Por Carolina Vásquez Araya
Es absurdo esperar cambios de fondo en candidatos cuyas
trayectorias están a la vista.
Para el evento electoral cuya celebración se avecina en
Guatemala, han surgido candidaturas que ni siquiera deberían ser tomadas en
cuenta por la ciudadanía; y no solo por representar lo peor de una sociedad
golpeada por las organizaciones criminales, la corrupción política y la falta
de valores del empresariado, sino por un simple prurito de dignidad. La
población guatemalteca ha sido castigada una y otra vez por quienes controlan
los poderes del Estado, sin tener siquiera el ímpetu indispensable para levantarse,
reorganizar sus fuerzas y actuar como corresponde ante los abusos de un sistema
diseñado para aprovecharse de sus debilidades.
El circo electoral está que arde y de hecho debería hacerlo,
por si después surge de sus cenizas la depuración que necesita con urgencia. En
el escenario actual y sin el menor disimulo desfilan los ejemplares más
nefastos del entorno político y los electores comienzan el consabido proceso de
evaluar los alcances de su participación, sin entusiasmo alguno y más bien con
el escepticismo que ha acompañado a todas las elecciones de autoridades desde
el retorno a la democracia con la elección de Vinicio Cerezo, cuyo triunfo
despertó grandes expectativas y resultó provocando grandes decepciones.
Sin embargo, ante dados cargados gracias a una ley electoral
que los maneja a su antojo, la percepción general es de una profunda
desconfianza y esta alcanza, de refilón, a las pocas candidaturas honestas que
podrían generar un atisbo de esperanza. Pero aun cuando la ciudadanía conoce los
antecedentes de algunas candidatas y candidatos poco aptos para ejercer la
primera magistratura de la nación, administrar una alcaldía o integrar una
asamblea legislativa, lo cierto es que incluso los peores capturan la atención
pública gracias a mañas mercadológicas siempre eficaces con un pueblo poco dado
al análisis y al cuestionamiento de sus ofertas y, dadas sus graves carencias,
también proclive a aceptar la generosidad con la cual los financistas de
campaña fijan sus apuestas.
Que la cabra tira al monte no es un simple refrán popular,
es una verdad contundente. El comportamiento de algunas candidatas y candidatos
empecinados en retorcer las leyes y amordazar a la prensa y a sus opositores,
debería despertar todas las alarmas. Si desde una candidatura lanzan amenazas y
violan los preceptos constitucionales, es posible imaginar cuánto podrían hacer
desde una posición de poder como, por ejemplo, la presidencia de la república.
Adicionalmente, sus candidaturas huelen a delito desde el momento que existen
investigaciones y evidencias de acciones anómalas en torno al financiamiento de
sus campañas, aun cuando sus huestes opongan toda clase de recursos para evitar
la acción de la justicia.
El escaparate de las ofertas electorales está plagado de
ejemplares nefastos quienes, con un descaro total, lanzan amenazas de regreso a
las dictaduras; de falsos cristianos cuyas intenciones deshonestas saltan a la
vista; de auténticos dinosaurios del pasado con largas colas de mentiras y
corrupción y todo ello como un salto cuántico hacia un pasado que ya se suponía
superado. Para los electores, este proceso se ha transformado en un juego de
eliminatorias en donde la ficha ganadora podría significar la muerte de la
incipiente democracia por la cual se ha trabajado con tanta ilusión y con
grandes pérdidas humanas. Por ello, el refrán en referencia debe servir como
una guía valiosa para no volver a caer en un agujero negro como el que hoy
identifica al país ante el mundo.
elquintopatio@gmail.com
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