Por Omar Aguilar M:
La Revolución Popular Sandinista cumple 40 años este 19
julio, durante los cuales ha pasado por múltiples pruebas, retos, desavenencias,
guerras, acosos políticos, bloqueos económicos, injerencia extranjera y
contradicciones internas; pero siempre ha salido avante y sigue construyendo
páginas gloriosas e imborrables en la historia revolucionaria mundial.
40 años es solo un instante en la historia de la humanidad,
pero para quienes viven la historia, para quienes la escriben; viene apareada
de momentos de alegría y sufrimiento a veces con secuelas físicas y
psicológicas, con momentos de heroísmo, de hazañas, de miedo o de incertidumbre.
Sin duda alguna, la historia marca las vidas y deja huellas profundas en el
alma de sus actores; sobre todo en circunstancias difíciles como las que le ha
tocado vivir al sandinismo.
En su andar, las revoluciones y los revolucionarios a veces
pasamos por momentos en los que la incertidumbre nos invade, el temor nos
aprisiona y las dudas nos asaltan; lo cual es un signo de que somos seres
analíticos y profundamente sensibles. Pero no podemos dejarnos vencer y debemos
emprender un camino de reinvención y transformación, para desprendernos de todo
aquello que nos inmoviliza, que nos enlentece y nos hace vulnerables.
En estos 40 años de historia, han coexistido héroes y
antihéroes, valores y antivalores, patriotas y vendepatria, buenos y malos, los
que hablan con la verdad y los que mienten con descaro, los que construyen
puentes y los que levantan muros, los que derrochan amor y paz, y los que
derraman sangre y desparraman odio.
Primera etapa: una etapa de cambios, difícil, a prueba de
fuego y odio, de dolor y sangre; pero de afianzamiento ideológico.
Los primeros 10 años de revolución, fueron sin duda
extremadamente difíciles, complejos, con pasajes de alegría, y euforia, pero
también con momentos de tristeza y dolor. Las primeras decisiones de la revolución,
fueron estratégicas y reivindicativas: La Gran Cruzada Nacional de
Alfabetización, el Programa de Educación de Adultos, el establecimiento de la
gratuidad de la salud y la educación, los programas de atención a madres y
niños, la reforma Agraria (que permitió
la distribución equitativa de la tierra y la reducción del latifundismo
improductivo), el fortalecimiento del cooperativismo como modelo asociativo, el
impulso a la pequeña y mediana industria, la creación de un Sistema de
Seguridad Social incluyente, el programa de viviendas populares, la creación de
empresas del estado para prestación de servicios claves como agua y energía, el
mejoramiento del transporte urbano- rural, la ampliación de la red vial, el
fortalecimiento del deporte y la cultura como un derecho, la ley de autonomía
de los pueblos caribeños, el reconocimiento de los derechos de la mujer como
sujeto social, el fortalecimiento del sindicalismo como ente reivindicativo de
los derechos de los y las trabajadoras, y la creación de un fuerzas armadas y
de orden público verdaderamente defensoras del pueblo.
Todos estos programas, medidas y estrategias, significaron
un gran avance para las clases pobres del país, las que por primera vez en la
historia nacional eran tenidas en cuenta y se convirtieron en el sujeto
principal y en el centro de la Revolución Popular Sandinista. La solidaridad
internacional fue un pilar fundamental y contribuyó al desarrollo de todos
estos programas y medidas de carácter social, económico y político.
Pero como ya era de esperar, lo que beneficia a los pobres,
molesta a los ricos; lo que visibiliza al proletariado, es piedra en el zapato
de los burgueses; lo que acrecienta el nacionalismo, exacerba los ánimos de los
vendepatria; lo que reivindica los derechos sociales, es sinónimo de comunismo
y enfurece al capitalismo. El sandinismo se convirtió en un anatema para los
líderes políticos y religiosos, en un incordio para en imperialismo
norteamericano y en “mal ejemplo” para la periferia. La agresión imperialista llegó
con la mayor inmediatez imaginable y se sirvió de los vendepatria locales y de
los reductos del somocismo genocida para emprender una guerra fratricida, cruel
y contrarrevolucionaria.
Como toda joven revolución que triunfa por las armas, con un
liderazgo inexperto (con más preparación militar y político-ideológica que, en
economía, macro y micro-planificación, organización del estado,
multilateralismo, relacionamiento internacional, etc.), cometió errores y tomó
decisiones a veces desacertadas que de alguna u otra manera contribuyeron al
desgaste del proyecto revolucionario. Las altas inversiones en el campo militar
y otras áreas sensibles, sumadas al bloqueo económico, a un liderazgo vertical
y centralizado, a abusos de poder de algunos cuadros directivos (debido al
desorden y descontrol propio de un estado en guerra); provocaron enormes
desajustes en el campo económico, escasez de alimentos, carencias en servicios
esenciales, afectó a los sectores más vulnerables y generó descontento. No
obstante, es difícil encontrar en la historia mundial, un estado que, estando
asediado por una guerra se desarrolle con normalidad, mantenga sus estándares
de vida, no padezca de escasez y presente indicadores económicos y sociales
positivos.
La cruel guerra impuesta por el imperialismo a través de la
contrarrevolución armada y la contrarrevolución política, económica y
mediática; dejó una amplia secuela de muertes, dolor, rencor y odio. Se
escribieron páginas de heroísmo en todo el territorio nacional, pero de igual
manera páginas de sufrimiento y dolor, como el de las madres que perdieron a
sus hijos en la defensa de la patria, el dolor de los lisiados de guerra, la
psicosis de los que vieron a la muerte directamente a los ojos, la soledad de los
huérfanos de guerra, la profunda crisis económica, las carencias de alimentos y
servicios básicos. Todo esto representaba un enorme costo humano, moral,
económico y político.
Solo la voluntad de paz del sandinismo, puso fin a unos de
los capítulos más dolorosos de la historia de Nicaragua. Hubo que tomar la
difícil decisión de sentarse con el enemigo, con el adversario y buscar una
salida negociada. Esta decisión supo a hiel, puesto que las heridas de guerra
eran profundas, con más de 150 mil víctimas, incluyendo muertos,
discapacitados, viudas y huérfanos y profundas contradicciones y rencores. En
aras de estabilizar el país, se convocaron elecciones en el año 1990 y pudo más
el temor a una nueva escalada de guerra, a más muertes y dolor, que la euforia
revolucionaria que posicionaba a Nicaragua como un ejemplo de patriotismo,
resistencia y antiimperialismo. La pérdida de las elecciones tomó por sorpresa
al sandinismo y muchos se refugiaron en el ostracismo y la ira contenida. La
entrega del poder a un gobierno de derecha pro imperialista, no estaba en la
agenda de los que lucharon por derrocar a la tiranía somocista y de los que
dieron su vida por el proyecto revolucionario.
Las preguntas obligadas son:
¿Qué hubiera pasado si esta etapa de la revolución se
hubiese dado en un clima de paz y estabilidad, sin bloqueo económico y
político?
¿Diez años en guerra y en condiciones adversas, son
suficientes para deslegitimar una revolución naciente?
¿Las reivindicaciones y logros de la revolución, acaso no
generaron profundos cambios en la sociedad nicaragüense, tanto en el campo
ideológico-político, como en la esfera social, económica, cultural y en el amor
a la patria?
Segunda etapa: Una etapa de definición, de traición, de
retrocesos en el país; pero cimentadora de principios.
Los pseudorevolucionarios y los revolucionarios de ocasión,
cuales buitres espantados, salieron en desbandada, renegaron de la revolución,
se refugiaron en micro partidos, se aliaron con los nuevos gobernantes y
políticos emergentes, y le declararon su amor incondicional al imperialismo;
convirtiéndose en detractores a ultranza del sandinismo. Muchos de ellos, que
fueron los más radicales durante estos primeros 10 años de revolución, después
de la derrota electoral se convirtieron en los mayores críticos de la
izquierda, en avispados analistas políticos y se arrimaron a la derecha en
busca de limosna, de migajas, y con múltiples lisonjas enamoraron al
imperialismo. Pretendieron además confundir a la izquierda mundial, esgrimiéndose
como reformadores y salvadores de la ideología y principios del sandinismo; al
que creyeron derrotado y quizás acabado.
Los revolucionarios comprometidos de corazón y práctica, los
que nunca buscaron prebendas, los que defendieron la revolución con alma, vida
y corazón, los verdaderos hijos de Sandino, los que practican los principios de
Carlos, del Danto, de Rugama, de Arlen Siú y de tantos hombres y mujeres
ejemplares; aguantaron la embestida y retomaron la lucha en un nuevo contexto,
con nuevos retos, con nuevas estrategias, pero siempre con la fe de que el
sandinismo resurgiría orgulloso, más fuerte y más experimentado.
Durante los siguientes 16 años, al sandinista verdadero, al
revolucionario de formación, al líder
humilde y sencillo, al que sobrepone los intereses de los pobres a sus
propios intereses, al que sirve a los demás, al que no busca el beneficio
propio; le tocó luchar desde abajo, guiados por un líder carismático como el
del Cmte. Daniel Ortega, que recorrió toda la geografía nacional, que estuvo al
lado de su pueblo en momentos en que el rapaz neoliberalismo de Chamorro,
Alemán y Bolaños desbarataba el país, lo sumía en la pobreza, el analfabetismo,
la falta de energía, el comercio de la salud y la educación; generando
condiciones para el enriquecimiento de los oligarcas, en una espiral de
corrupción, robo del erario público y el entreguismo más vulgar; disfrazados de
demócratas y arcángeles de la paz.
Esos 16 años de adversidad, de lucha en el campo político,
sin más recursos que la moral, los principios inquebrantables y la fe en el
liderazgo histórico; sirvieron para sacar lecciones, aprender de los errores y
delinear nuevas estrategias de lucha para retomar el poder por la vía de las
urnas. En esta etapa hubo que tomar decisiones a veces confusas o difíciles de
entender, pero que a la postre, dieron la razón a nuestros líderes. Llegar a
acuerdos con la derecha gobernante, supuso un desgaste político al frente
sandinista, le granjeó innumerables críticas de propios y ajenos. Pero solo así
se ganaron espacios importantes y se lograron suavizar las medidas
neoliberales, la aprobación de leyes favorables, el respeto a reivindicaciones
claves alcanzadas por la revolución y el reconocimiento del FSLN como el
principal partido político de oposición.
Estas decisiones, permitieron la sobrevivencia de un partido
sandinista seriamente acosado por los gobiernos de turno y por el imperialismo
norteamericano. Solo así, el FSLN pudo mantener viva su participación en poderes del estado y su influencia en
entidades claves y estratégicas como los sindicatos de las instituciones
públicas y principales empresas, y además evitó el desmantelamiento del
ejército y la policía (pretendido por el neoliberalismo y el imperialismo
yanqui); instituciones emblemáticas creadas por la revolución.
Tercera Etapa: Una etapa de relanzamiento del sandinismo, de
reivindicaciones, de renovadas victorias; pero asediada por nuevas formas de
guerra.
La retoma del poder fue además de la reafirmación de la
fuerza del sandinismo, una declaración de que la semilla de la revolución
estaba viva y ávida de rebrotar, de crecer y convertirse en un árbol gigante.
Los años en oposición sirvieron al sandinismo para madurar, para reinventarse,
para convertirse en un partido político moderno, para prepararse en aquellos
temas que en la primera fase fueron asumidos por dirigentes políticos o líderes
guerrilleros sin experiencia, sin conocimientos técnicos especializados. De ahí
que en esta segunda fase, el gobierno revolucionario ha dado un salto de
calidad en el diseño de programas y proyectos sociales y económicos; planes de
inversión de corto, mediano y largo plazo en el ámbito energético,
infraestructura vial, telecomunicaciones, electrificación etc.; lo que le ha
posicionado como una de los gobiernos más exitosos de América Latina.
La ruta de desarrollo que lleva el país en 12 años de
gobierno sandinista, lo posicionan como uno de los gobiernos más exitosos en su
lucha contra la pobreza, en el crecimiento económico y como uno de los países
con mayor seguridad a nivel latinoamericano y mundial. Durante estos años de
gobierno sandinista, ha habido cambios significativos en indicadores sociales
de pobreza, salud y educación, infraestructura. Datos del INIDE, reflejan que
la pobreza general pasó de 48.3% en el 2005 a 24.9% en el 2016, es decir que se
redujo en un 23.4%. La pobreza extrema en esos mismos años, pasó de 17.2% a
6.9%; con una reducción de un 10.3%. Se han construido 2,500 km de carretera y
la cobertura eléctrica se ha ampliado en un 42.5%, pasando de 54% en 2005 a
96.5 % en 2018. En materia social, se restituyó la gratuidad de la educación y
la salud, se han construido 18 nuevos hospitales y una enorme cantidad de
escuelas; lo que constituye un hito para países en vías de desarrollo.
La estrategia del gobierno revolucionario en las áreas
económica y productiva, ha generado una mayor distribución de la riqueza y del
capital productivo para desarrollar una economía popular autosuficiente.
Nicaragua ha impulsado con fuerza la agricultura familiar, logrando alcanzar la
autosuficiencia en términos alimentarios, ya que produce entre el 80 y 90% de
los alimentos que consume la población; muy por encima de la mayor parte de los
países del área centroamericana.
A pesar de los enormes avances en el ámbito económico y
social, del clima de estabilidad y paz, de la concertación permanente con los
sectores productivos, del diálogo y consenso con la empresa privada, y de la
declaración abierta de un modelo cristiano, socialista y solidario; en abril
del 2018, se gestó un intento de golpe de estado, el cual fue repelido por las
fuerzas sandinistas. La casuística intrínseca, nos lleva a la conclusión que el
gobierno sandinista fue víctima de su propio éxito, de sus avances y victorias.
Es obvio que, para los adversarios del sandinismo, todos estos avances no son
para nada halagüeños; sobre todo porque posiciona al sandinismo y lo convierte
en una fuerza invencible y monolítica.
Las victorias y logros del sandinismo, han relegado a la derecha a un
lejano segundo plano, la han fraccionado y la han llevado hasta su casi
auto-extinción.
Las enormes ansias de poder y su egoísmo, han llevado a la
oligarquía a peleas internas, divisiones y contradicciones insuperables. En este escenario de profundas
contradicciones, la retoma del poder por medios democráticos, es decir a través
de elecciones, se vuelve un camino cuesta arriba y sin doble tracción. La única
manera de frenar los avances del sandinismo, es desestabilizando el país,
destruyéndolo y desprestigiando al gobierno en el ámbito internacional. Llevar
al país a un caos y culpar al gobierno, justifica un cambio brusco de gobierno,
disfrazando de “lucha democrática” lo que en realidad fue un intento de golpe
de estado a ultranza.
La violencia desproporcionada, la irracionalidad, el
vandalismo, los crímenes aberrantes y el derramamiento de sangre inocente; han
sido algunos de los efectos más perversos, que para los aplicadores del golpe y
sus aliados; son “efectos colaterales o necesarios”. Los medios de comunicación
de ultraderecha, con el apoyo de medios internacionales reaccionarios, montaron
las más burdas mentiras, crímenes atroces (que luego fueron achacados al
sandinismo), escenas de terror y tortura, en el marco de una gigantesca trama
destinada a aislar al gobierno sandinista y crear corrientes de opinión en su
contra.
A través de una compleja red de actores, instituciones,
medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales y organismos
internacionales (todos comprados, preparados y financiados por el imperialismo
yanqui); se pretendió forzar un cambio de gobierno, utilizando grupos
delincuenciales, pandilleros, mareros y falsos patriotas, para destruir el país
y crear un clima de guerra civil. Todo esto contó con la venia y el apoyo
directo las clases elitista y de cúpula de la Iglesia Católica, y expuso a
Nicaragua al escrutinio permanente, al escarnio de gobiernos títeres de la
derecha latinoamericana y a acusaciones infundadas de falsos defensores de
derechos humanos. La aplicación de medidas económicas y políticas, fue y sigue
siendo usada como mecanismos de presión en el afán de lograr una dimisión
anticipada del presidente Ortega y el desmantelamiento del sandinismo.
La intentona de golpe nos agarró en una zona de confort,
confiados de que los avances del proceso revolucionario y el éxito de los
programas y proyectos económicos y sociales; eran garantía suficiente de
estabilidad, paz y concordia. Nos emborrachamos de triunfalismo, nos henchimos
de victorias y nos agarraron como diríamos en buen nicaragüense: jugando trompo
en la cuadra, chupando paleta en el parque o bebiendo cacao en una mecedora.
La enorme conciencia revolucionaria, sumada a un liderazgo
estratégico, experimentado y a una estructura organizacional consolidada y
disciplinada; logró sacar a flote al gobierno revolucionario y desmontó la
intentona de golpe. La vieja guardia del sandinismo fue sin duda clave en el
desmontaje del golpe (a pesar de haber sido relegada en estos años a un segundo
plano); dando una lección de humildad y gallardía, que merece quizás un
análisis aparte.
La intentona de golpe sirvió para despertar al sandinismo de
su hibernación, para entender que el imperialismo no duerme, que la oligarquía
vendepatria afila sus garras en la oscuridad de la noche y que debemos estar
alertas, activos, en permanente preparación y movilización; si queremos
preservar nuestra revolución, nuestras conquistas. El desmontaje de la
intentona de golpe, no significa un jaque mate ni el final de los esfuerzos de
los detractores del sandinismo; hay que estar atentos a sus sucias estrategias
desestabilizadoras, a sus movimientos perversos y a las mentiras que
seguramente seguirán lanzando a los cuatro vientos.
Las lecciones aprendidas y la transformación del águila
Se cumplen ya 40 años y debemos continuar haciendo
transformaciones si queremos sobrevivir y crecer, deponiendo aquellas
actitudes, estilos de liderazgo, formas de actuación, vicios y costumbres que
nos impiden acelerar los cambios, que nos atan al pasado, que enlentecen
nuestro avance, que detienen nuestra marcha, y que desvirtúan nuestra razón de
ser y de vivir. Estas transformaciones, son extensivas al ámbito político,
laboral, comunitario, familiar y existencial.
La mayor lucha se libra hoy en el campo de las ideas y
debemos estar listos para ella, debemos fortalecer nuestros ideales, confiar en
nuestro liderazgo y no dejarnos amedrentar. Lo más difícil no es luchar contra
nuestros detractores, sino contra nuestros propios temores y dudas. Debemos
rescatar el ideario de Sandino, las enseñanzas de Carlos, la firmeza de Tomás,
la sencillez de Pomares. Debemos revisar nuestras actuaciones para entender
nuestras debilidades, errores, deficiencias y desde una profunda, humilde y
constructiva autocrítica; desarrollar nuestros valores, fortalecer nuestros
principios y renovar nuestro liderazgo.
En nuestras organizaciones, ministerios, centros de trabajo,
sindicatos, no podemos permitir o dejar pasar errores que desprestigien nuestro
proyecto revolucionario; no podemos aceptar liderazgos autocráticos y
verticales que avasallen a nuestros compañeros; no podemos callar si vemos
despilfarro de los recursos del pueblo nicaragüense, no podemos aprobar que se
use el poder para obtener prebendas o para escalar puestos inmerecidos; no
podemos aceptar la arrogancia como práctica ni el maltrato como mecanismo de
poder; debemos desprendernos de cualquier delirio de grandeza y actuar con la
humildad que caracteriza al revolucionario.
En nuestros barrios y comunidades debemos fortalecer nuestra
organización, nuestros grupos de discusión, socializar la información;
aclarando la realidad que se vive en el país y desenmascarando cualquier nueva
intentona del golpismo. De igual manera debemos estar atentos a que se usen los
proyectos y programas de inversión social de forma adecuada y eficiente; que se
beneficie a los más desfavorecidos. No podemos permitir que a través de los
proyectos se obtengan cuotas de poder, que se compren voluntades, que se
obtengan prebendas o que se cree un falso liderazgo. Debemos estar prestos a
canalizar las demandas sociales, de forma adecuada, entendiendo el contexto,
las capacidades de nuestro gobierno local y nacional. Debemos actuar con
firmeza en la defensa de la propiedad pública, en el respeto a nuestros
monumentos históricos, en el cuido de nuestros centros de recreación, en la
limpieza de nuestras localidades. Debemos estar vigilantes y no permitir que en
nuestras asambleas se cuelen falsos militantes que distorsiones nuestro
trabajo, que puedan ser informantes del golpismo o que sean palomas en el día y
vampiros por la noche.
Con nuestras familias, debemos cerrar filas, debemos estar
en permanente discusión, estudio, análisis de lo que sucede a nuestro
alrededor. Debemos inculcar a nuestros hijos y nietos, principios
revolucionarios de humildad, sencillez, entrega por los demás y compromiso
social; prepararlos como lo que son, nuestro relevo inmediato.
En lo general, debemos revisar nuestra forma de
organización, debemos establecer parámetros mínimos que definan a un militante
del Frente Sandinista, entregar el carnet de militante como un premio al
esfuerzo, a la perseverancia, al ejemplo, a la madurez político-ideológica.
Solo así, la militancia se convierte en un reto, en una meta y en un verdadero
compromiso con el pueblo. La afiliación y membresía son importantes, pero la
militancia es estratégica y clave para la madurez organizacional. En nuestras
filas, debemos garantizar que no haya cabida oportunistas que se visten con
ropa de revolucionarios cuando las peras están maduras y que retoman sus viejos
hábitos cuando las peras están duras. En este sentido, las decisiones se
vuelven transcendentales, ya que eliminan la carga innecesaria, los vicios, los
errores y abusos de aquellos que hablan en nombre de la revolución, con la
guatusa escondida en los bolsillos.
Para preservar nuestras conquistas y consolidar el gobierno
revolucionario, debemos continuar abrazando el pensamiento de Sandino como base
de nuestra ideología, el socialismo como filosofía y los principios cristianos
y solidarios como parte de nuestra actitud ante la vida. El trabajo de hormiga
en nuestras familias, en nuestros barrios y comunidades, en nuestras
instituciones; debe partir de mejores estrategias de formación y educación
política, del rescate de la experiencia de los viejos cuadros revolucionarios
para que apoyen al liderazgo naciente, del uso de la autocrítica como práctica
para el crecimiento y de la humildad revolucionaria como una actitud y forma de
actuación.
A 40 años de revolución, el sandinismo resurge con mayor
fuerza, con un liderazgo firme y estratégico, con un movimiento de masas tan
diverso como aglutinador; en el que se entrelazan diversas generaciones de
hombres y mujeres, que aman su revolución con alma, vida y corazón. Nicaragua
está sufriendo una transformación vital y con un brillo más intenso y un
dinamismo impregnado por el espíritu revolucionario; despliega sus alas y alza
su vuelo hacia la historia.
#Julio40SiempreVictoriosos
#Nicaragua40Revolución
#SandinoSiempre
oaguimar28@yahoo.com
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