Por Leandro Albani
En estos últimos años un axioma no ha fallado a nivel de
política internacional: cuando el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan,
se encuentra acorralado, su respuesta es la profundización de la represión
interna o de las acciones militares más allá de las fronteras de su país. Los
peligros que el mandatario ve por todos lados son, simplemente, las
resistencias, tanto en Turquía como en el exterior, a una serie de políticas
oficiales que intentan a toda costa desestabilizar Medio Oriente.
Ahora, arropado por complicidades múltiples, Erdogan ordenó
la invasión abierta del cantón Efrîn y de la región de Shehba, en el norte de
Siria y territorio histórico de Kurdistán. Desde hace varios días, el fuego de
artillería y los bombardeos de aviones de combaten llueven sobre Efrîn, una
región con más de 400 mil habitantes, conformada por 366 pueblos y aldeas, y
con tierras fértiles para la agricultura, siendo las plantaciones de olivos su
principal producto.
La “creación fructífera”, ese el significado del nombre
Efrîn. Y esa definición no es un capricho. Desde que el Kurdistán sirio
(Rojava), que comparte una frontera de 900 kilómetros con el Kurdistán turco
(Bakur), tomó como propio el camino de la revolución, declarando su autonomía y
conformando fuerzas de autodefensa para combatir a los grupos terroristas y
liberar el territorio, Efrîn se transformó en una región solidaria con los
cantones de Kobane y Yazira, enviado alimentos y acogiendo a miles de
refugiados no sólo kurdos, sino también árabes, turcomanos y asirios, entre
otros.
A las calles
La invasión militar turca sobre el Kurdistán sirio venían
siendo denunciada desde hace bastante. Tanto las organizaciones políticas como
militares kurdas declararon en varias ocasiones que el gobierno de Erdogan
preparaba a su ejército y pertrechaba a grupos como el Ejército Libre Sirio
(ELS) y Jabhat Al Nusra para iniciar una operación a gran escala contra Rojava.
Esas denuncias, poco escuchadas por las potencias
occidentales, hoy son una realidad.
El miércoles pasado, miles de personas se movilizaron por
las calles de Efrîn bajo una sola premisa: “Defender el territorio con sangre y
resistir hasta el final”. Al mismo tiempo, los principales partidos políticos
del Kurdistán sirio emitieron un comunicado conjunto en el que denunciaron que
el Estado turco “está violando los principios de los derechos humanos y las
leyes internacionales y las posiciones de las fuerzas militares en la región”.
En la declaración, recordaron que “miles de inmigrantes de todas partes de
Siria se han asentado” en Efrîn, por lo que esa región “se ha convertido en un
símbolo de una vida en común, de hermandad de los pueblos y en símbolo de la
paz en la revolución siria”.
Pero a Turquía no le importa nada de esto. Hace meses, el
ejército turco ocupó tierras en el norte de Siria, desde Jarablus hasta Azaz,
en el marco de la operación “Escudo del Éufrates” que, según el gobierno de
Erdogan, es su “aporte” al combate contra el Estado Islámico (ISIS).
Erdogan y su gobierno observan con terror el desarrollo de
autonomía democrática en Rojava. Una sociedad multiétnica, donde se respetan
todas las religiones, en la cual la mujer es el centro de la vida y de la
revolución, choca de frente con el derechismo (que se acerca cada vez más al
fascismo) de su administración, obsesionada en islamizar Turquía, despedir
trabajadoras y trabajadores, y silenciar a fuego y plomo cualquier expresión
opositora.
“Si el Estado turco entra a Efrîn, no va a poder salir”,
expresó Sozdar Avesta, comandante del Partido de los Trabajadores del Kurdistán
(PKK) e integrante del Consejo General de la Unión de Comunidades del Kurdistán
(KCK). En declaraciones a Çıra TV, advirtió que al ser Efrîn “una provincia
rica, especialmente en términos de la naturaleza”, el “fuego de artillería
provoca incendios” en los campos.
“Al igual que nuestros patriotas se reunieron alrededor de
Kobanê cuando la ciudad fue atacada (por ISIS), debemos una vez más reunirnos
alrededor de Efrîn”, convocó Avesta.
Los aliados del terror
Hasta ahora, los ataques de Turquía y sus aliados devastaron
las aldeas Malkiyê y Merenaz del distrito de Shera, en Efrîn; se cobraron
víctimas en el pueblo de Kefranton, de la región de Shehba, y entre los civiles
asesinados se encuentran una madre y dos de sus hijos.
Para cometer estos crímenes, el gobierno de Erdogan no sólo
emplea tropas regulares, sino que sigue inyectando armamento y dinero a grupos
irregulares, calificados como terroristas por el Ejecutivo sirio, Rusia, Irán y
hasta por el propio Estados Unidos.
Pero también construye un andamiaje legal, teniendo en
cuenta que en Turquía los poderes del Estado se encuentran casi disueltos,
luego de que el mandatario aprobó un estado de emergencia permanente después
del intento de golpe militar a mediados de 2016.
A finales de junio, la agencia Firat News reveló que el
gobierno emitió el Decreto Legislativo Nº 691, referido al servicio militar,
que permite el ingreso de terroristas a las fuerzas armadas. Según la
normativa, “personas vinculadas o miembros de organizaciones terroristas
responsables y aptas para el servicio militar serán reclutadas de acuerdo con
el proyecto y los principios de conscripción a ser determinados por el
Ministerio de Defensa Nacional si son incapaces de proporcionar una excusa
legítima reconocida por la ley”.
El decreto permite, de forma abierta, la conformación de
formaciones paramilitares, además de “reciclar” a mercenarios que hasta hace
poco servían en las filas de ISIS, Jabhat Al Nusra, el ELS, Ahrar Al Sham y
tantos otros grupos terroristas que operan en Siria.
Esta política impulsada por Erdogan no es nueva. En la
historia de la República de Turquía la utilización de grupos paramilitares es
por demás de conocida. JITEM y Hezbola son sólo algunos de los “ejércitos
reclutadores” de ultraderecha que participaron en las masacres de los pueblos
armenio y kurdo, y con nombres diferentes llegaron a su apogeo durante la
década de 1990.
Firat News estimó que el Estado turco, en muy poco tiempo,
tiene la capacidad para formar un ejército paramilitar con 20 mil miembros.
El tablero internacional
No es novedad para nadie que el territorio sirio es un punto
neurálgico de disputa de los poderes hegemónicos, tanto regionales como
mundiales. Estados Unidos, Rusia, Turquía, Irán, las monarquías del Golfo
Pérsico, la Unión Europea y el propio gobierno del presidente Bashar Al Assad
pujan desde hace seis años por el control de una región rica en recursos
naturales y con una posición estratégica para el devenir de Medio Oriente.
Turquía -financista de ISIS, actor regional de relevancia,
miembro privilegiado de la OTAN y con un gobierno que sintetiza, en un mismo
cuerpo, neoliberalismo e islamismo conservador-, es un alfil que todos quieren
tener en sus filas. Y los pueblos de Rojava parece que en estos últimos dos
meses se convirtieron en la ficha de cambio y negociación para quienes buscan
el control de Siria.
La dirigencia del autogobierno de Rojava advirtió semanas
atrás que Washington y Moscú iban a dar vía libre a Turquía para una invasión
que ya está en marcha. Con una política de “contener” a Ankara, ambas potencias
negociaron (y lo siguen haciendo) que el gobierno de Erdogan frene su
influencia sobre los grupos terrorista en Siria a cambio de conseguir control
territorial en el norte del país y neutralizar a los kurdos, además de
desestabilizar la autonomía de Rojava, algo visto con preocupación por Moscú,
Washington y Damasco, ya que escapa de los diferentes planes que tienen para
ese territorio.
Metin Gurcan, ex asesor militar de Turquía y oficial
retirado del Ejército, publicó días atrás un interesante titulado “La oferta de
Turquía a Moscú: Efrîn a cambio de Idlib” (1) en el que plantea una hipótesis
que, en medio del profundo pragmatismo que cruza a Medio Oriente, no parece
descabellada. Gurcan analiza que “el objetivo prioritario de Ankara en el norte
de Siria son las YPG (Unidades de Protección del Pueblo). Turquía trata de
impedir que se cree un corredor kurdo o del PKK, que empezaría en los bastiones
del PKK en las montañas Qandil y se extendería hasta el cantón de Efrîn en el
oeste, a través de Shengal (Kurdistán iraquí), y a los cantones de Yazira y
Kobane”.
Para el autor, “Ankara y Moscú se necesitan unos a otros, de
ahí su inevitable cooperación” y agrega que Rusia necesita “la zona que Turquía
está preparando en el triángulo Yarablus/Al Bab/Al-Rai” para que los grupos
armados “moderados” que se encuentran en Idlib se trasladen al lugar, ante el
inminente avance del Ejército sirio en la zona.
“Rusia –explica Gurcan- necesita también un mediador fiable
en sus relaciones con los grupos en Idlib. Ankara puede serle indudablemente de
gran ayuda en esa tarea”. Seguido a esto, argumenta que existe “la posibilidad
de que a cambio de la ayuda de Ankara en Idlib, Moscú apoye la expansión turca,
si bien no por la totalidad de Efrîn, entonces desde Kilis-Azaz hacia el
suroeste, hasta llegar a Tel Rifaat”.
Observar el panorama del territorio sirio puede convertirse
en un ejercicio desolador. Aunque si afinamos la vista, seguramente veamos
flamear las banderas de múltiples colores que inundaron las calles de Efrîn, y
a los pobladores de Rojava que, aunque caigan bombas y todavía lloren a sus
muertos queridos, tomaron la decisión de cambiar la sociedad y defender un
revolución extraña para muchos, pero profundamente liberadora para ellos.
Notas:(1) Para leer el artículo:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=228762&titular=la-oferta-de-turqu%EDa-a-mosc%FA:-afrin-a-cambio-de-idlib-
leandroalbani@gmail.com
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