Por Omar Hassaan:
Los últimos dos años han sido muy difíciles para Venezuela,
sin duda alguna. El hecho de que la sociedad venezolana no ha colapsado hasta
los momentos, es un auténtico milagro, y ese milagro pertenece al heroico
pueblo venezolano. Es ese pueblo el que ha resistido una embestida tras otra, y
aún su sociedad sigue funcionando. A penas funciona, quizás dirían unos, pero
el hecho de que aún se mantiene intacta es, por sí mismo, una extraordinaria
obra de paciencia y resiliencia, demostrando que el noble pueblo de Bolívar
posee un umbral de dolor bastante elevado, al par de pueblos como el de
Stalingrado durante los terribles años de 1942 a 1943, o el de la Franja de
Gaza, desde el hurto de sus tierras en 1967, y hasta los momentos.
El pueblo venezolano sigue resistiendo, sigue demostrando la
paciencia del propio Job (invito a mis hermanos cristianos a leer del Libro de
Job, en el Antiguo Testamento), resistiendo una opresiva prueba tras otra,
mientras el venezolano sigue exhibiendo orgullosamente su fidelidad a su país,
su nación y su propia sociedad. La prueba misma es si el venezolano abandona la
vida en sociedad y decide destruir la misma, o lucha por lo suyo y no permite
que se derrumbe su hogar y su patria. Con cada día que no se materializa el
anhelado estallido social, el venezolano pasa la prueba de adversidad impuesta
por sus enemigos, sean quien sean los mismos. Con cada día que la gente sigue
funcionando en sociedad, se gana la batalla por la destrucción o salvación de Venezuela,
y así de simple es la ecuación.
Pero esta resistencia y capacidad de sostener los golpes de
los enemigos y el destino, no es nada nuevo para Venezuela. Todos hemos leído
sobre el gran sufrimiento que marcó el nacimiento de esta gran nación, entre
los años 1810 y 1821, cuando su libertad e independencia se lograron con la
sangre de una generación completa de venezolanos, y lo que sobrevivió de esa
tremenda embestida de más de una década de guerras y caos, fue una nación
recién concebida, devastada, agotada y con pocas posibilidades de poder
defenderse de las depredaciones de las potencias agresoras de esos momentos. De
las cenizas de las guerras independentistas, surgió la Venezuela del Siglo XIX,
y entre el sectarismo y el caudillismo desde adentro, y las agresiones
imperiales desde afuera, logró sobrevivir una calamidad tras otra.
Si tenemos que buscar un ejemplo de la capacidad del
venezolano para aguantar las tragedias, la pérdida y la desesperación, tenemos
el mejor de estos en la triste y dolorosa Emigración a Oriente, realizada en el
terrible año de 1814. Durante esa pesadilla que duró más de un año, Venezuela
fue sumergida en su propia sangre, y quizás sufrió más en ese año que durante
cualquier otro de su vida republicana. El primer caudillo en toda la historia
de Venezuela, y quien efectivamente logró someter a todo el territorio nacional
por primera vez – Tomás Boves – fue una anatema para los patriotas, pero
también para los realistas, pues todos temían el Urogallo, Taita Boves. Boves fue
la personificación del terror para todos, no solamente por su brutalidad y su
crueldad, sino también por lo tan efectivo que fue en su corta y exitosa
carrera militar. Nadie logró derrotarlo decisivamente, aunque en realidad, sus
victorias se deben al uso magistral de su ejército popular y llanero, el mismo
ejército que luego Bolívar y Sucre utilizarían para derrotar a los españoles en
Boyacá, Carabobo, Junín y Ayacucho.
La catastrófica derrota de los republicanos en la Primera
Batalla de la Puerta – en la cual Boves capturó el valle de Aragua – fue el
preámbulo del tortuoso asedio de Valencia. Durante ese terrible periodo de esa
heroica cuidad, los valencianos tuvieron que alimentarse de los caballos,
mulas, gatos y perros que tenían dentro de la ciudad para poder sostener el
asedio de Boves, de la misma manera que los rusos de Leningrado tuvieron que
hacer para poder sobrevivir el cruel asedio nazi, entre los años 1941-44. Los
valencianos, finalmente obligados a rendirse, fueron masacrados como tantos
otros de nuestro país, durante las campañas de Boves.
Esto nos hace recordar de la narrativa romántica (es decir,
no tanto histórica como literaria) de Eduardo Blanco, en su obra magistral
“Venezuela Heroica”, la cual deseo compartir con ustedes, durante estos
difíciles tiempos para la Patria Bolivariana:
Nube de polvo, enrojecida por el reflejo de lejanos
incendios, se extiende cual fatídico manto sobre la rica vegetación de nuestros
campos. Poblaciones enteras abandonan sus hogares. Desiertas y silenciosas se
exhiben las villas y aldeas por donde pasa, con la impetuosidad del huracán, la
selvática falange, en pos de aquel demonio que le ofrece hasta la hartura el
botín y la sangre, y a quien ella sigue en infernal tumulto cual séquito de
furias al dios del exterminio.
Es la invasión de la llanura sobre la montaña: el
desbordamiento de la barbarie sobre la República naciente. Conflictiva de suyo
la situación de los republicanos, se agrava con la aproximación inesperada del
poderoso ejército de Boves.
…La onda invasora se adelanta rugiendo: nada le resiste,
todo lo aniquila. Detrás de aquel tropel de indómitos corceles, bajo cuyas
pisadas parece sudar sangre la tierra, los campos quedan yermos, las villas
incendiadas sin pan el rico, sin amparo el indigente: y el pavor, como ave
fatídica, cerniéndose sobre familias abandonadas y grupos despavoridos y
hambrientos que recorren las selvas como tribus errantes. ¡El nombre de Boves
resuena en los oídos americanos como la trompeta apocalíptica!
Bolívar, decisivamente derrotado, no tuvo otra opción que
retirarse, junto a 20.000 caraqueños, al oriente del país, en donde esperaba
unirse a los patriotas orientales para seguir la lucha. Blanco nos dice en su
obra recién citada:
Cunde el terror en todos los corazones; mina de desconfianza
el entusiasmo del soldado; Caracas se estremece de espanto, como si ya
golpearan a sus puertas las huestes del feroz asturiano; decae la fe en los más
alentados, y una parálisis violenta, producida por el terror, amenaza anonadar al
patriotismo. Cual, si uno de los gigantes de la andina cordillera hubiese
vomitado de improviso gran tempestad de lavas y escorias capaz de soterrar el
continente americano, todo tiembla y toda se derrumba…Los que habían podido
huir a las montañas se inclinaban abatidos en el recinto del hogar, buscaban la
oscuridad para ocultarse en ella como en los pliegues de un manto impenetrable,
y a cada instante, sobrecogidos de pavor, creían oír ruidos siniestros,
precursores de la catástrofe que los amenazaba, ruidos que no deseaban
escuchar, pero que el terror sabía fingirles, haciéndoles más larga y
palpitante la zozobra.
Irónicamente, el Libertador decidió no defender a Caracas,
por no poder confiar en los esclavos que residían en esa ciudad, y quienes muy
probablemente se hubieran rebelado contra los patriotas y hubieran apoyado a
uno de los pocos líderes de la Provincia de Venezuela que les otorgó liderazgo
y consideración: Boves. A pesar del gran dolor que sufrió Bolívar en 1814, ese
año fue cuando el Libertador descubrió la única fórmula exitosa para derrocar
al Imperio Español en toda Sur América: el ejército del pueblo, hecho de
mulatos, pardos, indios, mestizos, pobres, negros, esclavos y todo lo que la
sociedad colonial había marginalizado durante siglos, es decir, el mismo
ejército de Boves, fue el que luego sería el de Bolívar y Páez.
La emigración a Barcelona fue uno de los episodios más
oscuros de la historia de Venezuela, tanto de la provincia como de la
república. Quienes se quedaron en Caracas, sufrieron todo tipo de
persecuciones, torturas y saqueos, y quienes se fugaron, sufrieron aún
más. Es posible que más de doce mil
personas perdieron sus vidas durante la emigración, ya sea por animales
salvajes (serpientes, entre otros), el hambre, todo tipo de enfermedades, los
ataques de los llaneros, y otros factores. Francisco Tomás Morales persiguió a
los caraqueños durante esta marcha de la muerte, una marcha no menos terrible
que la de los amerindios choctaw en 1831 y los cheroquis en 1838, en el oeste
norteamericano, conocida como el “Sendero de Lágrimas”.
Boves y sus tropas masacraron tanta gente en su trayectoria
hacia el Oriente, persiguiendo a los refugiados, con la macabra finalidad de
mascararlos a ellos también. Al caer Barcelona en las manos de los realistas,
los patriotas huyeron a Cumaná, y finalmente a la Isla de Margarita, como
último refugio antes de escapar por completo del país, hacia Cartagena de
Indias. Para añadir a la amargura de los venezolanos, el corsario Giovanni
Bianchi se quedó con las posesiones personales de los refugiados, al igual que
los tesoros de las iglesias caraqueñas, tomados por los patriotas para negarle
esos recursos al enemigo.
El historiador Francisco Antonio Encina considera que de los
12.000 peninsulares y canarios y 220.000 criollos que vivían en Venezuela al
inicio del proceso independentista, 7.400 de los primeros habían muerto en
combate o fueron masacrados por los patriotas entre julio de 1813 y abril de
1814, y 200.000 criollos habían sido masacrados antes de llegar Morillo por ser
las víctimas preferidas de Boves, Morales y Yáñez. Durante los constantes
combates, masacres y devastación que asolaron dicha tierra, murieron entre
100.000 y 150.000 personas. El historiador Arturo Uslar Pietri escribe muy
correctamente en su obra “Historia de la Rebelión Popular de 1814”, la
siguiente frase, resumiendo la verdadera miseria y terror que vivió el pueblo
venezolano durante ese terrible año: “…en Venezuela se derramó más sangre en
aquel año que en toda la Revolución Francesa. Ningún pueblo ha conocido una
lucha de clase de esa magnitud.”
Todo esto fue meramente un episodio entre tantos de la
historia de Venezuela, aunque uno de los más notorios y dolorosos. No obstante,
no fue el único. Apenas 38 años de consolidar la independencia en la Batalla de
Carabobo, en 1859, inició la Guerra Federal, una guerra civil en la cual se
repitió la devastación de las guerras de la independencia. La guerra federal
devastó la población rural del país, justo en las regiones occidentales
dedicadas a producir una gran parte de la riqueza (y la comida) del mismo, por
lo cual la despoblación y las emigraciones forzadas del campesinado arrastraron
el país hacia más miseria, más pobreza e interminables hambrunas. El efecto
agregado de las guerras independentistas y la guerra federal sobre la población
venezolana es imposible de concebir, apreciar o exagerar, en toda su
devastación, dolor y sufrimiento, para el pueblo heroico de la Patria
Bolivariana.
No todos los episodios de sufrimiento y tortura del pueblo
venezolano fueron a raíz de las guerras y los caudillos, pues en ciertos casos,
fueron los mosquitos quienes “plagaron” a este noble pueblo de inmensas e
interminables miserias. La próxima cita fue extraída de un blog denominado
“Vivencias Llaneras del Abuelo”
(http://cuentaelabuelo.blogspot.com/2013/07/la-lucha-contra-el-paludismo-2.html
):
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Venezuela
disminuida por las constantes guerras, la pobreza y las enfermedades, mostraba
un despoblamiento significativo. Se sumaban a estas desgracias el atraso
cultural y aislamiento en que estaba sumida en tiempos de Juan Vicente Gómez,
ya que, para entonces la explotación petrolera e introducción de capital
extranjero en plena vigencia, hacían que la vida en los medios rurales
languideciera en el abandono.
Este panorama favoreció definitivamente la extensión de la
enfermedad en todo el país, carente en ese entonces de planes sanitarios para
combatirla. Para 1916, se decía que cada dos horas moría un venezolano a causa
del paludismo. Para 1936, fallecido Gómez, el área malárica en Venezuela cubría
600.000 Km de la superficie del país estimada en 915.741 km. Las referencias
indicaban que, de 3.000.000 habitantes del país, 1.000.000 enfermaba anualmente
de malaria.
En los llanos, bien sea por su significativa extensión en el
país como por sus particularidades geográficas, la enfermedad y su vector se
difundieron de manera muy alarmante diezmando visiblemente la población y
ocasionando emigraciones a otras regiones para salvar la vida, que trataba de
refugiarse en apenas 1/3 del país en zonas menos afectadas. El líder de la
lucha antimalárica en Venezuela, el Dr. Arnoldo Gabaldón, de quien haremos una
reseña más adelante, sostenía que: “Nadie se aventuraba irse de Caracas a Ortiz
en Guárico, a Ospino en Portuguesa o a Monay en Trujillo, para citar sólo tres
lugares tristemente célebres, pues sabían que lo que allí podrían invertir
sería tarde o temprano perdido”.
Para estos tiempos, era mayor el número de decesos que el de
nacimientos, lo cual representaba una de las principales causas de despoblación
en Venezuela. Entre 1910 y 1945, las cifras estimaban una proporción de 300 por
100.000 (MSAS 1974) “La región de los llanos motivado a su topografía y clima
presentaba índices vitales negativos como consecuencia de los estragos del
paludismo.
Pero acompañado de una larga historia de terror, muerte y
sufrimiento, otros aspectos igualmente innegables de nuestra venezolanidad han
sido la resistencia, la paciencia y el espíritu de combate. La heroica
resistencia venezolana durante los grandes desafíos de 1814, de 1859, durante
el largo oscurantismo del período gomecista, o durante la dictadura
perezjimenista, tampoco fueron meros episodios aislados y atípicos de la
historia venezolana, sino forman parte de la otra cara de la venezolanidad:
adversidad y resistencia, calamidad y resiliencia, sufrimiento, por un lado, y
lucha y compromiso con la condición humana, por el otro, recordando las
palabras del Comandante Che Guevara: La Solidaridad es la ternura de los
pueblos.
El venezolano de hoy debe sentir y vivir el doble orgullo
del indomable espíritu de combate de sus ancestros, y el poderoso espíritu de
resistencia que demuestra en la actualidad. Durante la gran década
independentista (1810-1821), el venezolano pagó con su sangre y su propia
población el precio de su libertad y su soberanía. Durante la guerra federal,
pagó el mismo precio por la igualdad y contra la marginalización socioeconómica
impuesta por los godos y los terratenientes. Hoy en día, ese mismo venezolano
repite y reedita las luchas de sus ancestros, al demostrar una infinita
paciencia y una admirable fortaleza interna para aguantar las embestidas de sus
enemigos, con la noble finalidad de proteger su libertad, su soberanía y su
igualdad socioeconómica. Todas las luchas tienen su precio, nada se puede
lograr sin sacrificios, dolor y angustia, pero el pueblo venezolano les ha
demostrado a sus enemigos que puede aguantar y sostenerse firmemente ante
cualquier tipo de agresiones.
A pesar del sufrimiento y las necesidades que vive
actualmente el venezolano, el mismo ha demostrado ser tan resistente como el
pueblo ruso de Stalingrado y Leningrado, o el pueblo vietnamita del Sur de
Vietnam. Hoy en día, el pueblo de Bolívar, Sucre y Chávez, escribe una nueva
epopeya de luchas y sacrificios digna de otra obra como la “Venezuela Heroica”,
una que inmortalice sus sacrificios y sus batallas por lo más noble que puede
luchar el ser humano: su libertad, su dignidad y su independencia. Gloria al
Bravo Pueblo, que el yugo lanzó, y aunque el despotismo efectivamente levantó
su voz una vez más en la tierra de Bolívar, el noble pueblo bolivariano y
chavista sigue manteniendo el ejemplo que tantas veces Caracas dio.
khosomoso@yahoo.com
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