Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:
Me resulta difícil emitir una opinión determinante sobre las
recientes elecciones en Chile, mucho menos pensar, en este momento, -tras solo
cinco días después de realizados los comicios- en qué es lo más correcto hacer
en la segunda vuelta. Mi doble condición de chileno y venezolano que vive en
Venezuela hace que esa definición sea más complicada.
Con sorpresa he constatado que los amigos en Chile a quienes
he consultado no tienen una opinión unánime al respecto. Siempre recuerdo una
conversación con el Comandante Fidel Castro en los años finales de la
dictadura, cuando nos dijo a mí y otros dos compañeros con quienes conversaba
que para él, por supuesto, lo más deseable era una salida revolucionaria para
terminar con la dictadura, pero que a eso se anteponía evitarle mayores
sufrimientos al pueblo chileno y, que en esa medida cualquier camino que
significara el fin de la dictadura, era bueno. Hoy, podría decirse, -como lo
hacen muchas personas sanas y alejadas de las triquiñuelas de la política- que
cualquier cosa es mejor que el retorno de Piñera a la presidencia.
He leído muchos artículos tanto periodísticos, como de
opinión, que durante estos días debaten acerca del futuro que le depara al país
tras las elecciones del 17 de diciembre y me ha impresionado la diversidad de
matices con que se analiza la realidad del Chile de hoy: es una señal de que
algo se está moviendo, sin embargo, hay una realidad incontrovertible: la
mayoría de los chilenos sigue sin interesarse en participar de un sistema
electoral inserto en un régimen político del que no se sienten parte, dada las
características de apropiación mafiosa que han hecho de él los partidos
políticos y la mayoría de dirigentes que como se dice en el argot popular “se
pagan y se dan el vuelto”. En Chile, el presidente de la república seguirá
siendo elegido por un máximo de 23% de los electores, lo cual hará de él un
mandatario legal, pero ilegitimo, como en muchos países del mundo que viven la
crisis del modelo de democracia representativa, en el que ya no importa ser
mayoría, tampoco ser ladrón, violador de derechos humanos, asesino, golpista,
subordinarse vergonzosamente ante una potencia imperial y/o negociador de la
soberanía, solo para acordarse de ella por mezquinos intereses electoreros y de
falso nacionalismo.
Partiendo de esa lógica, de la cual por cierto, formo parte,
vi con muy buenos ojos y con cierta alegría el nacimiento del Frente Amplio. Tal
vez, sea de perogrullo, pero desde 2007 vengo diciendo que cuando alguien en
Chile, logre interpretar el sentimiento popular, el abstencionismo habrá
desaparecido y se constituirá una potente fuerza que dé al traste con el
sistema de post dictadura en el que dos fuerzas: una heredera del régimen
cívico-militar y otra, domesticada por él y que juntos son la minoría del país,
conduzcan los destinos de esa mayoría pasiva que permanece al margen. Pensé sinceramente que el Frente Amplio sería
ese referente popular, que hasta ahora solo había tenido impacto a través de
las luchas sectoriales de los estudiantes y los mapuche, entre otras y locales
como las de Aysén, Punta Arenas y Calama, pero que solo han logrado una
convocatoria realmente amplia a través de la organización por “No +AFP”,
verdadera plataforma que ha interpretado, convocado y movilizado a la mayor
cantidad de chilenos tras un objetivo transversal. A la exaltación inicial como
chileno, que incluso me llevó a tratar de organizar a los compatriotas que
viven en esta país y que al igual que yo, nos sentimos entusiasmados por el
nuevo proyecto, sobrevino mi rechazo como venezolano, en momentos en que la
virtual candidata presidencial y los dos líderes del Frente Amplio apoyaron a
los terroristas que yo tenía en la esquina de mi casa durante meses, los mismos
que reivindicaban la quema de personas, que atacaban instituciones públicas
como escuelas y hospitales, extorsionaban ciudadanos, actuando bajo el influjo
de las drogas y en alianza con delincuentes comunes, a los que en Chile se
llamaban luchadores por la democracia e intentaban destituir por la fuerza al
gobierno democráticamente elegido, de la misma manera como lo hicieron con
Salvador Allende. En lo personal, me vi obligado a que mi esposa y mi hijo se
fueran al exterior del país por dos meses hasta que volvió la calma. Terminó
primando esto último y, al final no me inscribí ni voté.
Sé que a nadie le importa mi historia personal y que no se
puede votar en Chile, pensando en lo que pasa en Venezuela, pero tengo mis
dudas que siendo Piñera, expresión de lo más retrogrado de la sociedad chilena,
en términos del modelo sea distinto de Guillier. Creo que ninguno de los dos hará cambios
sustanciales, ya no revolucionarios, tampoco aquellos que hagan que la sociedad
chilena sea un poco más justa, más equitativa y que el delito de “cuello
blanco” comience a ser combatido, para dignificar la política, tan
desprestigiada hoy, cuando hasta algunos familiares de la presidenta están
acusados de estar incursos en actos de corrupción y una gran cantidad de
políticos tanto vinculados al gobierno como a la oposición están en sus cargos,
después de ser financiados por el yerno del dictador. Eso además de ser ilegal, no es ético
Para nadie es un secreto que la decisión final sobre el
resultado electoral del 17 de diciembre está en manos de ese más de 20% que
obtuvo el Frente Amplio en la primera vuelta. Imagino las dudas que puedan
estar rondando en la cabeza de la mayoría de ellos: si pensar con criterio
coyuntural e impedir que Sebastián Piñera llegue al gobierno, dando su voto a
Guillier o, actuando con criterio de largo plazo, utilizar su buena
representación parlamentaria y la alcaldía de Valparaíso, como base para
comenzar de una buena vez a construir
política de forma distinta a la tradicional, actuando con honestidad y apego a
la ley, dando un ejemplo a la ciudadanía de que si se puede construir de una
manera distinta. No tengo dudas, que tendría un crecimiento exponencial, que
atraería a miles de los actuales abstencionistas y que los llevaría, sin duda
alguna a la presidencia en cuatro años.
Habría que aguantar, sí, cuatro años de exacerbación
neoliberal, de actuaciones dolosas y alejadas de la ley, de imposiciones
brutales, de represión indiscriminada, de violación a los derechos humanos, que
es lo que augura un nuevo gobierno de Piñera. Se ha avizorado que en cualquier
caso, gane quien gane, el Frente Amplio se constituirá en oposición al nuevo
gobierno y que no negociará cargos con Guillier, señalando en ese sentido, un
modo distinto de actuar en la política contingente, pero tendrán que asumir
ante sus bases y ante la mayoría que no vota, -pero que son chilenos
expectantes del nuevo rumbo que podría tomar el país- la continuidad de los desmanes de Bachelet
que significa Guillier: represión de los estudiantes y de los mapuche, carta
blanca a las transnacionales para que sigan depredando el territorio nacional,
salud y educación privatizadas,
prolongación de las AFP y subordinación plena y total a los grandes
monopolios nacionales. En fin…más de lo mismo.
Decisión difícil sin duda alguna, cuando aún no se avizora
un cambio para Chile, el Frente Amplio, como el MAPU en tiempos de la Unidad
Popular y el PPD en los estertores de la dictadura, emerge como fuerza
reformista de la clase media, (numerosa en Chile), con un discurso renovado y
una retórica arrolladora que promete mucho y genera expectativas, pero que
tendrá que demostrar en los hechos que es diferente a sus dos antecesores, que
no pasaron del impulso momentáneo de la coyuntura, se mantuvieron en el boom
durante algún tiempo, para finalizar siendo parte de lo mismo que criticaban.
Más que decidir a quién se le da el voto en segunda vuelta,
me parece que lo importante de resolver es: si se quiere construir fuerza de
coyuntura para enfrentar el corto plazo derrotando a Piñera, o fuerza
estratégica que se proponga cambiar a Chile para siempre y enrumbarlo en una
democracia definitivamente liberada de la dictadura y de su Constitución.
Como chileno, no tengo una opinión acabada respecto de qué
es lo más correcto, y espero que prime la sabiduría y la sensatez de la minoría
que elegirá al nuevo presidente de Chile. Como venezolano, me da lo mismo, no
olvido que Bachelet en sus dos gobiernos y en general la Concertación, apoyaron
el golpe de Estado en Venezuela en 2002 y no movieron un dedo para avanzar en
la integración latinoamericana, no creo que Guillier sea diferente, aunque,
sinceramente, quisiera equivocarme si finalmente es ungido en la más alta magistratura
del país.
sergioro07@hotmail.com
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