En un país que parece haber perdido el sentido
Los prejuicios y
reiteraciones para calificar a unos como malos y a otros como buenos,
acostumbró a un país que de tanto vivir engañado perdió el sentido. La gente
sabe que vive una tragedia pero la mitad prefiere ocultarlo o negarlo. La
nación esta desecha y el estado es controlado por una elite insistentemente
condenada por violar derechos, que enseña a mirar con desprecio a los vecinos,
a acusar, juzgar, condenar, envidiar, odiar, y a perseguir la actitud crítica y
transformadora. Los medios de comunicación usualmente coinciden, con los jefes
políticos, en manipular noticias unos y testigos judiciales otros y con
falsedades provocan emociones que producen reacciones catastróficas.
El país vive en la tragedia y tiende a pasar a la hecatombe,
por su pérdida del sentido. Fue invadido por Europa y libertado por Bolívar, su
cabeza está en el mar caribe y sus pies en la amazonia. Con inmensas riquezas
naturales andinas, petróleo, coltan, agua, montañas, islas tropicales. Su gente
aprendió a sobrevivir, a huir, reponerse y conservar su alegría. Allí mueren
niños por hambre y viejos por abandono, porque mafias y dirigentes locales
falsifican contabilidades para robarse a los necesitados. Seis millones de
jóvenes y viejos están en el rebusque, dos millones buscan un empleo que no
conseguirán y un millón no puede acceder a una universidad. Más de cinco
millones, está por fuera del país huyendo, trabajando, exiliada o en el
rebusque, que da igual. Centenares de presos de conciencia no son reconocidos,
ni reciben debido proceso. Una de cada seis personas porta un carnet de víctima
y espera respeto y justicia. Intelectuales y periodistas independientes por
insistir en la verdad son obligados a escapar. En lo corrido del siglo XXI, 54
periodistas han sido asesinados y muchos intelectuales enredados judicialmente
con falsedades y uno que otro encarcelado o asesinado.
Miles sufren y mueren por inasistencia y olvido. Hay quienes
en este siglo no han logrado una sola cita médica. Los hospitales y puestos de
salud carecen de instrumentos, salas, medicamentos y garantías para médicos y
enfermos. Los pasillos de los centros de salud son depósitos de enfermos, de
virus y de olor a enfermedad y los vigilantes son los que aprueban o no, el ingreso
del enfermo sea para ser tratado o rogar por una cita para tres meses después,
luego de rellenar papeles inservibles. Medio millón de mujeres se ven obligadas
a interrumpir sus embarazos en condiciones de insalubridad que dejan decenas de
lisiadas y, todos los días los jóvenes pobres aunque estén sanos corren el
riesgo de ser maltratados o asesinados por colarse en un bus público o por
sospecha.
8 de cada 10 que lograron un empleo estable y acceso a
derechos incompletos, ganan menos de 15 dólares por día y cinco de cada cien
jubilados (de elite), recibe más de 10.000 dólares mensuales, mientras los
demás obtienen una mesada para pagar servicios y comer mal. Cerca de un millón
de niños son explotados laboralmente y 48 son torturados y agredidos sexualmente
cada día. En 2017 fueron asesinados 687 niños y 200 mujeres. Todos los días se
roban 65 vehículos y 92 apartamentos y cada dos minutos un celular. Hay 3
asesinatos cada dos horas y uno de cada dos corruptos, de elite, no paga
siquiera un día de cárcel. Hay una guerra letal con origen en la desigualdad
que irrumpe con violencia y muerte cotidiana. Las cifras de horror son
hábilmente maquilladas por el gobierno porque exponerlas espantaría a cualquier
país de la OCDE, del primero o segundo mundo.
El gobierno las esconde, refuta y contrataca para negarlas.
Es fácil ser señor un día y al siguiente un villano reclamado en extradición y
rechazado por los bancos. Las grabaciones de atracos a personas y comercios son
el cine popular que repiten los noticieros para trivializar la tragedia y
preparar para la hecatombe. La clase en el poder, cuenta sus fechorías en
billones y negocia penas de cárcel con magistrados y jueces que luego podrán
ser sus compañeros de celda. La política fue reducida a elecciones, politiquería
y clientelismo, que alimentan el chisme y el chiste nacional, sobre todo cuando
se escucha a los más corruptos anunciar que harán pagar caro su delito a los
menos corruptos y entre tanto juntos roban, asaltan, amenazan, gobiernan y
ajustan leyes a sus necesidades.
Este fragmento de realidad muestra que la dignidad humana
está afectada a fondo en un país suramericano, con millones de personas
empobrecidas y en el que todo ocurre en democracia, incluido haber cambiado la
constitución mediante fraude. El agua potable, la energía, las comunicaciones,
el poder, son propiedad de empresarios y políticos. Los alimentos, las
semillas, las medicinas están controlados por grandes inversionistas. Es común
encontrar enlatados extranjeros con maíz, mazorca, cebollas, arvejas o frijoles
en los comercios y oír que por bultos se exporta maíz, arvejas, cebollas,
frijoles y mazorcas, que alimentarán cerdos, que luego serán salchichas, o
producir biocombustible. Al integrar estos fenómenos es innegable que se vive
una tragedia humanitaria de responsabilidad directa e indelegable del estado y
sus gobernantes por omitir o distorsionar las garantías de realización de
derechos para todos y por entorpecer al estado de derecho. Ese país padece
amnesia, no parece tener conciencia de su propia realidad y ocurre que los más
débiles eligen con entusiasmo a los poderosos que gobernarán para someterlos,
pero igual juntos celebran la victoria, quizá porque la barbarie y el miedo,
dejaron secuelas de honda afectación
mental sin precedentes ni retorno.
Ese país, se llama Colombia y mucha de la tragedia señalada,
empezó o empeoró con el presidente Álvaro Uribe Vélez, que configuró un modelo
de poder totalitario en democracia, un “Uribismo del siglo XXI”, con una
política sin ética, sin reglas, con horror, engaño, persecuciones y un
incontenible espectáculo mediático, que afianza la presunción de que su poder
es intocable y la sumisión de los pobres a su voluntad una necesidad. El riesgo
que viene con el gobierno recién elegido, es entrar en la Hecatombe, entendida
como el suceso trágico en el que se produce una gran destrucción y muchas
desgracias humanas y materiales, que tiende a poner en retroceso de la paz y
los demás derechos, reinventar un enemigo común y volver a la guerra que afiance
un patriotismo de fanáticos y una adhesión ciega al régimen.
Podrán venir nuevos consejos comunitarios, recompensas,
populismo punitivo, señalamientos, venganza, verdades a medias, engaños y
control de todos los poderes. El reto de las mayorías es entender la crudeza
del desafío que tienen que enfrentar y asumir la opción de poder real que
tienen, afirmando una oposición social y política efectiva, de movilización en
calles, plazas e instituciones y una organización sólida y en unidad, que
fortalezca la conciencia de lucha para defender la esperanza como lo recomendó
el Papa Francisco y lo ratificaron los 9 millones de votantes que llamaron al
cambio inclusive unos con su blanco silencio y meditación.
mrestrepo33@hotmail.com
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