Análisis político
Al celebrar a treinta años el Triunfo del No en el
plebiscito que convocó Pinochet para continuar en el poder, es justo y
necesario destacar a quienes hicieron posible este logro. Desde luego, lo
primero que habría que reconocer es que el mérito lo tienen fundamentalmente
los chilenos que se atrevieron a concurrir a las urnas y desafiar un proceso
eleccionario sin las suficientes garantías republicanas, al mismo tiempo que
sacudirse aunque fuera un día de los temores de la población después de
diecisiete años de dictadura.
No debemos olvidarnos que la consulta popular fue iniciativa
de los gobernantes exigidos por las presiones de Estados Unidos, algunos
partidos políticos y otras instancias nacionales y extranjeras que temían la
posibilidad de que creciera la convulsión social y la salida chilena emulara lo
ya acontecido en Cuba y Nicaragua. Que se impusiera una vía insurreccional que
finalmente le diera el triunfo a un gobierno de corte radical, por cierto
contrario a los intereses de quienes habían propiciado el Golpe Militar y
consolidado un régimen favorable a las compañías extranjeras que miraban con
inmensa codicia nuestros recursos naturales. No podemos borrarnos de la memoria
la cantidad de recursos, invitaciones y otros que se le asignaron a los mandamases
de la Democracia Cristiana, a los socialistas “renovados” y otros para que
separaran aguas con el Partido Comunista, el MIR y las organizaciones de
derechos humanos.
Quienes estábamos a la cabeza de los medios de comunicación
disidentes fuimos testigos de la millonaria oferta que nos hizo personalmente
en embajador norteamericano en Chile para que le cerráramos nuestras páginas al
Movimiento Democrático Popular y a quienes propiciaban por entonces “todas las
formas de lucha” en contra de la tiranía. Oferta que a muchos con complace
haber rechazado y persistido en nuestra voluntad de propiciar la más amplia
unidad del pueblo y sus instituciones democráticas. Lo que explica que,
después, con Patricio Aylwin en el poder,
se acometiera la persecución a estos medios, hasta ahogarlos para que no
siguieran propiciando juicio y condena a los opresores, relaciones con todos
los países del mundo, así como el fin de un modelo económico y social que hasta
hoy los ricos más ricos y mantiene
altíosimos índices de pobreza, desempleo y discriminación. Lo que da origen a
la “mano de obra barata” que es uno de nuestros grandes incentivos al capital
foráneo.
Ciertamente se impuso el camino del “dialogo” y del
plebiscito, después de haber fracasado el atentado al Dictador, pero no puede
caber duda que éste es la reacción desesperada de los militares, del gran
empresariado y otros al comprobar las acciones del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez y toda esa red de organizaciones sociales que fueron capaces de
consolidar unidad y organizar protestas callejeras que efectivamente tenían la posibilidad, más temprano que
tarde, de derrocar a Pinochet o lograr que sus mismos efectivos se encargaran
de ello. Sobre todo después de comprobar que éste, además de asesino, se
enriquecía en el poder y lo animaba por sobre todas las cosas perpetuarse en él
al precio que fuera.
Si bien muchas protestas sociales fueron “pacíficas”, no hay duda que con ellas
también las hubo más extremas, como las que se prodigaban en las noches con los
provocados cortes de luz, las barricadas y tantas otras manifestaciones incluso
armadas que, a la hora del balance de estas jornadas, eran apreciadas por los
partidos y agrupaciones no violentas. Como personalmente pude apreciar en la
satisfacción de un Gabriel Valdés, el líder demócrata cristiano, cuando se
enteró de que Santiago estaba prácticamente a oscuras, mientras un frenético
Pinochet sobrevolaba la Capital, profiriendo amenazas de todo orden.
Debiéramos asentir que fue la combinación de “todas las formas
de lucha”, justamente, la que resultó
victoriosa después de esos instructivos que nos llamaban a paralizar las
actividades, bloquear puentes y caminos, tomarse las poblaciones y ejecutar una
enorme e imaginativa cantidad de acciones conforme a las posibilidad de cada
cual. Después de comprobarse que el Paro Nacional no podía resultar por si
mismo exitoso con el enorme temor que provocaba en los trabajadores quedar
desempleado o ser reprimido. En poco tiempo, los chilenos descubrieron
rápidamente la impostura de muchos de los dirigentes políticos pacifistas,
cuando todavía se recordaba que varios de éstos habían justificado la asonada
militar de 1973, el bombardeo a La Moneda y la instalación de campos de
concentración, exterminio y tortura a lo largo de todo el país.
De allí que después de treinta años resulte tan sorprendente
que haya columnistas y otros ex militantes de la izquierda que, ahora desde El
Mercurio, sus bien financiados centros intelectuales y curules del Congreso le
resten mérito a quienes efectivamente combatieron en vez de “negociar” una
salida política que hasta ahora ha consolidado la Constitución de 1980, su
modelo económico y toda la posdictadura. Muy extraño resulta que cuando se
celebran las gestas de la Emancipación y la victoria contra el fascismo en
Europa, personajes como Washington, Bolivar, San Martín, Sucre y O´Higgins sean
reconocidos como héroes, cuando se sabe que realizaron acciones de indisimulada
violencia para combatir a los conquistadores. Con seguridad, mucho más extremas
que las que conocimos en las luchas contra los régimenes militares de América
Latina. O que el Viejo Continente, se ufane de sus partisanos y la de aquellos
luchadores que con su acción les brindaron genuina democracia a tantos países.
Y no un régimen híbrido como el que en nuestro país se mantiene.
No podemos olvidarlos de esa noche de ese 5 de octubre
cuando la alegría se hizo tan manifiesta
y extendida en el centro mismo de la Capital, donde el pueblo victorioso hasta
quiso avanzar hasta La Moneda. Con un fervor en que muchos políticos se
desgañitaron en impedir a sabiendas que ello podría dejarlos literalmente en la
vereda de un desenlace democrático más nítido y de raigambre popular. Donde
ciertamente las llamadas “cúpulas políticas” quedarían superadas.
Más bien lo que habría que preguntarse a partir de aquel
Plebiscito es quienes realmente ganaron aquel día, cuando el propio Pinochet se
encargara después de entregarle la Banda Presidencial a su sucesor, se
constituyera en senador vitalicio y, posteriormente, fuera rescatado por sus
sucesores de un justo y ejemplar juicio en el Tribunal Internacional de
Justicia. Después de estar detenido en Londres.
Preguntarnos a treinta años de este plebiscito, por qué el
país no ha podido darse una nueva Carta Fundamental; por qué la impunidad de
los crímenes de la Dictadura favoreció a los principales ejecutores de la
Dictadura; por qué, en vez de recuperar nuestras yacimientos y riquezas, las
transnacionales, más que antes, se enseñorean ahora en nuestro territorio. Cómo
pudo ser que se consolidaran el régimen previsional y tantos otros
despropósitos en la salud y la educación de los chilenos. Y por qué,
finalmente, Chile se abrió a la lacra de la corrupción que hoy cruza el
espectro de la política representativa, las camarillas empresariales y hasta
las propias organizaciones laborales.
Todo esto y más podríamos preguntarnos cuando la derecha se
ha instalado de nuevo a La Moneda y un Sebastián Piñera agrede la dignidad
nacional reuniéndose con Trump para mostrarle cómo nuestra Bandera está en el
centro, en el corazón mismo, como le señaló, del pendón estadounidense, en un
acto deleznable que ni el propio gobernante norteamericano pudo entender o
darle crédito.
Todo lo cual, sin duda, sería devastador sin el consuelo de
saber que todavía Salvador Allende es ante el pueblo un verdadero héroe, el que
mantiene más prestigio y admiración como lo reflejan las encuestas. Aunque
todavía no “se abran las grandes alamedas para que pase el hombre libre, para
construir una sociedad mejor”, como lo propició en sus últimas palabras.
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