Por Vásquez Araya Carolina:
Los salones del Museo Pumapungo en la bella ciudad de
Cuenca, Ecuador, son el escenario más adecuado para exhibir la obra del pintor
argentino Ariel Dawi. Esto, no solo por
la dimensión de sus cuadros, sino por la necesidad estética de observarlos
desde la distancia y apreciarlos así, uno por uno, para luego aprehender la
estricta unidad del conjunto.
El Azuay sufre -bajo el pincel y la paleta de Dawi- una
metamorfosis estructural profunda. El artista no se ha conformado con absorber
la belleza y plasmarla en sus lienzos. Él ha “deconstruido” sus formas y
colores, los ha procesado desde una visión muy particular e íntima para luego
volver a integrar los elementos y convertirlos en algo diferente pero
totalmente reconocible, aun cuando lleva la impronta inconfundible de su
estilo.
Los experimentos cromáticos del artista argentino parecen
tocar los extremos: De una fuerza rotunda en el color de El Paraíso en la otra
esquina pasa a la sutileza onírica de un paraje húmedo y nublado, como en Mayo
en Azuay. Sus azules profundos –él se ha
apoderado de los cielos y las aguas de Cuenca- contrastan con el brillo de los
tejados rojos y la sequedad del páramo. Pero no se detiene ahí, también juega
con la desintegración de las formas en un proceso de abstracción en donde, por
ahí escondidos, se adivinan breves bosquejos de figuras animales y humanas.
El impacto visual de esta exposición le ofrece al espectador
la excepcional oportunidad de re-ver el entorno que le rodea. Analizarlo desde
los ojos de Dawi y apreciar la riqueza de sus colores, sus texturas y sus
formas termina siendo parte del ejercicio estético al cual el pintor nos lleva
de la mano, para abandonarnos frente a la experiencia individual y dejar el
resto del trabajo a nuestra imaginación. Quizá por esto su propuesta estética
resulta tan enriquecedora como generosa.
elquintopatio@gmail.com
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