Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Una de las más bochornosas características de la
Posdictadura es la condescendencia que la política ha tenido con las Fuerzas
Armadas, favoreciendo la impunidad de tantos crímenes cometidos por el Régimen
Militar, cuanto por los privilegios que nuestra legislación le ha extendido a
las distintas ramas castrenses. En una flagrante demostración de que en Chile
no existe la igualdad ante la Ley, cuando basta con ser uniformado para superar
con creces las condiciones de vida de la población civil. Dentro de un Estado
busca reducirse y restringir sus gastos, pero mantiene una febril y descarada
carrera armamentista. Sin duda la más onerosa y ostentosa del Continente en
relación a sus habitantes y Producto Interno Bruto.
Cada efeméride de nuestras Fiestas Patrias nos dejó de nuevo
en evidencia el dispendio que significa la adquisición de millonarias y letales
armas, la mantención de los altos
sueldos de la oficialidad, como el
sistema previsional del personal activo y en retiro que el Ejército, las
Marina y la Fuerza Aérea comparten, también, con Carabineros de Chile. Los que,
además de sus conocidas granjerías, han
logrado materializar toda suerte de desfalcos en desmedro del erario nacional que ni siquiera la Contraloría General de la
República se atrevió a denunciar y atajar a tiempo.
El Presidente Piñera anuncia, a diferencia de sus
antecesores, que se propone terminar con la Ley Reservada del Cobre que obliga
a Codelco incrementar los fondos castrenses con el 10 por ciento de la
comercialización del cobre que produce. Aunque sabemos que la hipotética
derogación de esta Ley supondrá, en todo caso, incrementarles a los militares
los fondos que le asigna el Presupuesto General de la Nación. Es decir se
recurre, como en tantas cosas, a una hipócrita maniobra, a fin de no irritar a la oficialidad siempre
tan atenta e irascible a la posibilidad de que se les rebajen sus gastos
operacionales y emolumentos personales. Cualquiera sean las condiciones de
nuestra economía y las demandas sociales crónicamente postergadas.
A esta altura, se hace evidente que la férrea renuencia de
nuestros gobiernos a emprender un camino de diálogo y de paz con Bolivia (y
antes con Perú) tiene como principal propósito justificar el gasto militar,
ante la eventualidad de un conflicto armado. Con lo que se renuncia a
redestinar los ingentes recursos
destinados al armamentismo para cimentar la paz definitiva en nuestras
fronteras. Emprender inversiones conjuntas con nuestros países vecinos, en una
de las zonas mejor provistas de recursos naturales del mundo.
Da pena ver cómo ahora las vociferantes enemistades
propiciadas hasta hace poco por un parlamentario, felizmente no reelecto, son
retomadas por un ex embajador socialista, cuyos rasgos físicos curiosamente lo
caracterizan como el diplomático con el talante más amerindio que recuerde
nuestro empolvado servicio exterior. Manifestando un odio hacia Evo Morales y a
las pretensiones bolivianas que mejor
podrían atribuírsele al racismo de los empresarios norteamericanos y
europeos que prefieren hacer negocios en tierra chilena que en la de nuestros
pueblos contiguos del norte. Seguramente por la docilidad de nuestra
legislación y esa falsa idea de que los chilenos constituimos una raza
distinta. Que podríamos haber sido una nación más de las llamadas
mediterráneas, como lo escribiera un ex candidato presidencial.
Con ocasión de la última Parada Militar volvimos a
contemplar una exposición patética del ridículo y la futilidad de nuestros efectivos militares. Que destinan
meses de preparación para lucir sus coloridos trajes, cascos, tricornios,
inmaculados guantes y de un cuanto hay, sumado a ese derroche de medallas y
escarapelas por victorias que nada tienen que ver con ellos. Cuando a lo que
realmente se han dedicado durante toda nuestra historia republicana, además de
marchar y aventar guaripolas, es a derrocar cruentamente a nuestros gobiernos
democráticos, asesinar a miles y miles de trabajadores, imponer el terror en
nuestras poblaciones y organizar campos de concentración y exterminio. Siempre
rendidos al capital foráneo, a nuestra más rancia oligarquía, a fin de
garantizarle a las transnacionales la
soberanía real sobre nuestro largo territorio, de cordillera a mar.
Cómo no apreciar el brutal contraste entre los actuales
mandamases militares con el arrojo universalmente reconocido de nuestros padres
de la Patria que, como Simón Bolívar, San Martín, Sucre, O´Higgins, Carrera y
tantos otros destinaron su peculio familiar, entregaron la vida y conquistaron
la gloria hasta hoy por la gran proeza de combatir contra el dominio español.
Además de propiciar el establecimiento de una sola y fraternal nación.
Qué tienen que ver los soldados civiles descalzos que
cruzaron cordilleras y combatieron cruzando las más altas montañas, desiertos y
torrentosos ríos, con hambre y con frío, con estos garbosos uniformados de hoy
montados en caballares finos, empaquetados con finos uniformes y cargando
charreteras por años de “servicio” y no realmente por sus proezas. Bien
apertrechados, como sabemos, con las armas que financian los trabajadores
chilenos, así como nuestra abusada clase media y funcionarios públicos.
Uniformados con acceso a hospitales de lujo, casinos y balnearios, como a una
seguridad social que les garantiza, con mucha frecuencia, llegar a vivir más
tiempo jubilados que en ejercicio.
¡Qué vergüenza que nuestra Escuela Militar lleve en nombre
de nuestro Libertador y que la Marina y la Esmeralda rindan hasta hoy homenaje
a un golpista y asesino como José Toribio Merino! Escupiendo con ello, la
memoria del valeroso abogado Arturo Prat Chacón que efectivamente ofrendara
voluntariamente su vida en 1879; sin sospechar que su nombre bautizaría después
a la Armada Nacional. Poseedora de un buque insignia que les sirvió para
detener y torturar a muchos prisioneros políticos chilenos, en su permanente
guerra contra el orden republicano y el pueblo.
Como nos alegraría ver en las jóvenes figuras parlamentarias
y las organizaciones dignas de nuestra civilidad se propusieran hacer justicia
al respecto. Emprendiendo acciones legales y políticas para desagraviar a
nuestros verdaderos héroes, para liberarlos del pesado fardo del pinochetismo,
consagrada como la ideología oficial de nuestras Fuerzas Armadas. Por más que
cada uno de nuestros mandatarios asuman una abyecta actitud frente a la casta
uniformada. Y alienten una fratricida política exterior que, además, tiene el
desparpajo de designar a los ministros de relaciones exteriores con la anuencia
(o agreement) de la Casa Blanca, como de los más poderosos empresarios
nacionales y extranjeros.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario