En tanto Bolsonaro ha dicho que “no queremos una América
bolivariana” (1), uno de los varios críticos de Maduro expone: “El problema de
los precios se ha convertido en el asunto que más preocupa a las venezolanas y
venezolanos, porque pasan los días, semanas y meses y no hacen sino aumentar y
el gobierno no hace nada por detenerlos.” (2)
Agrega que existe “la quiebra en la ética del trabajo”, “la fuga de
empleados al exterior” y la grave corrupción.
¿Entonces?
Una
cosa es la crítica, otra la intervención
Los gobiernos de
México y Uruguay, en correcto comunicado conjunto, apelan al diálogo, aceptado
por Maduro y descartado por Guaidó. En
tanto Trump ha sido el primero en reconocer -u ¿ordenar?- presidente a Guaidó
(extrema derecha, de Voluntad Popular), estadounidenses como el Senador Bernie
Sanders le pide que “no apoye golpes”, ya que “Estados Unidos tiene un largo
historial de intervenir impropiamente en países de América Latina y no debemos
seguir ese camino de nuevo”. (3) O la
congresista demócrata Tulsi Gabbard - precandidata a la Casa Blanca para 2020-
opina: “Estados Unidos debe quedarse fuera de Venezuela. Dejemos al pueblo de
Venezuela decidir su futuro.” (4)
A su vez
personalidades, en su mayoría estadounidenses a las que se suman, entre otros
el brasileño Emir Sader- reclaman al gobierno de EE.UU. no interferir en Venezuela y apoyan un
diálogo. “Estas sanciones recortarán los medios por los cuales el gobierno
venezolano podría haber escapado de su
recesión económica, y a la vez, causaron una dramática caída en la producción
de petróleo y el empeoramiento de la crisis económica, con la muerte de muchas
personas que no pudieron acceder a medicamentos que hubieran podido salvar su
vida (…) Ninguna de las partes en Venezuela puede simplemente vencer a la otra.
El ejército, por ejemplo, tiene al menos 250.000 miembros de primea línea y hay
al menos 1.600.000 en las milicias. Muchas de estas personas lucharán, no
solamente sobre la base de la creencia en la soberanía nacional (…), frente a lo que parece ser una intervención
liderada por Estados Unidos, sino también para protegerse de una posible
represión si la oposición derrocara al gobierno por la fuerza.” (5). Concluyen
que la única solución es un acuerdo negociado.
¿La oposición a Maduro es demócrata?
Aún en las Repúblicas
democráticas, el Estado es una máquina de opresión de una clase sobre otra, o
de un bloque de clases sobre otro.
Históricamente sabemos como ejercen el poder los demócratas liberales, y
peor, como se suben al carro de la “democracia” desde los voceros de “El País”,
apologista del golpe de Estado de la Seguridad Nacional, a los Bolsonaro,
Duque, Macri, etc., que gobiernan Estados opresivos para las clases populares,
o bien, organismos obedientes del imperialismo como el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID). Sepámos que el contenido de la democracia siempre es
de clase. Hubo democracia esclavista, democracia en los burgos modernos,
democracia liberal en países capitalistas y democracias más estrechas, “las
tuteladas” por las Fuerzas Armadas a la salida de las dictaduras de la Doctrina
de la Seguridad Nacional. En todas, con
variantes importantes, grandes sectores del pueblo no han podido participar en
ella.
La República
Bolivariana no tiene una democracia liberal. Ha aspirado a una democracia
superior, participativa, popular. Agredida constantemente desde el exterior, y
con errores, no ha podido mantener lo
intentado. Sin embargo, ni todos sus opositores son demócratas
liberales, ni menos las agresiones desde Estados Unidos y sus títeres son por
apego a esos principios. Un ejemplo: Trump tiene a Israel como aliado clave,
Estado racista, intervencionista, represor y que más condenas de la ONU ha
recibido. En cambio, sí EE.UU. acciona por motivos geopolíticos, por las
riquezas naturales venezolanas (petróleo, coltán, diamantes, oro) y por el mal
ejemplo dado en el “patio trasero”. En otro orden, la segregación económica,
social, política, cultural, racial, ha sido una constante histórica de
Venezuela y factor decisivo de la victoria de la Revolución Bolivariana.
Conocer ese pasado como el presente son básicos para captar por qué en América
del Sur, es el principal escenario de lucha entre dos grandes bloques
políticos-sociales.
Geopolítica y poder mundial
Hans W. Weigert define la geopolítica como “ ‘la geografía
política aplicada a la política del poder nacional y a su estrategia de hecho
en la paz y en la guerra’ (y) estudia la influencia de los factores geográficos en la vida y evolución
de los estados, y, lo que es singularmente importante, los estudia con el fin
de extraer conclusiones capaces de orientar la política de los mismos” .
(6)
A la trascendencia de la geopolítica -en el caso, el valor
del “patio trasero” para EE.UU.- se suma
en el siglo XXI, la necesidad de comprender que un nuevo poder planetario
global manda, sin considerar a la democracia -a la que tolera sino lo cuestiona
a fondo- al tiempo que declina el poder de los
Estados Nacionales, inclusive el de las grandes potencias del occidente
capitalista; fuera de occidente hay excepciones, con Estados fuertes, como la
Federación Rusa, de discutible democracia liberal, o la República Popular China, definida como
“democracia consultiva”. El planeta es
dirigido por una constelación de organizaciones, que ejercen el poder
económico, financiero, científico, cultural, militar. No obstante, lo “viejo”
-los Estados Nacionales- reacciona y se defiende. Pero en la medida que los
Estados son diferentes -según las clases o bloques de clases que lo dominan-
aplican fundamentos distintos, si buscan el dominio imperialista o la
emancipación nacional. En el capitalismo (al menos el occidental), un verdadero “poder en las sombras” domina el
escenario mundial. El Club de
Bilderberg, fundado en 1954 es el más poderoso. Reúne a personalidades de esas
diversas esferas, las que suelen
repetirse en organizaciones afines.
Este fenómeno
creciente en las últimas décadas, provoca respuestas, aún dentro de los Estados
de las grandes naciones capitalistas. El brexit británico ha sacudido a Europa.
La victoria de Trump sacude a su país, y por la influencia de éste, al
mundo.
Trump contra la globalización y por el patio trasero
Dentro de su
Partido, Trump ha agudizado la lucha de tendencias. Expresa un nacionalismo
industrialista anti-globalista y con él emergen las formas radicalizadas del
nacionalismo conservador, como los supremacistas blancos. Con el lema “Estados Unidos primero”, busca re
industrializar al país y recuperar los empleos perdidos a causa de la
globalización que ocasionó la des localización de empresas, lo que le significó
conseguir votos de multitudes, de ex obreros desocupados en ciudades despobladas -caso de Detroit- por la
traslación de capitales a México, o aún, a China.
Equilibrando
distintas tendencias, Trump ha intentado romper la alianza ruso-china, con
fundamento en la teoría de la “balanza de poder” de Henry Kissinger. Esa teoría
-tomada de la geopolítica británica clásica- valora que una potencia dominante
debe entablar relaciones con el más débil de dos rivales para derrotar al más
fuerte, y en el proceso debilitar también al más débil. Pero Trump no sólo que
no lo ha conseguido, sino que en Estados Unidos se ha planteado su destitución,
señal de debilidad interna. (7)
Aprendiendo de tal teoría sería tácticamente inteligente que Maduro
buscara la alianza con la oposición que no es ultra derechista e
intervencionista como es la de Guaidó, para aislar a ésta, dando un paso atrás
necesario.
Sin embargo,
volviendo a Estados Unidos, existe algo en
común entre las diversas tendencias pro imperialistas: todas necesitan del “patio trasero”. Y en su
recuperación, someter a Venezuela es primordial por lo expuesto, al que
seguirían otros díscolos, casos de Bolivia o Cuba, o inclusive, México y
Uruguay.
Por eso, si las
contradicciones internas en EE.UU. no se
lo impiden, Trump parece dispuesto a seguir arremetiendo, arrastrando a la
guerra civil venezolana, sea por la intervención directa o a través de Brasil y
Colombia, la que en el mejor de los casos para sus intereses, equivaldría al
golpe de Pinochet, sin descartar -por la resistencia que hallará- a otra Playa
Girón (1961), o peor, a un Vietnam en
dimensión latinoamericana, toda vez que Maduro está apoyado por gran parte de
su pueblo, además que por Rusia y China, que también hacen su juego
geopolítico. Mientras, no nos cabe dudas, que los trabajadores y pueblos, deben
apoyar a sus pares de Venezuela -frente a la agresión imperialista, los que se
sienten más próximos a pesar de todos los pesares a Maduro, del mismo modo que
en la década del cuarenta, se apoyó a la URSS de Stalin contra la agresión
nazi. Y ni qué decir, apoyar al diálogo promovido entre otros, por el gobierno
de Uruguay, frente a la intransigencia de los promotores de la guerra
civil.
NOTAS.
(1) Exposición en el Foro Económico Mundial de Davos.
(2) Eleazar Díaz Rangel: “¿Cuándo se ocuparán en el gobierno
de combatir el alza de precios?” “Noticiero Latinoamericano”. Enero de 2019
(3) Declaraciones en “Noticiero Latinoamericano”. 22 de
enero
(4) Ibidem.
(5) “Intelectuales del mundo contra el golpe”. “Noticiero
Latinoamericano”. 22 de enero.
(6) Vivian Trías: “Imperialismo y geopolítica en América
Latina”. Cita a Wans W. Weigert en
“Geopolíica, generales y geógrafos”
(7) Wim Dierkxsens,
Walter Fomento y Julian Bilmes” “Trump gobierno, política exterior y
geoestrategia mundial”. . 18/12/2018.
jlui@adinet.com.uy
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