Por Homar Garcés:
La eviterna amenaza de Donald Trump contra el gobierno de
Nicolás Maduro, jugando a ser el dueño de todo el planeta, ordenando sanciones
a diestra y siniestra a aquellos regímenes que cataloga de hostiles e
inconvenientes a la existencia de Estados Unidos como nación, no solamente ha
tenido por consecuencia la puesta en servicio de un liderazgo forzado,
encarnado en Juan Guaidó, al extremo de pretender su reconocimiento como
presidente (interino o no) de Venezuela, sino también el de inducir entre
alguna gente la idea que esta acción imperialista ayudará a resolver, de una
vez por todas, los diversos problemas y necesidades confrontados a diario por
los venezolanos.
Frente a tal situación, no podrá obviarse la actitud
autocomplaciente de algunos gobernantes y funcionarios del chavismo que dan por
descontado el desgaste de los grupos opositores y, de forma automática, su
misma permanencia en el usufructo del poder, a pesar del malestar innegable de
un grueso porcentaje de ciudadanos venezolanos que se afanan en capear la
difícil realidad económica que les toca vivir a diario. Muchos de ellos al
margen de la diatriba política, no por una indiferencia absoluta -como pudiera
calificarse- respecto a la pugna que mantienen chavistas y opositores por el
control del poder sino por la necesidad de asegurar la adquisición de los
productos alimenticios y medicinas, aunque esto signifique caer en las garras
de usureros, especuladores y acaparadores, erigidos en los grandes decisores
del destino económico de este país.
Nadie objetará, por tanto, el hecho que, gracias a la
corrupción extendida en todos los niveles de los poderes públicos, la situación
presente en Venezuela tiende a agudizar la desconfianza natural de los sectores
sociales hacia el Estado, lo que abona la propaganda opositora en cuanto a las
culpas del gobierno de Maduro como el causante directo de todos los males
sufridos en estos últimos años.
Este elemento, por cierto, representa una de las principales
piedras de tranca con que debería enfrascarse la dirección política del
chavismo en una lid permanente, de manera que se logre que la maquinaria del
Estado funcione de manera transparente, puntual y eficaz en beneficio del
interés colectivo. Un reclamo popular que parece perderse a la hora de los
diagnósticos y de las propuestas que, de vez en cuando, se dan a conocer en
medio de cada coyuntura; prefiriéndose dejarlo a un lado para no dañar,
aparentemente, el proceso de cambios iniciado por Hugo Chávez, sobre todo, si
en el mismo está envuelta gente de alta jerarquía política.
Si bien es cierto también que, en el ámbito político,
llevado al extremo, especialmente entre las filas de la derecha opositora, se
evidencia un afán por desatar un clima de violencia y de destrucción generales
que acelere la caída del chavismo gobernante, con tropas extranjeras incluidas,
al estilo de Daenerys Targaryen en Juego de tronos, lo mismo cabría afirmar
respecto a su contraparte, pero con métodos distintos. Ya no solamente por
causa de la corrupción sino, básicamente, por la falta de respuestas ante la
problemática presentada por los sectores populares y, adicionalmente a ello, de
continuidad y consolidación de las políticas públicas que apuntan a la
construcción de un poder popular suficientemente autónomo para transformar
estructuralmente el Estado vigente.
No está demás reconocer que esto lo propicia un segmento
significativo de burócratas de diferentes niveles, desde quienes ejercen cargos
de representación popular hasta el de menor incidencia en los asuntos públicos;
afectados todos por el síndrome de Hubris, transmitido por el eurocentrismo a
través de las instituciones coloniales españolas que dieron nacimiento a los
procedimientos administrativos y a las estructuras estatales actuales.
Como consecuencia, muchos venezolanos han optado por
aprovecharse de cada ocasión difícil padecida por sus compatriotas con ofertas
de productos variados, cuyos pagos son exigidos (sin estar legalizados) en
dólares, en un escenario donde poco importa si el contrabando de alimentos y
gasolina afecta o no a una gran mayoría de familias, si la la especulación con
las medidas produce o no la agonía y la muerte de quienes las requieren; si el
descarado injerencismo del imperialismo gringo significa o no aceptar el
condicionamiento y la subordinación de la soberanía nacional a poderes
extranjeros; o si la pérdida de valores no acelerará la ingobernabilidad del
país, como alguna minoría desquiciada así lo desea en beneficio de sus
mezquinos intereses.
Sin embargo, otros, contrariamente a todo lo expuesto,
prefieren echar mano a la creatividad y aprovechar la oportunidad histórica de
deshacerse de la cultura antidemocrática creada a la sombra de la lógica
capitalista y del Estado burgués liberal imperantes, con el compromiso
revolucionario de levantar en su lugar un nuevo modelo civilizatorio, un tipo
diferente de economía y una democracia realmente popular y participativa.
A pesar de cualquier conclusión pesimista relacionada con el
futuro de Venezuela, cuesta aceptar que no vale la pena tanto esfuerzo por
revertir las condiciones presentes. Cabría entonces preguntar quién apagará las
luces al final de todo, en una imagen apocalíptica que apenas se atreven a percibir
los principales protagonistas de este drama nacional, pero que, pese a no
advertirlo, no deja de ser materia de primera importancia en cualquiera agenda
de cambios que se proponga como alternativa al acoso internacional y la crisis
interna de Venezuela. –
mandingarebelde@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario