Por Jorge Luis Ubertalli Ombrelli:
El recién consagrado presidente de Brasil, Jair Bolsonaro,
decidió visitar el Chile de Piñera antes que la Argentina de Macri. Esta
visita, según analistas, no sólo estrecharía lazos comerciales y políticos,
sino que conllevará a una nueva división del trabajo en cuanto a aunar el
poderío militar brasileño con el chileno en el marco de controlar y hegemonizar
la política, la economía y el desarrollo militar en el sur del subcontinente,
en consonancia con la nueva administración Trump y su ‘retorno’ al belicismo y
la prepotencia fascistas. Chile y Brasil, en el cono sur, son países que han
mantenido sus fuerzas armadas funcionando en sintonía con sus ‘necesidades’ de
expansión. La antigua OTAS (Organización del Tratado del Atlántico Sur),
concebida para neutralizar un supuesto avance de la URSS en el confín atlántico
del subcontinente, ahora se remedaría- sui géneris- en el marco de una nueva
confrontación de EE.UU. y sus aliados con China, país orientado al Pacífico,
pero con aceitadas relaciones con Rusia y Estados europeos. La biooceanidad
reaccionaria en el Cono Sur estaría garantizada por el Brasil Bolsonarista y el
chile Piñerista.
El fascismo
Movimiento reaccionario y anticomunista por excelencia, el
fascismo nació en el marco de una crisis del imperialismo que se había iniciado
en el marco de la primera Guerra Mundial. Como lo sostuviera Lenin, las
contradicciones y confrontaciones entre los países europeos entre sí, más la
participación de EE.UU. en la confrontación Inter imperialista, permitió a la
naciente URSS hacerle frente por separado a los enemigos. La crisis
imperialista, causa y efecto de la guerra, culminó con una casi bancarrota de
los países contendientes y a la par una ascensión del movimiento revolucionario
y las luchas obreras en Europa y Asia, que llevaron a las grandes burguesías a
extremar cuidados para recomponer las tasas de ganancia necesarias para su
funcionamiento, y a la par declarar la guerra a los trabajadores. Así nació el
fascismo. Italiano primero, nazi y franquista-salazarista, más tarde, que se
caracterizó por:
-una centralización del capital en grado sumo, con la
consiguiente liquidación de los pequeños
y medianos empresarios, lo que determinó el control del poder de la gran
burguesía en los países donde se instaló, mediatizada por el Estado fascista,
que contaba con una base importante de masas.
- una presencia de masas importante que alimentaron al
Fascismo, y que fueron utilizadas para reprimir extralegalmente a la clase
trabajadora y a los movimientos y partidos revolucionarios. Esta masa de
pequeños burgueses furiosos ante la crisis, obreros desclasados y elementos
lúmpenes, sirvieron al Estado fascista como soporte político y parapolicial
para anatemizar y reprimir al movimiento obrero, a sus organizaciones
sindicales y a sus vanguardias, y se fundieron más tarde en el aparato del
Estado represor.
-un desarrollo de la industria militar, en la perspectiva de
una confrontación con sus ‘enemigos-competidores’ capitalistas por mercados,
materias primas y espacios territoriales, mediante la guerra.
- una ideología demagógica y contradictoria, que a la par
que blasfemaba contra el ‘capitalismo’, acusaba a comunistas, socialistas y
otros revolucionarios de ‘extranjerizantes’, y admitía la centralización y
reproducción ampliada del capital en grado sumo por parte de la gran burguesía
industrial y financiera.
-la exaltación de los ‘valores’ de la ‘nacionalidad y la
tradición’, entremezclándolos con el odio a lo extranjero, el racismo, la
religiosidad sectaria y reaccionaria, la consagración de las peores costumbres
y tradiciones surgidas del oscurantismo, la ignorancia, la superstición, la
superioridad racial, nacional, etc., etc.
- el uso de la violencia paraestatal y estatal contra los
trabajadores organizados, a fin de destruir cualesquiera de sus organizaciones
que significaran conquistas y derechos.
‘Consecuentemente, el fascis¬mo es un producto del
capitalismo monopolista e imperialista. Todas las demás tentativas de
interpretación del fascismo en términos puramente psicológicos conllevan la
misma debilidad fundamental’. (Ernest Mandel, El Fascismo, 1969).
Cabe destacar una vez más que el fascismo se diferencia de
una monarquía o una dictadura militar por la base de masas, que lo hace
posible. “Sólo un movimiento semejante puede diezmar y desmoralizar a la franja
más consciente del proletariado, mediante un sistemático terror de masas,
mediante una guerra de hostigamiento y de combates en la calle y, tras la toma
del poder, dejarlo no sólo atomizado, como consecuencia de la destrucción total
de sus organizaciones de masa, sino también desalentado y resignado”. (L.
Trotsky, citado por E. Mandel en El Fascismo…)
Algunas falacias.
Si bien el Estado fascista es aquel que parece
‘autonomizarse’ en el contexto de la lucha interclasista y que persigue hasta
destruir a toda organización de los trabajadores, sea comunista, social
demócrata, social cristiana, etc., no es cierto que evite la ‘privatización’ de
las grandes empresas de industria pesada y militares. Ante este punto es
necesario reproducir un párrafo del trabajo de Mandel, vinculado a la
‘privatización’ de las industrias y materiales de guerra por la Alemania nazi:
‘La tendencia
fundamental no era la nacionalización, sino la reprivatización, ni la primacía
de cualquier “dirección política” sino los superbeneficios de las grandes
empresas’- sostiene Mandel.
‘En plena guerra, cuando hubiera podido esperarse de los
partidarios de la ”guerra a ultranza” que se mostraran absolutamente
despiadados con los intereses privados, tuvieron lugar dos sucesos con las
empresas Flick, que aclaran enormemente las relaciones de producción
existentes. El 4 de mayo de 1940, una de esas empresas negoció un contrato con
altos funcionarios del Estado para la producción de obuses y bazokas. Los
funcionarios del gobierno habían calculado que, para obtener un beneficio
razonable, Flick debía recibir 24 RM por obús. Pero la compañía exigió 39,25 RM
por obús. Finalmente, el acuerdo se estableció en 37 RM, un beneficio
suplementario de 13 RM por obús, es decir más del 35%, o sea, más de un millón
de marcos suplementarios por todos los obuses fabricados hasta finales de 1943.
Haciendo abstracción de la dictadura nazi, la diferencia entre la primera y la
segunda guerra mundial no es tan importante, después de todo. En ambos casos,
los soldados creían morir por la patria y, en ambos casos, morían por los
beneficios suplementarios de los señores de la industria.
El segundo ejemplo es todavía más “precioso”. El ejército
había construido sus propias fábricas (con capitales provenientes de fondos
públicos, por supuesto). Estas fábricas se alquilaban generalmente a empresas
privadas, recibiendo en contrapartida una participación del Estado en los
beneficios del orden del 30 o 35%. En 1942, la compañía Flick hizo lo indecible
por tomar la dirección de Machinenfabrik Donauwörth GmbH (Sociedad de Construcción de Maquinaria
Donauwörth).
El 31 de marzo, el activo de Donauwörth ascendía a 9,8
millones de RM en el mercado, mientras que su valor contable oficial era de 3,6
millones de RM. Flick compró la fábrica (equipada con el material más moderno)
al precio indicado por el valor contable oficial. Klaus Drobisch evalúa sus
beneficios en más de ocho millones de RM en ese caso concreto. Cuando se
levanta la cáscara política se descubre el verdadero núcleo, la dominación de
clase. Si el Estado nazi hubiese nacionalizado sistemáticamente todas las
empresas de armamentos, si hubiese reducido despiadadamente los márgenes de
beneficios al 5 ó al 6%, si hubiese exigido, por ejemplo, que al menos la mitad
de los directores de las fábricas que participaban en la guerra, fuesen
representantes directos del Estado y las Fuerzas Armadas (puesto que, sin duda
alguna, es lo que exige una guerra eficazmente dirigida), entonces podrían
justificarse parcialmente ciertas dudas sobre el carácter de clase de ese
Estado. Pero los hechos demuestran con claridad lo contrario: la subordinación
brutal de todos los intereses a los de las grandes compañías. Y la
subordinación de todas las exigencias sectoriales a la dirección “total” de la
guerra, llevada a cabo en el interés de esas grandes compañías, se detiene en
el justo punto en que alcanza el alfa y omega: la acumulación de capital por
las grandes empresas’.
Cabe aclarar entonces que el fascismo cipayo que caracteriza
a Bolsonaro, y su anfitrión, el pinochetista Piñera, no los inhibe de
reprivatizar empresas vinculadas a la industria pesada- léase también industria
militar- en tanto y en cuanto la sujeción al capital monopolista local, en
sintonía con el trasnacional- fundamentalmente el afincado en EE.UU.- los
condicionan a tomar cualquier medida tendiente a beneficiar al capital
monopolista.
El ‘sub imperialismo’ brasileño y el ‘Israel’ del cono sur
iniciarían su periplo hacia la agresión a Bolivia, Venezuela y otros países de
la región que no comulguen con el nuevo orden trumpista.
¿Y la Argentina qué?
El Isidoro Cañones que utiliza todavía el sillón
presidencial para desde allí orientar el saqueo, la explotación y la
humillación al pueblo argentino no es comparable, como ya lo dijimos, a
Bolsonaro. Ni tampoco a Piñera. Y no es sólo por su distinto y payasesco sesgo
personal ni por su ‘vocación democrática’, sino porque, además de ser un
‘producto político’ de otra era, no cuenta con fuerzas armadas poderosas ni
organizadas para participar en el eje reaccionario, contrarrevolucionario y pro
imperialista Brasil-Chile, ni siquiera como aliado menor. Y tampoco con una
gran base de masas. A pesar de que algunos de sus funcionarios y funcionarias
se hacen los ‘malos’, no les dá el cuero para aliarse en igualdad de
condiciones con los fascistas brasileños y chilenos. Por lo tanto, la visión
posible de sus homólogos de Brasil y Chile sería de la apurarlo a instaurar un
Estado afín al de Bolsonaro y Piñera, donde ya se instauran penas contra los
que difundan propaganda comunista y se critica abiertamente a los gobiernos
socialistas no afines a la ‘democracia’ de EE.UU., o contribuir a su recambio
por parte de los conocidos ‘nacionalistas’ de siempre, los fascistas
vernáculos, que cuentan, como lo dijimos en otras oportunidades, con base de
masas y aspiraciones bárbaras. (ver ‘No hay peor ciego’, del autor, en
barometrolatinoamericano.blogspot.com. noviembre 2018).
Se hace necesario aunar a los trabajadores de los países
donde el fascismo y el militarismo acechan a los pueblos y gobiernos no afines
a los EE.UU. trumpianos en un frente único y encauzar la lucha común para dar
vuelta la tortilla. Direccionar las luchas obreras y populares hacia la toma
del poder y construir el socialismo es una cuestión de vida o muerte, de
supervivencia ante la barbarie.
El fascismo debe ser nuevamente destruido, y con él el
sistema capitalista, del cual es una de sus patas.
javierheraud24@yahoo.com.ar
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