Por Carolina Vásquez Araya;
Se requiere fortaleza para resistir con dignidad el
aberrante sistema patriarcal.
Ya basta de utilizar la supuesta fragilidad de las mujeres
como arma psicológica de dominación, para apoderarse no solo de su cuerpo sino
también de sus decisiones, porque la historia no puede ser más ilustrativa de
su enorme fortaleza ante el ataque sistemático contra sus derechos. Las mujeres
de todas latitudes han sido botín de guerra, objeto de abuso sexual, laboral y
jurídico, han sido vasallas de un patriarcado impuesto a la fuerza para
doblegar sus intentos de independencia. Como cualquier sistema dictatorial:
solo que mucho más sutil, mucho más solapado.
Ya basta de “enseñarle” cuáles son las fronteras de su
libertad. Desde la más tierna infancia se le marcan los límites y construyen
los muros de un encierro virtual en donde el comportamiento se ha de ajustar a
las exigencias del patriarcado. La niña ha de ser modesta, obediente, sumisa
hasta el extremo de la esclavitud y esos supuestos dones se le presentan como
los atributos ideales de su sexo. Luego vendrán -por añadidura- el silencio y
la resignación, disfrazadas de virtudes santificadas por textos ancestrales
escritos por hombres convencidos de la inferioridad de su sexo.
Ya basta de humillarla al invadir su espacio personal como
si el cuerpo de una mujer fuera un objeto diseñado para el placer de los
hombres. Ya basta de abusar de su paciencia ante la discriminación en el
trabajo, en la escuela, en los círculos académicos, en donde se le niega el
derecho de expresión y un lugar entre los mejores, aún siendo la mejor. Ya
basta de propagar estereotipos para rebajar sus virtudes espirituales para
etiquetarla como un frágil y débil ser ávido de protección masculina. La
historia de millones de mujeres es evidencia de cuán fuerte y cuán sólido es su
espíritu de lucha ante las adversidades creadas para someterla.
Ya basta de asesinarlas como mecanismo de intimidación y
control. La mujer no pertenece a un hombre, no es parte de su patrimonio ni
debe ser considerada un ser dependiente en un sistema jurídico creado para
dominarla. Toda ley, todo reglamento, toda norma cuya naturaleza atente contra
la libertad y la igualdad entre los sexos, debe ser eliminada por ser injusta y
perversa. Garantizar el derecho de la mujer sobre las decisiones que afectan su
vida es un acto de justicia largamente postergada, así como las reparaciones
por violar su integridad desde posiciones de poder, una antigua costumbre
tolerada por un sistema de valores arcaico cuya vigencia es un atentado contra
la moral y la ética.
Ya basta de imponerle desde el poder político el marco restrictivo
de una doctrina religiosa. Es una violación flagrante de la ley vigente en la
abrumadora mayoría de países democráticos, signatarios de tratados y
convenciones sobre el respeto a las libertades ciudadanas. Ya basta de
recitarle versículos para convertirla en un ente sumiso ante la voluntad
patriarcal, porque el patriarcado no es más que un sistema destinado a
extinguirse por injusto, violatorio de los derechos de las mayorías en todos
los campos: sexual, económico y social.
Ya basta de negarle acceso a la educación con la excusa de
haber sido creada para servir desde el ámbito doméstico. Las evidencias de su
capacidad creadora, de sus dones intelectuales y artísticos, de su naturaleza
sólida ante los desafíos de la vida, constituyen la prueba más contundente de
que la mujer, en espacios de decisión, constituye un factor determinante para
garantizar el desarrollo correcto y equilibrado de cualquier sociedad. Toda
política en contra de sus derechos impone un absurdo freno al avance de un
país. ¡Ya basta!
La fortaleza de la mujer no necesita más demostración que un
repaso por la Historia.
elquintopatio@gmail.com
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