Ya la realidad actual de la guerra es una tragedia, que
amenaza extenderse con consecuencias terribles para la humanidad toda.
Se han quedado cortos los expresivos versos interpretados
por León Gieco:
“Sólo le pido a dios
Que la guerra no me sea indiferente,
Es un monstruo grande y pisa fuerte…”
Los expertos en el tema nos explican una multiplicidad de
razones para que hoy los enfrentamientos parezcan no tener solución de
continuidad. Nosotros somos tercos y a la vez imbuidos de una filosofía
humanista que bajo ninguna circunstancia queremos abandonar. La guerra es la
forma más criminal del hacer político. Y el hacer político tiene su razón de
ser en la economía.
Hoy los presupuestos de las naciones desarrolladas
encuentran un trágico equilibrio circunstancial en la industria de guerra.
Ahora ni el más recalcitrante conservador de los economistas del capitalismo
piensa que esto se pueda constituir en una salida viable, y a lo sumo esperan
un milagro que en economía no existe, ni aún sobre los escombros de la guerra.
Además parten de una análisis de la segunda guerra mundial en el que esconden
los verdaderos motivos y el verdadero resultado: el pasaje de los gobiernos de
Estado, al gobierno en pugna de los conglomerados empresariales
multinacionales, que hoy lo ejercen y someten.-El pasaje del avance de una
costosa construcción democrática, a la dictadura abierta de la burguesía
ejercida desde estos instrumentos económicos que hoy gobiernan el mundo, donde
dirimen su interés en pugnas alejados del interés general de la gente.
Donde solo el fascismo está convencido de su utilidad, pero
donde la inercia de todos los otros sectores se transforma en una inanición
criminal.
Cuando la segunda guerra mundial Stalin temía más una
reacción en contra suya de los generales del ejército rojo que a la propia
reacción asesina de Hitler. Pero en última instancia no había los instrumentos
políticos capaces de cambiar esa realidad, y la esperanza era que los nazis no
se animaran a lanzarse contra la Unión Soviética. Seguramente no era lo que pensaba
el Mariscal Georgi Zhúkov, que reaccionó organizando la heroica respuesta rusa
al nazismo, apoyado en la tradición revolucionaria del ejército rojo y de los
generales que en un número muy importante pagaban con la cárcel, y condenas de
muerte, la persecución enfermiza hacia ellos de Stalin.
Hoy la paz imprescindible para el desarrollo de la humanidad
solo es posible dando muerte a la predominancia del modo de producción
capitalista, que supone medidas para que el capital acumulado sin rentabilidad
pueda ser utilizado en beneficio de la humanidad toda. Así de sencillo.
¿Ahora como explicamos esto? : el capitalismo en esa falta
de rentabilidad que lo hace promover las peores lacras de la sociedad va
creando una burbuja de capitales ociosos que amenazan con extender aún más la
guerra y el uso de armas nucleares, en un combo terrible y sin ninguna solución
de progreso posible.
¿Es posible otro camino? Si es posible, si esos capitales
fueran dispuestos para realizar las obras que hoy la humanidad necesita pero
que al modo de producción capitalista no le resultan rentables.
No estamos hablando de disponer de capitales para el
desarrollo burocrático de los Estados a través de un capitalismo de Estados,
estamos hablando de establecer en forma universal de un sistema impositivo
basado en la circulación del dinero y en la aplicación universal de planes de
desarrollo a través de las formas de producción más eficientes sin descartar
ninguna, que atiendan, la salud, la educación, la vivienda, sacando de la
marginalidad a millones de seres humanos e incorporándoles a un aparato
productivo en desarrollo, nadie deberá vivir sin trabajar o a lo sumo dedicando
el tiempo en el aprendizaje para ello.-
Para esto es que necesitamos una medida única y universal
monetaria para la economía, así como existe el metro, el kilo, el litro…
..
Y por supuesto que en esta tarea hay que incorporar todo el
desarrollo intelectual que la humanidad ha acumulado, llevando al plano de la
planificación estratégica de todo esto, todos los antecedentes democráticos que
se han ido conquistando.
¿Es esto posible, o es solo un sueño irrealizable?, nosotros
creemos basados en las mejores tradiciones que sí, que es posible, para lo cual
es necesario poner manos a la obra, cuya tarea fundamental es la voluntad
política que lo lleve adelante. No puede haber hoy ninguna organización social,
política, religiosa que omita expresarse sobre esto, y a partir de allí todo es
válido en propuestas que auguren un desarrollo del aparato productivo.
Ya no son más posibles planes nacionales, regionales e
incluso continentales solamente, si estos no están supeditados a un interés
humano universal. No ignoramos la existencia de políticas económicas nacionales
e incluso continentales por parte de intereses
particulares de sectores, en
proyectos que no tienen posibilidades reales de desarrollo en el espacio
en pugna en que actúan los conglomerados empresariales multinacionales que
gobiernan realmente el mundo.
En el Uruguay los ejemplos son tremendos, y no solo producto
de una forma de hacer política que al país le viene haciendo daño desde hace
mucho tiempo (desde que el batllismo desaparecido su creador perdió su rumbo,
como certeramente lo analizaba el Dr. Carlos Quijano desde los editoriales
económicos de “Marcha”), y porque además las propias multinacionales las
conducen al fracaso. Usan y luego tiran aunque se trate de gobiernos y de
realidades sociales que abarcan a millones de seres humanos. Es parte también
de lo que analizamos, es la lógica que conduce a extender la guerra.
El espacio para desarrollar en avance la política económica
que hoy necesitamos es el planeta todo, y necesariamente se van a solapar dos
modos de producción uno ayudado a morir y otro ayudado a nacer.
Esto de ninguna manera significa borrar las nacionalidades –
incluso, entre otras, las creencias religiosas-, por el contrario supone poner
estos al servicio del bien común, cambiando radicalmente lo que hoy se hace de
ponerlos unos contra otros en beneficio de las políticas de la guerra.
Allá por 1848, Marx y Engels cerraban su magistral
Manifiesto del Partido Comunista con la frase: ¡Proletarios de todos los
Países, uníos! .
Sería terrible para la especie humana si hoy, 170 años
después, no diéramos respuesta a este llamado
en el que hoy se parte de la necesidad no ya de programas nacionales
sino de un programa universal que ponga en manos de la gente el destino
democrático de la humanidad.
Por supuesto, que debo pensar que muchos de mis lectores no
aceptan el programa y el camino que propongo para estas ideas, lo mínimo que
pido es que se debatan y que si estoy equivocado lo demuestren y propongan por
el bien de todo un camino mejor.
Mejorar individualmente al ser humano, siempre es una tarea
loable y es en definitiva una finalidad social, insuficiente si de mejorar la
sociedad se trata, pues esta requiere en su crisis de desarrollo, de medidas
asumidas universalmente, giro en la gobernanza mundial con dos herramientas
centrales la moneda y los impuestos, lo que llamamos la tarea de ayudar a morir
en paz a la predominancia del modo de producción capitalista, conquistar la
democracia en las relaciones económicas del mundo.
Si por el contrario pensamos en primero cambiar al ser
humano para cambiar luego a la sociedad, podemos llegar a la conclusión de que
la guerra es inevitable. Ahora debemos admitir que la tarea insoslayable de
construir la voluntad política del cambio ya es un avance en la transformación
de cada uno de nosotros. Nuestra tarea es la de mostrar que esos objetivos son
alcanzables, es más que es imperioso alcanzarlos.
Cuando se crearon las Naciones Unidas, el mundo pensó
sanamente que era un instrumento a desarrollar, y con ese destino se crearon
organismos de un enorme valor colectivo, pero pronto se comprobó el divorcio
entre construcciones políticas, culturales, sociales… de interés general
humanitario y un curso económico divorciado de esas intenciones. Hoy se trata
de revertir esa situación, para lo cual es necesario un programa por medio del
cual la sociedad pase a tener el control democrático de la economía.
sipagola@adinet.com.uy
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