Por Julio A. Louis:
El progresismo en América Latina, ha comprendido a gobiernos
diferentes. Los de Bolivia, Ecuador y Venezuela
han intentado transformar las estructuras del sistema capitalista,
apuntando a un “socialismo del siglo XXI”. Los
de Argentina, Brasil, Paraguay,
Chile y Uruguay, solo han planteado
reformas en el sistema. En Nicaragua, la revolución degenera y el
régimen es combatido por los sandinistas. Sus transformaciones, en general, han
servido a sus pueblos.
Expectativas y realizaciones
Es compleja una valoración de experiencias tan heterogéneas.
Por cierto se está lejos de las aspiraciones de las izquierdas de las décadas
del 50 y 60, que programaban la reforma agraria, la industrialización, la
conversión de la democracia liberal en
otra más directa y verdadera para el pueblo trabajador y la defensa irrestricta
de la soberanía nacional. Claro, también estamos lejos de aquel capitalismo, pues se enfrenta hoy a otro más poderoso, el globalizado.
La reforma agraria, con la redistribución de la propiedad y
de la riqueza -salvo avances en Bolivia
y Ecuador- no se ha concretado, y al contrario, ha habido una contrarrevolución
agraria (caso de Uruguay) en beneficio de las trasnacionales. La
industrialización -salvo excepciones- no se impulsó con las nacionalizaciones -vedadas por los organismos
financieros internacionales- sino importando capitales trasnacionales, los que
dictan las pautas a los gobiernos, para que sea una industrialización
dependiente. Las constituciones de Venezuela, Ecuador y Bolivia -tendentes a
democracias de nuevo tipo, superiores a las liberales, por su legislación social, protección a los pueblos
aborígenes y al medio ambiente- conviven con
“democracias” -después de experiencias progresistas- hijas de golpes de
estado (Honduras, Paraguay o Brasil),
que reniegan de sus fundamentos clásicos. Así, el Poder Judicial, se ha
convertido en represor, sustituyendo el
clásico rol de las Fuerzas Armadas. Poder Judicial que ampara a los delincuentes de la “Seguridad
Nacional”, o les niega a los pueblos el derecho de elegir a los gobernantes,
caso de Brasil. La soberanía nacional
exige enfrentar al imperialismo, lo que no han hecho todos
los gobiernos progresistas.
Pese a sus limitaciones, nunca Nuestra América avanzó tanto
en acuerdos y conciencia de integración. Desde que Hugo Chávez reflota la idea de José Martí de
“Nuestra América” -entendiendo al conjunto de territorios y países (salvo
Estados Unidos y Canadá, naciones de
capitalismo desarrollado) con distintas economías, sistemas políticos y
culturas, otro concepto reemplaza a los
de América Latina, Íbero América o Hispanoamérica: el de los pueblos unidos contra el imperialismo.
Las debilidades de estas experiencias
¿Cómo explicar las falencias, que han dado pie al retroceso
conservador? Hay que hurgar en esas experiencias para hallar sus deficiencias, y comprender la conducta de los enemigos de las
clases populares.
Nuestros países carecen de una clase trabajadora movilizada,
con conciencia de clase sólida para enfrentar al sistema, capaz de conducir al
conglomerado aliado. Así, en Argentina,
el mejunje peronista no ha pasado de actitudes anti imperialistas aisladas; en
Brasil, donde el Partido de los Trabajadores opta para llegar al gobierno - que
no es el poder- por aliarse con sapos y culebras que terminan envenenándolo; o
en Chile y Uruguay, donde los trabajadores han quedado relegados por sectores
burgueses medios, que han retocado el neoliberalismo, lo que en una coyuntura
económica favorable les ha permitido avances sin enfrentar al sistema.
Estos logros han sido limitados, por factores internos y
externos.
Los agrupamientos políticos del bloque popular han surgido
de disímiles procesos. Unos, son fruto de una larga historia de acción común:
la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo. En Brasil, la dispersión
de los partidos de izquierda, no impidió al Partido de los Trabajadores dirigir
el proceso reformista. Kirchner aprovecha una coyuntura de crisis del
peronismo, para modificar la orientación política y reunir a vastos sectores.
Chávez, con su liderazgo, aglutina a una heterogénea coalición. Evo, surgido
del sindicalismo, lidera a grupos fuertes, en buena medida representativos de
las etnias aborígenes. Pero, con anterioridad,
las izquierdas han sido duramente golpeadas por sus derrotas y
desaciertos -guerrillas mal concebidas, estalinismo, etc.- en el siglo
pasado,lo que provoca la escasez de
cuadros calificados. Los militantes de diversas corrientes tenían asimilado la
idea de “primero el pueblo, último yo”. Con tal ética, afrontaron situaciones inhumanas como el exilio, el inxilio, la cárcel, la
tortura, la muerte. Si a alguien se le ocurría sacar provecho individual, era
separado y repudiado por los demás. Sin embargo, lo padecido durante las
Dictaduras de la Seguridad Nacional, más la posibilidad de acceder a cargos de
gobierno y a la consideración ciudadana- han ablandado a muchos, que valoran en demasía las posibilidades que brindan estas
democracias, tuteladas por las Fuerzas
Armadas y ahora vigiladas por el Poder Judicial. La ética revolucionaria, la
ética de clase, ha cedido terreno y la corrupción, el engreimiento, el
individualismo consumista, ha multiplicado adeptos perdiendo legitimidad los
partidos. Sobran los ejemplos negativos, sobre los cuales machaca con
inteligencia la reacción. Y así, abordar la adecuada estrategia (para ganar la
guerra) y las tácticas (para ganar las batallas de esa guerra) son
impensables.
Los factores externos son más fáciles de apreciar.
El frenazo al ALCA
(2005) en Mar del Plata, inicia un
proceso inconcluso de integración, y al Mercosur reformulado se sumarán el
ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de
Comercio de los Pueblos), la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) y la
CELAC (Comunidad de Estados Latino Americanos y Caribeños).
Contra el proceso de integración, Estados Unidos y las
oligarquías han aplicado la “guerra
irrestricta”. Cuando los chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui escriben la obra con
ese título (1999), observan que mientras se veía una reducción relativa de la
violencia militar, crecía la violencia política, económica y tecnológica.
Y ellas se manifestaban por la des
información inducida (conocida como pos verdad), la militarización de la vida
civil y política, el dominio de espacios estratégicos de países con bases
militares yanquis, el control de recursos básicos (como el petróleo) y la
negación de la soberanía nacional. Solo
que -casi dos décadas después de “La guerra irrestricta”- también aumenta la
violencia militar; caso típico del Medio Oriente, la que se propaga en Nuestra
América. Gene Sharp ha teorizado los
“golpes blandos”, que implican la agresión económica, social, militar, comunicacional,
etc. Y el accionar reaccionario se ahonda en Colombia, Perú, Chile, Paraguay, y
ahora Brasil, con atentados criminales contra dirigentes sindicales y políticos
populares, los pobres y los marginales, golpeados con rencor y por venganza.
(1)
Mientras las bases norteamericanas se extienden por el
continente, aplastando las soberanías nacionales, los medios masivos de comunicación centran
sus noticias en la represión de Maduro, como si el gobierno de ese país,
asediado desde el exterior y el interior, pudiera hacer otra cosa que defenderse,
aún a sabiendas que las fuerzas
revolucionarias no están exentas de cometer
acciones represivas innecesarias. Contra
Venezuela se emplea el concepto de “estado fallido”, empleado previamente a las invasiones de
Afgnistán, Irak y Libia.
La entereza de ese pueblo -sin una clase obrera poderosa-,
la dignidad de sus fuerzas armadas, la solidaridad de China y de Rusia, han
sido los factores que han impedido hasta el momento la agresión directa. Porque
-a Maduro como a Allende- hay que derrocarlo para dominar las riquezas
nacionales y para que no prospere el ejemplo de resistencia anti imperialista.
Este juicio no implica desconocer su
incapacidad de generar una economía diferente a la basada en la renta
petrolera.
Imposibilidades de nuestro tiempo
La construcción del socialismo y/o de Estados Nacionales plenamente soberanos es
irrealizable en escala nacional o aún regional, por el acoso desde el exterior,
por lo que los enemigos limitan y desfiguran los procesos, lo que obliga a
reconsiderar las estrategias y las tácticas de los pueblos. Ocurrió en otros
lugares, en particular, en la Unión Soviética. Con visión, Hugo Chávez intentó
la tarea imprescindible de construir una Quinta Internacional.
El futuro de cada pueblo y
gobierno, dependerá de su resistencia y la de sus vecinos. En América
del Sur, con excepción de Bolivia y Venezuela, los progresismos han capitulado.
El caso singular es Uruguay - rodeado de
poderosos vecinos con gobiernos reaccionarios- que ha permanecido fuera
del Grupo de Lima, y que si bien, ha sido ambiguo frente a los sucesos de
Venezuela, se ha negado en solitario en el Cono Sur a avalar el
intervencionismo. Por consiguiente, difícil panorama, en tanto vivimos en un
mundo constituido por un sistema de Estados, que vuelve absurdo pensar en el
destino individual de cada uno sin las conexiones con los restantes. Un sistema
de Estados dirigido desde un centro no confesado, el poder de las grandes
multinacionales, que limitan las soberanías nacionales, mucho más en naciones
débiles. Por ende, robustecer el internacionalismo es de vida o muerte.
Notas
(1) Leer a Anne Vigna, “Violencia política en Brasil” “Le
Monde Diplomatique”. Mayo de 2018.
jlui@adinet.com.uy
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