Por Prof.Pablo Salvatb:
Mucho se ha estado hablando, y con razón, respecto al
accionar paramilitar del Comando Jungla, cuerpo especializado al parecer en
Colombia, en estrategias represivas y que terminó con la muerte de un joven
comunero mapuche que iba desarmado, sobre un tractor y en compañía de un
niño. Por cierto, continuando prácticas
heredadas del régimen dictatorial cívico-militar, encabezado por A. Pinochet,
la policía uniformada dio una versión falsa de los hechos. ¿Para qué? Bueno pues
para hacerlo aparecer como un “enfrentamiento”.
¿Le recuerda algo? Bueno eso dependerá de si usted vivió en aquellos
oscuros años en el país, los vivió fuera o exiliado, o no había nacido aun,
pero es un hombre o una mujer enterada.
Un “legado” de los más nefastos que hemos recibido en esta
transición que no termina nunca, es justamente la exagerada autonomía del
factor policial-militar y un cúmulo de malas prácticas, que se originan en el
acceso al poder total que tuvieron aquellos militares, policías y sus socios
civiles, durante 17 años en el país.
Años en que la mentira y la impunidad cómplice era uno de los sellos de
su cotidiano accionar. Ahora bien, cuando uno consulta el diccionario, “jungla”
aparece como un término referido a una vegetación abundante, frondosa,
intrincada, selvática. Sin embargo, que se sepa, no hay tal “jungla” en la
Araucanía. Claro, hay bosques, árboles milenarios, animales, sembrados, pero
una selva propiamente tal ¿.?
Ahora, quizá podríamos extender el uso de ese vocablo y
usarlo como una metáfora del resultado social que ha implicado para Chile (y
otros países también) la imposición del neoliberalismo globalizado. Usted
pensará, lector/lectora, pero en qué sentido? Pues en algo que hemos
experimentado y observado día a día bajo
diferentes formatos: la liquidación del
lazo social, de los vínculos y convivencia comunitaria, basada en la creencia
en ciertos valores y actitudes compartidas que no se transan a cualquier precio
y que forman ciertas sedimentaciones históricas. La lógica del capitalismo
financia rizado global y neoliberal necesita liquidar los sentidos de
pertenencia comunitarios y sus valores de base; necesita disecarlos y
disolverlos. ¿Para qué? Pues para no dejar subsistir otro tipo de vínculos
entre los humanos que “el frío interés, el duro pago al contado”. Para poder
hacer de la dignidad humana “un simple valor de cambio”. Al mismo tiempo, le
importa barrer con los valores del común y del sentido de lo público-colectivo.
Lo que hace es imponer una visión narcísica del individuo
auto centrado, egoísta, ocupado con sus pequeños éxitos, logros, su poder, su
dinero, sus intereses, sus vacaciones, su casita, sus méritos. El pequeño
problema es que todos los individuos pretenden hacer lo mismo. Por tanto,
tenemos la competencia de todos contra
todos por el “logro”. Los logros son
“triunfos” individuales. Cada cual se
salva a sí mismo y los suyos, como puede.
El actual capitalismo globalizado se ha nihilizado. No existe la
justicia social. Tampoco la fraternidad
o la igualdad. Lo único que queda en pie es el cálculo costo-beneficio,
ganancias/pérdidas. No hay tiempo para cuestionarse el sentido del orden en que
vivimos hoy: sus valoraciones, sus finalidades.
La realidad y la sociedad se desvanecen: solo queda en pie
la lógica de mercado y de la propiedad.
Por eso, no hay sociedad, decía la Thatcher. Tampoco hay alternativas,
agregaba. Todo ello ha traído consigo nuevas desigualdades; nuevas formas de
violencia social y discriminaciones; fobias; racismo; agresividad; malestar;
privatización del bien común, fragmentación del social-colectivo. Como bien lo dice el médico psiquiatra José
Luis Padilla, la calidad de vida depende también de cómo se contemple el mundo.
Si se lo hace con generosidad, sociabilidad, con compromiso,
con ayuda mutua, aparece un mundo maravilloso. En cambio, si lo contemplo para
dominarlo, para conquistarlo, para ser un triunfador (…) el mundo se me
convierte en una guerra. Por eso insiste
en que vivimos en un estado de guerra. Quien dice estado de guerra, dice
violencia latente diseminada en todo el tejido institucional y su accionar.
Claro, hay las que llamamos propiamente guerras, con armas y
bombas; pero ahora también la vida
cotidiana - gracias al “libre”
mercado- se vuelve un estado de guerra
permanente de todos contra todos. Con
razón ejemplifica esto el médico citado, mencionando que nos basta con manejar por una autopista o por la ciudad
para darnos cuenta de eso.
Es decir, de la agresividad y el stress en que estamos sumidos. Y cuando estamos en esto, estimado lector y
lectora, entonces quiere decir que el neoliberalismo ha impuesto la “ley” de la
selva – es decir, la jungla- como forma de vida y “orden” legalizado por
supuesto (es una selva “ordenada”). Una
selva en la cual hay que luchar por sobrevivir a como dé lugar: astutamente,
corruptamente, mentirosamente. Cuando se desvanece la sociedad y no hay sentido
de lo común compartible y valorable, entonces solo queda en pie el orden vía
represión y autoritarismo. El uso de la
violencia represiva es el arma de las elites de poder cuando hay pueblos,
comunidades, etnias, movimientos o partidos que rechazan vivir como en la
jungla. Que afirman que hay un más allá
de este capitalismo neoliberal, depredador y decadente. ¿Será por todo esto que
la razón de Estado ha bautizado ese grupo paramilitar, como “Comando
Jungla?”
psalvat@uahurtado.cl
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