Por Sergio Ortiz:
Gano la ultraderecha pero hay segunda Vuelta
El consuelo muy pequeño es que el ultraderechista Jair
Bolsonaro deberá ir a segunda vuelta el 28 de octubre antes de ser electo
presidente brasileño. Habría luto regional.
Se sabía el podio para los comicios del 7 de octubre, muy
viciados por la cárcel y proscripción del candidato primigenio del Partido de
los Trabajadores, Lula da Silva. Iba a salir primero el ultraderechista
Bolsonaro del Partido Social Liberal y segundo Fernando Haddad, quien debió
reemplazar a Lula.
Eso cantaba las encuestas. La sorpresa fue el caudal de
votos, porque Bolso-nazi obtuvo más de 47 millones de sufragios, 46 por ciento
del total emitido, y su rival sumó 28 millones, el 29 por ciento.
La diferencia fue mucho mayor de lo que pronosticaban Ibope
y Folha da Sao Paulo, que en la última semana arrojaban 31 y 22 por ciento
respectivamente. El día antes de las urnas el exmilitar aumentaba al 39 por
ciento y estiraba su ventaja. Pero ninguna encuesta predijo que ese neonazi
llegaría a más del 46 por ciento de los votos, quedando a menos de 4 puntos de
consagrarse en primera vuelta. Posiblemente pesó en muchos votantes un cierto
complejo de culpa, de no decir abiertamente que iban a sufragar por un
personaje tan cuestionado por su defensa de la dictadura militar (1964-1985),
su apología del gatillo fácil policial y paramilitar, su homofobia, misoginia y
racismo.
Esas bestialidades
caracterizan al actual diputado por Río de Janeiro, un ex capitán de
paracaidistas que aterrizó hace 27 años y se quedó a vivir en el parlamento
federal. Allí también adoptó los hábitos pentecostales a medida que esta
corriente evangélica conservadora iba engrosando su bancada y sus adeptos,
templos y dineros en Brasil.
Fue paliza. Casi nockout. Muchos dirigentes del PT y del
progresismo regional están todavía en la lona, shockeados.
Causas.
Sin compartir en lo más mínimo el sentido del voto mayoritario,
parece evidente que hubo una mayoría desencantada con el curso cada año más
grave de la crisis económico-social. Hace cuatro años que cae el producto bruto
interno, incluso desde 2015 con el gobierno de Dilma Rousseff, continuado con
el golpista Michel Temer al año siguiente y hasta la actualidad, cuando más de
30 millones de brasileños están desocupados y sus ocupados.
Casualmente 30 millones es el mismo número que los
presidentes Lula y Dilma sacaron de la pobreza, con programas como Hambre Cero,
Bolsa Familia y otros. Lamentablemente una parte de esos millones que pudieron
comer y vivir con un mínimo de dignidad no fueron luego organizados,
movilizados ni politizados por el PT, y terminaron embolsados por Bolsonaro.
Bertolt Brecht escribió sobre el analfabeto político, aun cuando cabe la
aclaración que la culpa no es tanto de “los bolsonudos” como de los gobernantes
progresistas, que debían instruirlos y no lo hicieron.
Las limitaciones políticas y de clase del PT fueron muy
evidentes, entre 2002 cuando Lula ganó su primer mandato y 2016 cuando Dilma
fue fulminada por un golpe de Estado disfrazado de impeachment. Hubo más comida
pero no reforma agraria, planes sociales pero no ataque a los monopolios ni
grandes empresarios de la FIESP, democratización pero no juicios por Derechos
Humanos ni genocidas condenados (apenas una Comisión de la Verdad en 2012 y un
informe “pour la galerie” en 2014).
Uno de los que vio antes ese giro hacia la conciliación y
los ajustes fue Frei Betto, coordinador tres años del programa Hambre Cero que
renunció en 2004 “porque no tenía más argumentos para defender la política
económica del gobierno; nunca fui ingenuo. Sabía que la política económica iba
a ser conservadora. No pensaba que podría llegar a ser, sin embargo, tan
conservadora como la actual”. (reportaje de Sergio Ferrari, Porto Alegre).
Cuarteto, no trío.
Sin negar la importancia de lo anterior, el factor principal
de la victoria de Bolso-nazi fue la acción concertada de un cuarteto de poder.
En Argentina había sido un trío, integrado por la derecha política macrista,
los monopolios mediáticos tipo Clarín y la corporación judicial estilo Bonadío.
En Brasil se agregó un cuarto poder de notable influencia política y práctica
cuando se clama por “orden”: las Fuerzas Armadas.
La derecha política y parlamentaria había derrocado a Dilma;
las campañas de mentiras eran alimentadas por la Red O ‘Globo; y el aparato judicial
sumaba al juez Sergio Moro, el TRF4 y el Tribunal Supremo Federal con sus
fallos contra Lula.
Y también estaba el poder militar, oligárquico, con su rol
práctico en el control de Río de Janeiro, sus tratativas con Estados Unidos
para cederle la base de Alcántara y compartir iniciativas injerencistas contra
Venezuela, etc. El poder castrense presionó con un golpe de Estado si dejaban
competir a Lula, con amenazas de su comandante, general Eduardo Villas Boas.
Bolsonaro es un exmilitar y su vice es otro archi reaccionario general
retirado, Antonio Hamilton Mourão, redondeando una fórmula castrense, bendecida
por influyentes evangelistas tipo Iglesia Universal.
En el pasado domingo y el balotaje del 28 de octubre
solamente mentes muy extraviadas pueden decir que Bolso-nazi y Haddad “son lo
mismo”. Una típica trosqueada sólo empatada por el canciller macrista Jorge
Faurie, para quien el capitán retirado es “lo nuevo que mira hacia el futuro”.
¿Lo nuevo? Bolsonaro quiere terminar con el aguinaldo,
privatizar empresas estatales y el régimen previsional. Nominó como súper
ministro de Hacienda a Paulo Guedes, un Chicago Boy y dueño del fondo Bozano
Investment. Si el neofascista ganara el balotaje, Macri podría repetir su
saludo al golpista Temer: “tudo bem, tudo joia, tudo legal”. Para la
democracia, sería todo mal, todo tristeza y casi todo ilegal.
ortizserg@gmail.com
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