viernes, 19 de octubre de 2018

Brasil: Bolsonaro es neonazi y también neoliberal


Por Sergio Ortiz:
Gano la ultraderecha pero hay segunda Vuelta

El consuelo muy pequeño es que el ultraderechista Jair Bolsonaro deberá ir a segunda vuelta el 28 de octubre antes de ser electo presidente brasileño. Habría luto regional.
Se sabía el podio para los comicios del 7 de octubre, muy viciados por la cárcel y proscripción del candidato primigenio del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva. Iba a salir primero el ultraderechista Bolsonaro del Partido Social Liberal y segundo Fernando Haddad, quien debió reemplazar a Lula.
Eso cantaba las encuestas. La sorpresa fue el caudal de votos, porque Bolso-nazi obtuvo más de 47 millones de sufragios, 46 por ciento del total emitido, y su rival sumó 28 millones, el 29 por ciento.


La diferencia fue mucho mayor de lo que pronosticaban Ibope y Folha da Sao Paulo, que en la última semana arrojaban 31 y 22 por ciento respectivamente. El día antes de las urnas el exmilitar aumentaba al 39 por ciento y estiraba su ventaja. Pero ninguna encuesta predijo que ese neonazi llegaría a más del 46 por ciento de los votos, quedando a menos de 4 puntos de consagrarse en primera vuelta. Posiblemente pesó en muchos votantes un cierto complejo de culpa, de no decir abiertamente que iban a sufragar por un personaje tan cuestionado por su defensa de la dictadura militar (1964-1985), su apología del gatillo fácil policial y paramilitar, su homofobia, misoginia y racismo.

 Esas bestialidades caracterizan al actual diputado por Río de Janeiro, un ex capitán de paracaidistas que aterrizó hace 27 años y se quedó a vivir en el parlamento federal. Allí también adoptó los hábitos pentecostales a medida que esta corriente evangélica conservadora iba engrosando su bancada y sus adeptos, templos y dineros en Brasil.

Fue paliza. Casi nockout. Muchos dirigentes del PT y del progresismo regional están todavía en la lona, shockeados.

Causas.
Sin compartir en lo más mínimo el sentido del voto mayoritario, parece evidente que hubo una mayoría desencantada con el curso cada año más grave de la crisis económico-social. Hace cuatro años que cae el producto bruto interno, incluso desde 2015 con el gobierno de Dilma Rousseff, continuado con el golpista Michel Temer al año siguiente y hasta la actualidad, cuando más de 30 millones de brasileños están desocupados y sus ocupados.

Casualmente 30 millones es el mismo número que los presidentes Lula y Dilma sacaron de la pobreza, con programas como Hambre Cero, Bolsa Familia y otros. Lamentablemente una parte de esos millones que pudieron comer y vivir con un mínimo de dignidad no fueron luego organizados, movilizados ni politizados por el PT, y terminaron embolsados por Bolsonaro. Bertolt Brecht escribió sobre el analfabeto político, aun cuando cabe la aclaración que la culpa no es tanto de “los bolsonudos” como de los gobernantes progresistas, que debían instruirlos y no lo hicieron.

Las limitaciones políticas y de clase del PT fueron muy evidentes, entre 2002 cuando Lula ganó su primer mandato y 2016 cuando Dilma fue fulminada por un golpe de Estado disfrazado de impeachment. Hubo más comida pero no reforma agraria, planes sociales pero no ataque a los monopolios ni grandes empresarios de la FIESP, democratización pero no juicios por Derechos Humanos ni genocidas condenados (apenas una Comisión de la Verdad en 2012 y un informe “pour la galerie” en 2014).

Uno de los que vio antes ese giro hacia la conciliación y los ajustes fue Frei Betto, coordinador tres años del programa Hambre Cero que renunció en 2004 “porque no tenía más argumentos para defender la política económica del gobierno; nunca fui ingenuo. Sabía que la política económica iba a ser conservadora. No pensaba que podría llegar a ser, sin embargo, tan conservadora como la actual”. (reportaje de Sergio Ferrari, Porto Alegre).

Cuarteto, no trío.
Sin negar la importancia de lo anterior, el factor principal de la victoria de Bolso-nazi fue la acción concertada de un cuarteto de poder. En Argentina había sido un trío, integrado por la derecha política macrista, los monopolios mediáticos tipo Clarín y la corporación judicial estilo Bonadío. En Brasil se agregó un cuarto poder de notable influencia política y práctica cuando se clama por “orden”: las Fuerzas Armadas.
La derecha política y parlamentaria había derrocado a Dilma; las campañas de mentiras eran alimentadas por la Red O ‘Globo; y el aparato judicial sumaba al juez Sergio Moro, el TRF4 y el Tribunal Supremo Federal con sus fallos contra Lula.

Y también estaba el poder militar, oligárquico, con su rol práctico en el control de Río de Janeiro, sus tratativas con Estados Unidos para cederle la base de Alcántara y compartir iniciativas injerencistas contra Venezuela, etc. El poder castrense presionó con un golpe de Estado si dejaban competir a Lula, con amenazas de su comandante, general Eduardo Villas Boas. Bolsonaro es un exmilitar y su vice es otro archi reaccionario general retirado, Antonio Hamilton Mourão, redondeando una fórmula castrense, bendecida por influyentes evangelistas tipo Iglesia Universal.

En el pasado domingo y el balotaje del 28 de octubre solamente mentes muy extraviadas pueden decir que Bolso-nazi y Haddad “son lo mismo”. Una típica trosqueada sólo empatada por el canciller macrista Jorge Faurie, para quien el capitán retirado es “lo nuevo que mira hacia el futuro”.

¿Lo nuevo? Bolsonaro quiere terminar con el aguinaldo, privatizar empresas estatales y el régimen previsional. Nominó como súper ministro de Hacienda a Paulo Guedes, un Chicago Boy y dueño del fondo Bozano Investment. Si el neofascista ganara el balotaje, Macri podría repetir su saludo al golpista Temer: “tudo bem, tudo joia, tudo legal”. Para la democracia, sería todo mal, todo tristeza y casi todo ilegal.
ortizserg@gmail.com

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