sábado, 16 de marzo de 2019

Miente, miente que siempre algo queda


Por Profesor Pablo Salvatb:

Son los actuales tiempos unos “tiempos de confusión”, sostienen algunos analistas y profesores. Pero, cuidado estimado lector/lectora. Los “tiempos” no se “confunden” por sí mismos y porque sí. Ellos no campean sobre nuestras cabezas y se dejan caer cuando así lo consideran. En algunos rasgos de la cultura del presente no hemos ido mucho más allá de los notables griegos pues. Allí también había oráculos que pretendían sujetar la acción de los humanos a ciertas pautas. Pautas pauteadas (permítaseme esta licencia) por el destino y los dioses. O, también, por la naturaleza.  Pues por lo mismo es que emergió ese pensar diferenciado que se llamó filosofía. Hubo algunos que consideraron era tiempo de no dejarse llevar tan mansamente por los mensajes del destino, los dioses o la naturaleza y comenzaron a inquirir, a preguntar; a dudar, de lo que se ve y de lo que no se ve.


El objetivo de esa filosofía no era una entretención del saber por el saber. No. Era comenzar a intentar tomar las riendas de lo que sucede, alrededor de ellos, en ellos, en las instituciones. Y para ello había que interrogar: las cosas, las personas, las leyes, el orden natural, el orden civil, a sí mismos. En particular, el orden ético-político y sus basamentos. Ingreso por aquí al tema de la confusión actual como rasgo de la cultura política pública; una confusión que es, interesada. Es decir, que obedece a ciertos intereses de poder (económico, militar, de recursos). 

¿Cuáles? Pues, el poder de las actuales elites que pretenden seguir imponiéndonos su globalización neoliberal, por todas partes, sin importar las consecuencias que pueda traerles a los pueblos.
Sabemos que los tiempos de la política son los tiempos del lenguaje, de  las palabras, las creencias, los argumentos  (cuando existen), los proyectos, los debates  y,  hoy en día, el uso amoral de las imágenes y de las llamadas “redes sociales”.  Ello es así porque incluso los más descarnados intereses de poder tienen que intentar legitimarse en su accionar. Como sea, y las veces que sea esas elites de poder tienen que machacar el lenguaje y repetir una y mil veces los mismo: Irak, el Sr. Hussein, tiene armamento químico  y oprime a su pueblo, luego (sin pasar siquiera por el Consejo de Seguridad de la ONU), hay que invadirlo y masacrarlo (se calcula en un millón de víctimas esa “pacífica” invasión). Luego, Libia y su líder eran buenos socios, hasta que se inventó lo de una rebelión y un gobierno paralelo inducido desde fuera del país y claro, entonces Gadaffi pasó a ser un conveniente “dictador” al que había que derrocar como fuera.

Ahora ese turno terrible le toca a Venezuela. De nuevo a nombre de la libre empresa, de los mercados energéticos, de los tecnócratas, y como no, derechos humanos y  elecciones (válidas solo si las ganan ellos), se fabrica la figura de un nuevo “dictador”;  esta vez es  el Presidente Maduro, contra el cual estaría entonces todo permitido. Y, de nuevo, al igual que la consigna aplicada en el nazismo, se miente y se distorsionan  una y otra vez las realidades y los motivos de esa descalificación, del bloqueo financiero, de la intervención externa, de la violencia guarimbera. Para ello cuentan con las corporaciones mediáticas (TV, radios, redes),  una prensa adicta y las oligarquías latinoamericanas que se comportan como grandes manipuladores de las sombras que proyectan todos los días, como en la caverna de Platón. Lo peor es que logran la  atención de  ciudadanos alienados  que terminan confundiendo  las apariencias con la realidad.  A los ciudadanos no se los deja pensar ni ilustrarse. 
La derecha extrema quiere imponer a un señor autoproclamado y fabricado por la Casa Blanca que nadie ha elegido.  Es, nuevamente (como sucedió  en Irak) el intento de poner el mundo al revés. 

 No hay verdad; lo que hay son intereses.   Claro, estaríamos en la era de la posverdad pues; con lo cual, no importa lo que se muestre o lo que se afirme; no importa cuánto se mienta, se confunda  o si la gente muere (ya el Sr. Guaidó advirtió “que las muertes son una buena inversión”) si eso es funcional a los intereses de poder. Si ello genera adhesiones emocionales.   Fíjese lector/lectora: ¿sabe usted cuántos colombianos viven fuera de su país? Se calcula en unos quince millones ese número. ¿Sabe cuánta gente del partido Unión Patriótica o supuestos simpatizantes fueron asesinados a comienzos de los 90, también en Colombia? 

Se calcula en unos 6 mil. Por cierto, Colombia es una democracia perfecta y modélica (con 8 bases Militares de los USA incluidas), con una enorme pobreza y miseria también, como corresponde.  Alfred-Maurice de Zayas, experto internacional en DDHH, afirmaba recientemente  que no hay crisis humanitaria en Venezuela: “Cualquier comparación con Gaza, Yemen, Siria, Libia, Sudán es absurda”.  Agregó: “las sanciones son un factor importante que contribuye a la crisis. La malnutrición y la falta de medicamentos pueden atribuirse directamente a  las sanciones y constituyen delitos geopolíticos en la categoría de crímenes de lesa humanidad.  EE.UU. no puede pretender estrangular primero la economía venezolana y luego reclamar que Venezuela necesita asistencia humanitaria”. 

Por todo esto, necesitamos más filosofía, no menos. Necesitamos más Ilustración, no menos.  El neoliberalismo y sus defensores reproducen lo que fue la ley suprema para el nazismo en  Alemania: “Que tus oyentes no se planteen un pensamiento crítico, trátalo todo de manera simplista (…) machacar siempre las mismas teorías simplistas, que no pueden ser refutadas desde ningún lado” (Víctor Klemperer). Saque usted sus conclusiones. 

pablosalvatb@gmail.com

0 comentarios:

Publicar un comentario