La profunda miseria de los pueblos forma parte de un plan
estratégico.
Solemos ver los acontecimientos como reflejos segmentados de
un caleidoscopio; un juego de espejos que nos obliga a separar en trozos
dispersos algo que -visto en toda su dimensión- podría darnos una perspectiva
más precisa del espeso caldo político en el cual están sumergidas nuestras
naciones tercermundistas. Por ello, es preciso comprender que la pobreza es
parte de un plan y los grandes estrategas saben muy bien que para conservar el
control del hemisferio sur hay que aplicarlo sin concesiones ni medias tintas.
Para ellos, los grandes conglomerados de seres humanos privados de medios de
subsistencia son daños colaterales necesarios en esa cruzada por el
enriquecimiento de los más ricos y el control de los recursos valiosos de
nuestras naciones.
Para ello, cuentan con la complicidad graciosa de gobiernos
hundidos en la más grosera y vil corrupción. Son sus peones –los más
insignificantes- y precisamente por su carencia de valores, su desprecio por la
ley y su ignorancia respecto de la historia de sus pueblos, estos peones son
capaces de hundir a sus países más allá, incluso, de las intenciones de sus
amos. En Centroamérica se puede observar con prístina claridad el entreguismo
de gobiernos aliados con el mayor de sus enemigos: un remedo de sistema neoliberal
extremo, cuyo efecto ha sido colapsar a sus instituciones y a sus economías
aplastando toda oportunidad de desarrollo. Guatemala, Honduras y Nicaragua no
pueden definirse por el color político de sus gobernantes –porque no hay
ideología que justifique tanta miseria moral- sino por los hechos que los
colocan entre los más represivos, violentos y corruptos del continente.
El caos institucional, las violaciones de los derechos
humanos, el desprecio por el estado de Derecho y un estatus permanente de
incertidumbre en el cual se debate una ciudadanía abandonada a su suerte, los
han convertido en un ejemplo de lo que no debe ser. Sus estrategias de
intimidación contra pueblos ya debilitados por el solo hecho de carecer de
medios de subsistencia mínimos, funcionan como un freno a la acción ciudadana,
mecanismo esencial de toda democracia. En este contexto viciado, los negocios
más prósperos son los monopolios, el tráfico de seres humanos y de drogas, en
ese orden.
La indiferencia de autoridades e instituciones por el
destino de miles de niñas, niños, adolescentes y mujeres desaparecidos sin
dejar huella permite deducir la complicidad de sus instancias encargadas de la
seguridad ciudadana. Así de podridas están las estructuras institucionales. A
esto se añade un plan maestro de larga data, concertado con los sectores de
poder económico para mantener a sus pueblos alejados de toda posibilidad de
empoderamiento a través de una educación de calidad, acceso libre e ilimitado a
la información y la garantía de un sistema de salud capaz de prevenir y evitar
la desnutrición crónica que –solo en Guatemala- afecta a más de la mitad de la
población infantil.
El cuadro no responde a un castigo divino ni a un infausto
destino marcado por la rotación de los planetas. Es parte de un plan perverso
pergeñado por mentes maquiavélicas con el único propósito de apoderarse de las
riquezas de los países para acrecentar las arcas de un puñado de seres
todopoderosos capaces de definir el destino de las naciones con la complicidad
de títeres locales. Es, en otras palabras, el mapa de los deseos dibujado por
un sistema económico voraz y carente de humanidad, ante el cual los pueblos
empobrecidos son indefensos. A menos, claro, que sean capaces de elevarse por
sobre sus diferencias para elegir, de entre toda la basura electoral, a sus
mejores cuadros políticos.
elquintopatio@gmail.com
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