Por Juan Pablo Cárdenas S.:
No se trata necesariamente de izquierdas o derechas en
cuanto al resultado actual de tantas naciones independientes y pretendidamente
soberanas sobre la faz de la Tierra. Los
ideales de la emancipación se relacionaron con luchas y líderes que comúnmente
abrazaban las ideas progresistas de libertad, justicia social y respeto a los
derechos humanos. Sin embargo, en el presente, no hay duda que algunas
expresiones independentistas son impulsadas por fuerzas y caudillos de tosco
nacionalismo y movidos por intereses económicos, es decir por quienes son parte
de las fuerzas más reaccionarias del mundo.
Desde los inicios y hasta casi hasta terminar el siglo
XX, los aires de integración, como el
que diera origen a la Unión Soviética o al Mercado Común Europeo, fueron
considerados expresión de un progresismo que, incluso, arrasó con las viejas
monarquías, así como antes nuestros procesos independentistas respecto de
España y Portugal fueron impulsados por esfuerzos y luchas que rápida y
consecuentemente tomaron las banderas del republicanismo, el término de la
opresión y el reconocimiento de la igualdad de derechos de toda la especie
humana. Es decir, obedecieron a una ideología francamente revolucionaria o
vanguardista para la época.
Más allá de la suerte posterior de estas gestas, parece no
haber duda que la Revolución Rusa y la integración leninista de numerosas
naciones explica mucho la consolidación de la Unión Soviética como una potencia
mundial, así como en su momento la integración de casi medio centenar de
estados norteamericanos explica buena parte de su actual poderío y hegemonía
estadounidense, además de la superación del esclavismo y diversas otras formas
de segregación.
Parece ser que la
humanidad anda mejor sin guerras vecinales, sin ejércitos imperiales y con
altos grados de colaboración mutua. El logro de integración muchos países
europeos, así como el mismo sueño bolivariano, de verdad mantienen mucha
vigencia, pese a las fuerzas centrífugas de los ingleses, la evidente
descomposición de muchos acuerdos regionales y aquellas tensiones entre
nuestros estados que favorecen, por cierto, a las grandes empresas
transnacionales y a los países hegemónicos que fundan en gran parte su
“prosperidad” en el negocio de las armas.
Cuesta concluir si el independentismo vasco y catalán, si la
propia desintegración del mundo socialista, pueden ser auspiciosos realmente
para los que los promueven. Da la impresión de que en todos estos fenómenos
conviven ideas y movimientos muy disímiles, así como resulta muy difícil
evaluar qué tendencias lograrán imponerse a la postre y si el costo que pueden
significar en pérdida de vidas y destrucción material francamente las
justifiquen. La certeza que hoy tenemos de la fragilidad de nuestro planeta y sus
ecosistemas, de los ingentes recursos que se pierden en estos conflictos,
cuando la tozudez de algunos países renuentes a aceptar como vecinos a árabes e
israelíes parecen recomendar urgentemente los valores del diálogo y la
tolerancia para la búsqueda del propósito más encomiable: la paz.
Resulta evidente que la emancipación africana y asiática que
derivara en tanta dispersión de estados fue del todo razonable. Pero de lo que
se trataba, sobre todo, era de expulsar de tales continentes a las potencias colonialistas,
erradicar la explotación de mano de obra, como la abusiva expoliación de los
recursos naturales de estos territorios. Creemos que no parece propicio valorar
como positivo el surgimiento de tantas naciones que finalmente no han sido
capaces de integrarse ni alcanzar satisfactorios logros en pos de su
desarrollo. Así como tampoco existe hoy la convicción que las potencias
colonialistas se hayan ido realmente y no estén ejerciendo ahora su hegemonía
bajo los nombres de las empresas transnacionales e incursiones militares que,
cuando se lo proponen, irrumpen en estas vastas extensiones.
Asimismo, tenemos resultados muy disímiles en la larga y
justa lucha de los pueblos aborígenes de América. Hay países como Canadá,
parcialmente México y otros que han resuelto bien y oportunamente las demandas
indígenas, haciendo esfuerzos considerables por reconocer la diversidad de
pueblos ancestrales que habitan de norte a sur, sus acerbos culturales y
derechos de propiedad. Lo que pasó por aceptar, necesariamente, su dignidad,
particularidades de vida y derechos humanos, sin perjuicio de que también se
los instara al disfrute de la modernidad y los recursos del desarrollo
educacional, científico y tecnológico.
Otra cosa es lo que sucede en Chile con la etnia mapuche,
cuyas aspiraciones de autonomía y derechos culturales y económicos continúan
conculcados. Al grado que la Araucanía está entre las regiones más atrasadas
del país, y las tensiones y conflictos se han reinstalado en la zona con
funestas consecuencias para todo el país. En este sentido, no tenemos duda que
a nuestro Estado le ha faltado insensibilidad, realismo y una mínima capacidad
de discurrir aciertos políticos.
Ello es lo que mejor explica, después de una espera más que
centenaria que entre los mapuches prospere ahora la idea de su plena
independencia de Chile y las ideas de su integración al país y pleno ejercicio
de sus derechos cívicos o ciudadanos representen ahora las posiciones más
conservadoras, y acaso minoritarias, dentro de esta guerra larvada. Como lo
hemos dicho en otras oportunidades, lo cierto es que a nuestra política en
éstas y tantas situaciones les ha faltado liderazgo y estadistas genuinos.
Creemos que habría sido perfectamente posible, a esta altura
de nuestra evolución republicana, que tuviéramos a nuestro pueblo fundacional
completamente integrado a una sola nación chilena, de no haber prevalecido la
codicia y el menoscabo en relación a los mapuches. Como “los más pobres entre
los pobres” del país, cada día se hace más difícil tal integración, sobre todo
por la influencia que ejercen en la Araucanía los intereses de las grandes
empresas forestales, pesqueras y mineras que no persiguen, ciertamente, el
interés nacional, sino su propia satisfacción en el lucro y la inicua apropiación
de nuestras reservas naturales. Y que, desde luego, tienen cooptada la
política, las instituciones del Estado y los poderosos medios de comunicación.
En este caso, no cabe duda que la emancipación mapuche se ha
consolidado como un ideal progresista o de izquierda enfrente de las fuerzas
reaccionarias que aspiran al pleno sometimiento de una nación de perfiles muy
definidos y cuyas demandas gozan de un creciente apoyo nacional que reconoce la
justicia y dignidad de sus reivindicaciones.
Además, que empieza a asumir que más de dos tercios de
nuestra población nacional étnicamente se nutren de la sangre y cultura de
nuestro pueblo fundacional. Realidad que hace todavía más absurda y fratricida
la represión policial y la impunidad de quienes a diario destruyen los
asentamientos indígenas matan y encarcelan a sus líderes morales y
combatientes.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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