que aprendimos de Ale, que fue un pilar, un guía,
que realmente nos ayudó y acompañó en este reclamo, y que unidos venceremos a
aquellos que se creen más porque portan la chapa policial”.
Al referirse al impacto de la masacre y la posterior lucha
de los familiares en la ciudad, Daiana señala que “con el correr del tiempo,
desde lo sucedido hasta hoy, hay mucha gente que cambio su opinión gracias a
las marchas y demás movimientos. Hay mucha otra que no, que sigue sosteniendo
su postura del primer momento”.
Mariana recuerda los golpes que tuvieron que sufrir los
familiares después de la masacre, que incluyeron burlas, la circulación de las
fotos de los chicos muertos, acusaciones falsas, “pasando por alto el dolor de
todos nosotros”. Pero con el paso del tiempo, según Mariana, “hasta los medios
de comunicación cambiaron las palabras, ya que muchos entendieron gracias a la
lucha que fue una masacre”. Para Mariana, quienes en la ciudad sostienen las
mismas posturas que cuando ocurrió la masacre son “los condenadores, que se
creen que están exentos de todo, se creen humanos perfectos condenando a los
chicos y olvidándose que tienen hijos, sobrinos, primos. “Pero me quedo con esa
parte que nos escuchó, que se sensibiliza y tiene corazón. Si para comprender
nuestro pedido y nuestra lucha, alguien cambió y abrió su mente me reconforta,
porque entendió bastante de la vida y de todas las injusticias que trae este
mundo”, sintetiza.
Por las calles de Pergamino, los recuerdos de los pibes
todavía están latentes, frescos, y por momentos sus familiares los ven llegar,
entrar a sus casas, sonreír, dar esos abrazos cargados de afectos. “Los
recuerdos más fuertes que tengo de Fede son cuando escuchaba algún tema que le
gustaba y me sacaba a bailar –rememora Daiana, cuando tocaba la guitarra y
cantaba. También tengo recuerdos de nuestra infancia, cuando jugábamos con los chicos
del barrio a la mancha, a la escondida o cazábamos cuises. Pero el recuerdo más
fuerte y preciado que tengo es de la última vez que lo vi: me abrazó tan fuerte
que todavía siento sus brazos rodeando mi cuerpo. Y me dijo: ‘Te amo, flaca, a
pesar de nuestras diferencias. Cuida a Benu y a Pia (los hijos de Federico),
cuídalos a todos”.
En el caso de Mariana, esos recuerdos revolotean alrededor
de Francesca, la hija que tuvo con Fernando. “El mayor regalo y recuerdo es
nuestra única hija, que no solo físicamente es parecida, sino que como si fuera
un regalo tiene modos y gestos de Fernando”, dice Mariana. Para ella, Fernando
“fue y es el amor de mi vida. Vive en mi mente y corazón, nunca voy a dejar de
extrañarlo. Él me ayudaba en todo y siempre estaba cuando lo necesitaba”. Como
último recuerdo, Mariana se estremece cuando cuenta: “Lo que más llevo grabado
es el día en que salí del quirófano cuando nació Francesca. Él me estaba
esperando, le pidió al enfermero estar a solas un ratito y me dio tantos besos,
caricias, tantas palabras que salían de su corazón, con lágrimas de
agradecimiento y felicidad. Ese recuerdo lo llevó muy profundo, grabado en el
alma y en el corazón eternamente”.
leandroalbani@gmail.com
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