Por Carolina Vásquez Araya:
Para ver brotar talentos como el de Yahaira Tubac es
necesario cambiarlo todo.
La elección del presidente del organismo legislativo es un
ejemplo ilustrativo de cómo en Guatemala no se premian el talento, la
experiencia, la capacidad y la ética sino el poder del dinero. Claro como el
agua. Al otro extremo está esa población obligada a buscar sus propias
respuestas para salir del abandono y la miseria a la cual la condena un sistema
depredador e injusto.
Por allí, en la lejanía institucional de la Guatemala
profunda –como gustaba decir alguien que ya olvidé- apareció esta niña
prodigio, la pianista de 7 años Yahaira Tubac quien interpreta con una
precisión asombrosa obras de Mozart y Beethoven. Yahaira fue gestada y criada
con amor y educada con una sensibilidad excepcional a pesar de haber llegado a
una familia de escasos recursos, alejada de los centros en donde se cuecen los
privilegios. Es la prueba viva de cuán fácilmente perdemos la ruta del
desarrollo cuando prevalecen, en las altas esferas, la negligencia y la
ignorancia. Pero también retrata cómo un mínimo acceso a las artes universales
puede transformar la vida y el destino de un ser humano, a cualquier edad.
Esas altas esferas, no por altas calificadas ni capaces,
deciden el destino de la niñez de este país marcado por las carencias. Desde
los despachos oficiales se recortan y reparten los dineros pertenecientes a la
población. Se decide, por ejemplo, cuáles asignaturas formarán parte del pensum
escolar y a cuáles condenarán a la pobreza. Estas políticas educativas, sin
embargo, han sido la marca de identidad desde hace mucho y se reflejan no solo
en la infraestructura miserable de las escuelas a nivel nacional, también en el
desprecio por la cultura y el arte expresado de todas las maneras posibles por
las clases política y económica.
Las razones sobran: las nuevas generaciones ya vienen con un
código de barras en el ombligo destinadas, no a sobresalir en el mundo gracias
a sus distintos talentos, sino a servir a las clases dominantes como mano de
obra barata, muy barata, no vaya a ser que el país pierda competitividad. Y las
niñas, niños y adolescentes pasan por un rasero castrador de genios,
emparejador hacia abajo para evitar la terrible amenaza de los liderazgos
comunitarios. Eso, considerado una especie de política pública pergeñada en
alguna oficina ministerial, y no necesariamente con una visión de futuro, sino
con una instrucción de más arriba para no perder la perspectiva de la línea
trazada por los centros de poder económico.
¿Cuántas Yahairas podría tener Guatemala si desde mucho
antes de nacer ya tuvieran un lugar protegido y enriquecedor en el cual crecer
y desarrollarse? ¿Es que acaso somos tan escépticos que dudamos hasta de la
posibilidad de ver surgir decenas de niños prodigio llenos de potencial? Triste
cosa es una sociedad que no crea en sí misma hasta el punto de aceptar los
tijeretazos oficiales a la educación de sus descendientes, quizá creyendo en
las buenas intenciones de sus gobernantes. Más triste aún es resignarse a la
respuesta obligatoria -“no hay presupuesto”- a sabiendas de su falsedad.
A la niñez se le ha negado todo y las consecuencias son
devastadoras: reducción de la talla y el peso, desnutrición crónica, pérdida de
capacidades intelectuales, muerte temprana y alta vulnerabilidad a enfermedades
prevenibles. Por encima de ese castigo, la violencia física, sexual y
psicológica a la cual los enfrenta un sistema inclemente con la población más
pobre, condenándola a luchar desde cualquier trinchera para sobrevivir.
Como Yahaira, también la cantante kaqchiquel Sara Curruchich
demuestra cuán posible es vencer las barreras para proyectarse al mundo como un
ejemplo de talento y cultura, a pesar de los pesares.
Los obstáculos al surgimiento de talentos excepcionales tienen
origen en políticas discriminatorias y racistas.
elquintopatio@gmail.com
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