Por Homar Garcés
Para muchos burócratas (incluyendo a aquellos que suelen
presentarse como revolucionarios, de los cuales cabría un comportamiento de
conformidad con los ideales expresados) lo que más importa es rendir cuentas a
sus superiores, olvidando -adrede- que le deben lealtad al pueblo que (directa
e indirectamente) les delega su soberanía. Ello no sería nada extraño, de estar
conscientes que el funcionamiento del Estado es, en términos amplios, contrario
a los postulados democráticos y, en especial, respecto a las demandas
ciudadanas de mayores controles, transparencia, efectividad y, más
recientemente, de protagonismo y de participación populares.
El Estado, por tanto, tendrá que convertirse en foco de la
atención, la reflexión y la acción de todo movimiento popular democrático
dispuesto a cambiar radicalmente las estructuras sobre las que existe el modelo
civilizatorio (dominado por la lógica capitalista) en el cual se desenvuelve
una gran parte de la población global. El Estado burgués liberal -tal como lo
concebimos en su forma actual- sólo ha servido para empoderar elites que, en
general, se mantienen abismalmente separadas de la gran masa de gobernados que
constituye la mayoría; asumiendo éstas que todas sus decisiones son (y serán)
incuestionablemente correctas y, en consecuencia, harto beneficiosas para
todos, cosa que la clase subordinada ha de aceptar resignadamente por su propio
bienestar.
En relación a éste, habrá que aprender a ser radicalmente
innovador y revolucionario, sobre todo, en lo que concierne al ejercicio de la
democracia por parte de los sectores populares organizados. De igual forma, es
de esperarse (y de estimularse en su grado máximo posible) una comprensión
crítica cabal de la realidad histórica que le ha correspondido en suerte vivir
a los pueblos bajo las estructuras que legitiman el sistema de Estado burgués
liberal, aún en sus modalidades o expresiones más “democráticas” y
“revolucionarias”. Para las personas
habituadas a percibir y a entender el poder desde una óptica altamente
jerarquizada, resulta infructuoso cualquier intento por alterar (aunque sea en
su mínimo aspecto) el sistema establecido. En tal caso, mostrarles y
demostrarles que la soberanía les es algo completamente inherente en vez de
observarla como potestad plena del Estado y de tales elites implica, de por sí,
una acción revolucionaria y subversiva.
Sobre esta percepción y convicción generalizadas se legitima
la hegemonía de los sectores dominantes, por lo cual ha de cuestionarse, en un
primer momento, su vigencia, develando su origen histórico. Logrado este
propósito, nada raro sería (como ocurriera en el pasado) que, a la par de dicho
cuestionamiento, surjan y se impongan posiciones que acaben por repetir los
mismos esquemas que dieran nacimiento a esta hegemonía, solo que esta vez se
hará en nombre de una presunta revolución y de los derechos del pueblo. Frente
a ello, se debe resaltar la potencialidad del carácter asociativo de toda
comunidad, tanto en sus distintos grados de convivencia diaria como en la lucha
por sus reivindicaciones, cuestión que estaría amenazada por el nuevo Leviatán
que comienza a erigirse en algunas naciones bajo el argumento de garantizarles
a los ciudadanos un nivel mayor de seguridad y de vida tranquila. Dado este
paso, podrá afirmarse -sin mucho análisis- que esto derivaría, tarde o
temprano, en una negación total del tipo de poder que nos ha regido (y rige) a
lo largo de la historia, independientemente de cual sea, o haya sido, su
categorización u origen.
Así, al contrario de lo hecho por el poder
institucionalizado y usufructuado por las oligarquías y los modernos feudos
político-empresariales, cabe abarcar y darle espacios de autonomía a las
diferentes expresiones plurales y heterogéneas que identifican a los sectores
populares, partiendo del compromiso y/o programa compartido para lograr una
verdadera emancipación, individual y colectiva.
Todo aquello que configura el sistema de dominación
imperante debe, por consiguiente, cuestionarse y abolirse en función de la
autodeterminación de los pueblos; lo que exige “crear y recrear -según Amedeo
Bertolo, colaborador de la prensa anarquista italiana,- sociabilidad,
inventando, transmitiendo y modificando normas”; institucionalizando un poder
popular, o colectivo, en lugar de uno simplemente personalista u
oligárquico.-
mandingarebelde@gmail.com
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