Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Las convenciones han permitido organizar el tiempo a partir
de los períodos de duración de los fenómenos naturales: el día y la noche, las
estaciones y el tiempo de traslación de la tierra alrededor del sol, así como
también de conformidades religiosas, así tenemos días, semanas, meses y años.
Esto conduce a la equivoca idea de que estas convenciones pueden establecer
parámetros de comportamientos sociales o políticos: se dice “este año ocurrirá
esto o lo otro”, sin embargo, la realidad es que estos acuerdos modulan ciertas
conductas y procedimientos, pero no los determinan ni los deciden. Esta
reflexión, viene a cuenta de que siempre que comienza un nuevo año se elucubra
respecto de que podría ocurrir durante el mismo, lo cual siendo valedero, no
necesariamente señala con certeza lo que habrá de suceder, toda vez que los
procesos políticos y sociales son continuos, dialécticos y dependen de las
condiciones objetivas y subjetivas en que transcurren, no de plazos creados
artificialmente.
Es así que el mapa político mundial no necesariamente se
modifica en ciclos anuales, en esa medida genera muchas mayores certezas
estudiar cuáles son las tendencias en la situación internacional, en ese
sentido veo difícil que se produzcan cambios trascendentes en 2018 en
comparación con 2017, si se considera que las directrices del poder global no
sufrirán grandes variaciones durante el año que comienza.
La dicotomía principal seguirá siendo aquella que existe
entre la guerra y la paz. Las acciones de política exterior de Estados Unidos
que se orientan a favor del conflicto y la guerra, se han acentuado desde la
llegada al poder de Donald Trump: incremento de su actividad agresiva en la
península coreana, reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, amenazas
de revertir el acuerdo nuclear con Irán, apoyo irrestricto y ciego a Arabia
Saudita en el desarrollo de su guerra genocida en Yemen, incremento del gasto
militar, fortalecimiento de la OTAN, intimidaciones a Cuba y Venezuela,
escalamiento de la tensión con Rusia y aumento de la presencia militar en el
mar Meridional de China, al mismo tiempo
que incentiva los conflictos en esa región. El mapa político de 2018 se
dibujará dependiendo en gran medida de la capacidad que tengan las fuerzas
favorables a la paz, de impedir los designios bélicos, terroristas e
intervencionistas de Estados Unidos.
Por su parte, la situación de América Latina y el Caribe
está marcada desde hace algunos años, por una transformación de la correlación
de fuerzas a favor de una regresión conservadora que está revirtiendo todos los
avances que se habían logrado en materia social durante los primeros quince
años del siglo, poniendo en entredicho la democracia electoral como modelo de
gobierno, sobre todo cuando se pudo destituir ilegalmente a la presidenta Dilma
Rousseff en Brasil y al presidente Fernando Lugo en Paraguay, organizar un
golpe de Estado de Honduras en 2009 y que ahora ha visto como se impone un
monstruoso fraude electoral o, la posibilidad que personas que han delinquido,
-paradójicamente protegidos por la justicia- como Michael Temer, Mauricio
Macri, Juan Manuel Santos, Enrique Peña Nieto y Sebastián Piñera accedan a la
presidencia de sus países, todo ello influido y condicionado por esta situación
de enaltecimiento del conflicto que permea al globo. De manera tal que la
situación mundial está afectando negativamente a América Latina en un año 2018
en que definitivamente los eventos electorales pondrán a prueba la credibilidad
en los sistemas democráticos electorales.
Es muy difícil responder en términos plurales a la pregunta
de ¿qué se debe hacer para lograr una mayor presencia de América Latina y el
Caribe en el escenario global?, porque su única posibilidad de participar con
cierto protagonismo en el escenario global es a través de su concurrencia
integrada. Ningún país de la región, ni siquiera Brasil por si solo, tiene
capacidad de conseguir un espacio importante en el mundo. Lula compendió eso y
llevó a Brasil a los BRICS y a utilizar la potencia de su economía para fomentar
la integración regional y subregional. Eso fue favorecido por el impulso que le
dio el comandante Hugo Chávez a este proceso, así como los gobiernos
progresistas que estuvieron en el poder durante los primeros tres lustros de
este siglo.
Las tendencias retrógradas que se han ido imponiendo en la
región se han dedicado a torpedear este proceso, las oligarquías en el poder
tienen un punto de vista más nacionalista -que les conduce a optar por la
maximización de ganancias en una relación subordinada a Estados Unidos- que una
tendencia integracionista apuntando a construir un polo de poder mundial. La
potencia norteamericana ha conseguido aliados latinoamericanos para torpedear
la integración de la región, que ha sido un objetivo de política exterior permanente
de Estados Unidos desde hace casi 200 años.
En esa medida, América Latina y el Caribe como región no
tiene ninguna posibilidad de tener “un puesto más importante en la
administración global y el mapa político mundial”. Individualmente, los únicos
países que podrían hacerlo: Brasil y México, no están en condiciones, uno por
la profunda crisis económica que atraviesa y la carencia de credibilidad
política de un gobierno que sólo tiene el apoyo de 5% de la población y que se
puede sostener sólo por las triquiñuelas propias de la democracia electoral y
el otro, México, entrampado en una relación de subordinación casi absoluta a
Estados Unidos, que lo desprecia y humilla contantemente, sin capacidad para
responder, también por la abrumadora falta de credibilidad en un sistema
político corrupto y desprestigiado. La región tendrá todavía que transitar
algunos años en los que debiera mostrar capacidad de revertir estas tendencias
dañinas para sus sociedades antes de pensar en tener alguna participación
protagónica en el ámbito global.
Para la región, la agenda política de integración de este
año, comienza en Santiago de Chile con la realización entre el 19 y el 21 de
enero de la II Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores del Foro
CELAC-China con el tema “CELAC-China: Trabajando por más desarrollo, innovación
y cooperación para nuestros pueblos”. América Latina como región no tiene una
mirada similar respecto de su relación con China y en esa medida, no configura
una opinión única sobre el tema, sin embargo esta instancia es una excelente
oportunidad de incrementar los vínculos con una potencia que en sus lazos con
la región no manifiesta actitudes hegemónicas, ni prácticas
intervencionistas.
Para algunos países de América Latina y el Caribe, China es
un país amigo, otros, interesadamente dicen que lo es, mientras de forma velada
la desprecian, sobre todo cuando necesitan exponer su lacayuna actitud de
subordinación a Estados Unidos; para la mayoría, no es más que el socio
comercial más importante, en algunos casos el único salvavidas para sus
maltrechas economías. La contrariedad es que la mirada desde China es distinta,
basada en su filosofía, su historia y sus preceptos de política exterior, todos
los países con los que tienen relaciones son considerados “amigos”,
independientemente de la opinión de la contraparte, su régimen político,
orientación ideológica y tamaño de su economía.
Ninguna persona con mínimos conocimientos políticos podría
concebir que Mauricio Macri haya felicitado a Xi Jinping por su reelección como
secretario general del Partido Comunista de China durante el XIX Congreso de
esa organización celebrado en octubre pasado, a través de una curiosa misiva
escrita en primera persona, en la que trata al presidente chino como “amigo” y
lo felicita en su nombre y el de su esposa (súper sic como diría Alfredo
Jalife-Rahme). Pocas veces se había visto una expresión de oportunismo y
cálculo político tan escandaloso en las relaciones internacionales. Esta carta
es un “monumento” a la hipocresía y la doble cara de un sujeto que desprecia a
los comunistas y a la democracia, pero no puede abstenerse de aceptar el papel
y la importancia creciente de la República Popular China en el escenario global
y su potencial económico en ascenso. Los gobiernos de derecha que repudian el
curso político de China se han visto obligados a aceptar esa realidad a
regañadientes, por la sencilla razón de que no tienen otra opción, dada la
profundidad de la crisis económica mundial.
Por el contrario, los países amigos de China, valoran
altamente el papel constructivo que está jugando en el sostenimiento de la paz
mundial, la cooperación mutuamente ventajosa, basada en la ecuación ganar-ganar
y su posición irrestricta de defensa de la justicia y el derecho internacional.
Se aprecia la gran valía que tiene que China establezca relaciones amistosas de
cooperación económica sin imposiciones de carácter político, económico o
militar y tienen la esperanza de que juegue un papel más activo y protagónico
en la gobernanza mundial y en la administración global, utilizando todo su
potencial político y económico para evitar imposiciones de otras potencias a
los países pequeños, ejerciendo sus fortalezas no solo en favor de su pueblo,
también en favor de los pueblos del mundo.
sergioro07@hotmail.com
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