domingo, 11 de noviembre de 2018

Aprender de un progresismo al siguiente (Parte II)


Por Nils Castro:
Por lo tanto, transcurrida la pasada marea progresista, la experiencia de esos tres lustros de logros y errores ahora ofrece un acervo continental de extraordinario valor, que ya toca revisar con autocrítica responsabilidad. Y lo que da sentido a examinar este caudal es obtener las conclusiones requeridas para erradicar las deficiencias y potenciar los aciertos de esa experiencia, a fin de garantizarle mejor armazón ética, cultura política, organización popular y eficacia a nuestras prácticas, y concretarlas en el liderazgo de la venidera ofensiva popular.


Ahora, mientras los loros bizantinos olvidan los procesos de emancipación nacional y popular, y especulan sobre “ciclos”, progresismos, reformas o revoluciones, otra ola protestas sociales ha empezado a rodar. Las barbaridades de Macri y similares vuelven a exhibir los abusos, incompetencias y fracaso de las viejas o “nuevas” derechas como alternativa.

Como señala Joao Pedro Stedile, aunque Bolsonaro use todo el tiempo toda la represión y el amedrentamiento, y libere todas las fuerzas reaccionarias presentes en la sociedad, para dar toda la libertad al capital con un programa neoliberal, esa opción es inviable, no da cohesión social y no resuelve los problemas concretos de la población. Eso, continúa Stedile, aunque complazca a los bancos agrava las contradicciones y genera un caos social que lleva a los movimientos sociales a retomar la ofensiva.  

Los despropósitos neoliberales causan inconformidades populares que, a su vez, demandan liderazgos y proyectos confiables La sólida votación obtenida por Gustavo Petro, las expectativas que ya levantan frentes como Brasil Popular y Pueblo Sin Miedo y una izquierda reencauzada, así como la aplastante victoria electoral de López Obrador, están entre sus nuevas manifestaciones palpables.
Al propio tiempo, por su lado, en Washington DC los dislates de un paquidermo arrogante evidencian que el sistema de dominación imperial sigue perdiendo capacidad para proveerse de visión, eficacia y liderazgo estratégicos.

Así pues, de nueva cuenta la mesa de las condiciones objetivas suficientes para comenzar otra ofensiva progresista está servida. Una ofensiva que no solo es de segunda generación sino distinta, mejor dotada de experiencias, ideas y expectativas. Con lo cual el asunto ya no radica en si los procesos progresistas, de liberación nacional o con vocación socialista han amainado o concluyeron, sino en cómo corresponde liderar sus próximas aspiraciones, para que en las nuevas circunstancias su acometida sea más abarcadora y asuma objetivos sostenibles de mayor alcance.

¿Cuánto hemos aprendido de nuestra anterior experiencia? ¿Cómo actualizar, compartir e instrumentar sus lecciones en las actuales condiciones? La pasada ofensiva brotó en unas condiciones socioculturales que las izquierdas afrontaron no solo fragmentadas, sino también sin aun sin madurar una comprensión de la crisis del modelo soviético, ni de sus puntales políticos e ideológicos, como tampoco del cambio de las circunstancias internacionales, ni de las opciones que estas podrán deparar.

En aquella coyuntura fue posible captar el voto, más que la adhesión, de unos pueblos exasperados pero aún cohibidos por la sombra de la hegemonía imperial y recientes dictaduras. Y por eso culturalmente inhibidos de aspirar a mayores expectativas, aún percibidas como riesgosas. En tales condiciones, ese crédito electoral posibilitaba acceder al gobierno, no al poder. 

En contraste hoy, en vísperas de otra ofensiva progresista, toca asumir dos misiones previas ante una situación que ya no es la misma. Por una parte, colaborar con amplia parte del pueblo   con la diversidad de sus comunidades concretas   para superar rezagos político culturales y organizativos, tanto en el sector laboral como en sus asentamientos locales. Por otra, ofrecer nuestras propuestas como parte del esfuerzo para superar la fragmentación conceptual y política de las izquierdas. Es decir, promoviendo vías de diálogo y cooperación para juntar fuerzas y hacerle camino a nuevas posibilidades, no solo proponiéndose ir más lejos, sino articulando las fuerzas necesarias para lograrlo. 

Es malsano ignorar la pluralidad que dinamiza a cada pueblo y clase social embrollando el concepto de unidad con el de su acepción monolítica. Como asimismo equiparar a los sujetos políticos y sus vanguardias con escuadrones militares, extrapolando una metáfora didáctica de tiempos de la guerra civil en Rusia. Es indispensable apreciar las diversidades, una vez que la unidad es un proceso que se construye entre diferentes, puesto que sin diferencias no haría falta construirla.

Mientras se deja alargar discrepancias, las contraposiciones resaltan sobre todo lo que haya en común. Sin embargo, entre corrientes de izquierda y progresistas la mayoría de las veces será más   y de mayor rango estratégico   lo que ellas comparten, aunque se deje de reconocer. Esto remarca lo acertado de la propuesta de empezar por poner sobre la mesa los respectivos proyectos y hallar en qué campos coincide (con lo cual no pocos prejuicios irán descartándose).

No es necesario lograr unidad en cada uno de los aspectos conceptuales y propuestas, sino allí donde ya es posible coordinar colaboraciones. Como proceso que es, la unidad se construye haciendo camino al andar, pues al propiciar acercamientos donde ya cabe cooperar, se amplían las posibilidades de coincidir en otras áreas y perspectivas. La fertilidad de la estrategia frenteamplista consiste en que se empieza por lo mínimo esencial y las convergencias crecen en tanto se lucha en común por objetivos que lo ameriten, sin que las diferencias obstruyan la marcha. Lo que asimismo es prueba de buena fe.

Para abrir camino
En tiempos en que prevalecía el marxismo dogmático, una de las primeras lecciones de Fidel Castro y la Revolución cubana fue sobre la efectividad de la acción y la experiencia conjuntas como medio para producir organización y pensamiento compartidos. El Movimiento que salió a la luz el 26 de Julio de 1953 se inició tras convocar a jóvenes honestos y patrióticos   martianos   con base en una condición, sin detenerse a discriminar su pluralidad de ideas políticas y orígenes sociales. La condición moral mínima de estar dispuestos a tomar las armas contra la dictadura para erradicar la política corrupta, hacer efectiva la independencia nacional y erigir una democracia socialmente comprometida. Propuesta que poco después sería argumentada en La historia me absolverá, un proyecto de liberación y desarrollo nacionales. Desde esa condición inicial, combatir juntos y compartir las vicisitudes populares sustentó la formación ideológica de esos jóvenes y de la mayor parte del pueblo cubano, más que cualquier catecismo doctrinario.

Doctos analistas hoy calificarían ese proyecto de reformista, desarrollista, socialdemócrata o progresista, dictaminando que no pasa de proponer un adecentamiento del capitalismo, no una propuesta revolucionaria. Pero en su condición de proyecto de liberación nacional, ese del Moncada se fundó en poderosas convicciones patrióticas y de solidaridad social, y tuvo gran capacidad de convocatoria no solo por sus argumentos sino por el ejemplo cívico de sus militantes. Proyecto que, a partir de 1959, avivado por su rápida ejecución y por el hostigamiento norteamericano, en vísperas de Playa Girón hizo posible darle piso popular efectivo a la vocación socialista emanada de su matriz nacional liberadora y desarrollista.

Esa experiencia debe recordarse ante los encabezados con que algunos hoy pontifican sobre el progresismo latinoamericano. Califican este fenómeno latinoamericano y actual apelando a clichés estáticos y excluyentes como los de reforma o revolución, o de intención anti neoliberal o anti capitalista, que reducen el análisis a las taxonomías con que la lógica formal disecciona un objeto aislado y estático. Y así eluden la fatiga de discernir e interpretar la red de contradicciones con que la lógica dialéctica opone y asocia una diversidad de factores, en el trabajo de comprender y explicar un proceso.

En la actual situación de las naciones latinoamericanas y su contexto continental y global, somos parte activa de una transición histórica distinta de la confrontada en 1962 cuando la II Declaración de La Habana, o durante la retracción, crisis y derrumbe del modelo soviético, y bajo la ofensiva neoconservadora y el apogeo del neoliberalismo, o en medio de la primera oleada progresista iniciada por Hugo Chávez. No pocas veces, los esquemas o clichés verbales que en uno o más de esos períodos parecieron útiles para entenderlo no son apropiados para comprender las potencialidades de otro. En situaciones tan modificadas, los anteriores modos de concebir y alcanzar las metas deseadas pueden dejado de ser eficaces, y tocará calificarlos con otros adjetivos.

Para abrirle camino al otro futuro posible, durante esta transición no solo es deseable y necesario ir más allá que en la anterior oportunidad, sino indispensable articular y formar las fuerzas requeridas para emprender camino, ampliarlo y sostenerlo. En la inminencia de esta nueva marea de inquietudes populares, urge capacitar esas legiones, al tiempo que luchar para revertir la contraofensiva de la derecha y discutir qué objetivos proponernos al recuperar iniciativa, y cómo avanzar a corto y mediano plazos en esa dirección, con los destacamentos sociales que efectivamente lo pueden hacer posible.

Son estas fuerzas reales quienes determinarán cuánto y hasta adónde se puede hacer y sostener en la práctica política, no los juegos de palabras más sutiles, ni menos una campaña de caza y lapidación de presuntos reformistas. Las indignaciones organizadas de la gente atizan el acontecer mejor que las exhibiciones verbales, donde algunos articulistas malgastan sus pericias intercambiando sentencias y entierros políticos en vez de aportar ideas que resuelvan problemas y despejen caminos.

Porque si de fuerzas se trata, hay que formarlas. Por lo pronto, tal como Frei Betto resume la actual perspectiva, antes de que se haga tarde “solo le queda a la izquierda volver al trabajo de base, organizar a las clases populares, promover la alfabetización política del pueblo” .
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