Por Emilio Marín
Si hacía falta algún elemento para ratificar que el
presidente de EE UU es un troglodita e ignorante de la ciencia, su salida del
Acuerdo de Cambio Climático lo vino a proporcionar. Esto deja muy mal parado al
imperio a nivel mundial.
Tras trabajosas reuniones internacionales, en diciembre de
2015 hubo acuerdo entre 195 países en una conferencia internacional en París,
firmándose los acuerdos relativos al Cambio Climático.
De un texto previo de Naciones Unidas, donde los firmantes
eran 197, desistieron de la firma final Siria y Nicaragua. El resto, 195, lo
rubricaron, incluyendo la denostada República Democrática Popular de Corea,
siempre sancionada con pretextos varios.
El canciller francés Laurent Fabius fue el presidente de esa
conferencia en la capital francesa, que por la cantidad y calidad de firmantes
en un tema crucial para el futuro de la humanidad había quedado como un jalón
inmejorable. Se empezaría a tomar en serio la cuestión de los gases de efecto
invernadero y sus desastrosas consecuencias sobre el clima.
En ese entonces gobernaba Estados Unidos un declinante
Barack Obama, que vio en ese consenso internacional una manera elegante de irse
despidiendo de su segundo mandato. Seguramente no pensaba que, detrás de él
ocuparía el Salón Oval el magnate Donald Trump y no su excanciller Hillary
Clinton.
Mientras tanto una serie de países iniciaron la ratificación
oficial de lo acordado en la Ciudad Luz. En total son 147 gobiernos los que
dieron ese paso formal el 4 de noviembre de 2016, algo decisivo para que los
acuerdos parisinos empiecen a regir en todos sus términos, que según se mire
son modestos pero históricos.
El núcleo es que los países se obligan a que su aumento de
la emisión de gases de efecto invernadero no deba superar el 2 por ciento anual
y más adelante el 1.5 por ciento.
Eso supone emplear menos combustibles sólidos como petróleo,
gas y carbón, que deben ser reemplazados por energías limpias como la solar, eólica
y tecnologías menos contaminantes. Esto es válido para el transporte terrestre,
el funcionamiento fabril y la vida cotidiana, con criterios más ecologistas y
menos consumistas.
Con menos emisiones de dióxido de carbono y menos efecto
invernadero, habrá menos contaminación y menos lluvias, ácidas y de las otras,
que se alternan con períodos de sequía. No es culpa del tiempo que está loco
sino que la “civilización” capitalista lo enloqueció. Cualquier duda, favor de
volver a escuchar el hermoso tema “Civilización”, de Los Piojos…
No desaparecer bajo las aguas
Hace muchos años que los científicos, tras estudiar a
conciencia el asunto, habían concluido en la relación entre los gases de efecto
invernadero y el lamentable cambio climático. Pero sus recomendaciones,
plasmadas en acuerdos y conferencias, como el Protocolo de Kyoto de 1997, no
eran debidamente respetadas. Incluso se facultaba a países y empresas
contaminantes a comprar bonos y pagar algunos millones de dólares a otros
países “vírgenes” industrialmente para seguir envenenando en su reemplazo.
A punto de hacer “crac”, pareció que el mundo hacía un
“clic” y se firmó el Acuerdo de París, restando la puesta en práctica, la
verificación y el cumplimiento efectivo de los compromisos, con muchas dudas
sobre algunos gobiernos y empresas como las petroleras, gasíferas,
carboníferas, del complejo automotriz y otras de uso intensivo de la energía.
Los efectos devastadores de las inundaciones que al subir
del nivel de los mares ponen en riesgo de subsistencia a numerosas ciudades y
regiones costeras, fue ganando muchas conciencias sobre la necesidad de un giro
sino copernicano al menos sustancial en la materia.
Las recientes lluvias en Comodoro Rivadavia, que fueron
1.660 por ciento superiores a las habituales, provocaron tal inundación que
batió todos sus récords. Otras inundaciones periódicas en La Pampa, zonas de la
provincia de Buenos Aires, Córdoba y otras partes del país también abonaron a
esa toma de mayor conciencia. La comprensión fue más profunda a nivel social
que del gobierno nacional y su errático ministro de Ambiente y Desarrollo
Sustentable, Sergio Bergman, un bombero que siempre llega tarde y se va antes,
se trate de incendios o inundaciones, las caras alternativas de la tragedia
medioambiental.
Normalmente es muy difícil que los gobiernos del mundo se
pongan de acuerdo en un sistema económico-social, las crisis de Siria y
Ucrania, qué hacer en la península de Corea y tantos otros temas conflictivos
donde prevalecen las lecturas geopolíticas. En cambio, con diferencias
importantes, venían logrando un piso mínimo en torno al Cambio Climático, con
los acuerdos de París. Eso hasta que llegó Trump.
Y en eso llegó Trump
Desde 2012 el magnate venía desconociendo al Cambio
Climático, adjudicándolo a “un cuento chino” para perjudicar a la economía
norteamericana. Su desconocimiento de las conclusiones de la ciencia era total
y grotesco.
Y si bien su origen como empresario es el rubro
inmobiliario, ya en campaña anudó relaciones con la industria petrolera,
gasífera y carbonífera con promesas de que iba a sacar a EE UU de los
compromisos parisinos. Según él, así se iba a reactivar la economía estadounidense
y habría más trabajo para cumplir lo de
“América primero”.
Y así eligió como secretario de Estado a Rex Tillerson,
durante años el principal ejecutivo de Exxon. Ya asumido no vaciló en autorizar
el tendido de gasoductos aún a costa de sacrificar la ecología y zonas de
pueblos indígenas.
El jueves 1 de junio el presidente compareció en el Jardín
de las Rosas, en la Casa Blanca, para anunciar formalmente que su país se
retiraba de los acuerdos del Cambio Climático alegando que son perjudiciales
para EE UU.
Ese día se había publicado una solicitada en los diarios
estadounidenses firmada por directivos de Facebook, Levi Strauss, Morgan
Stanley, Mars, Tiffany, Intel y Unilever planteando que Washington debía
respetar aquellos acuerdos. Eso mostró que la decisión del presidente iba a ser
enfrentada en el frente interno donde habría una dura oposición.
Trump dijo que "me eligieron para representar a los
ciudadanos de Pittsburgh, no de París", pero que el alcalde de esa ciudad
norteamericana, Bill Peduto, aseguró que seguirá las pautas de lo convenido en
París. Otro tanto declaró el gobernador demócrata de California, Gerry Brown.
Mucho más importante que la crítica de aquellos empresarios
que habían hecho inversiones para obtener tecnologías verdes, y que ahora ven
afectado su negocio –de allí su crítica al presidente-, interesa la inicial
reacción opositora de la población estadounidense, comunidades indígenas, las
universidades, el mundo científico, las entidades ecologistas, ciudades y
estados ribereñas, etc.
El mal paso dado por el energúmeno que gobierna el imperio
ha sido cuestionado por los principales países de la Unión Europea, a cuyos
gobernantes había desairado y cuestionado en su reciente viaje de nueve días
concluido en la cita del G-7 en Italia. Tuvo encontronazos con la canciller
Angela Merkel. No se pueden escindir las críticas de Trump a Alemania como una
“muy mala socia comercial”, del portazo dado en relación al Cambio Climático.
La gobernante germana sacó conclusiones y manifestó que de ahora en adelante
los países europeos tendrán que aprender a manejarse solos, sin depender del
gran aliado tras el Atlántico.
Cómo será de lamentable esta política de EE UU que hasta el
gabinete de su dilecto amigo Mauricio Macri tuvo que deplorarla, en un
comunicado firmado por el rabino Bergman con representantes de Chile, Brasil,
Alemania, Holanda, Luxemburgo, México, Noruega y Nueva Zelanda. Esos
compromisos se habían ratificado en la declaración de Marrakech, Marruecos, en
la Cumbre de las Naciones Unidas para el cambio climático (COP22) realizada en
noviembre de 2016.
Quién cumple y quién no
El portazo de EE UU es algo pésimo y deja en offside a
Trump, quien en la referida gira visitó al Papa Francisco. Este le obsequió un
ejemplar de su Laudato Sí, encíclica donde defiende la casa común y la
ecología. Se nota que lo del viajero fue mera venta de humo tóxico. Según el
arzobispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de
Ciencias y de Ciencias Sociales del Vaticano, “han prevalecido seguramente los
que le han dado dinero, que son algunas compañías de petróleo”.
Como los dos países más contaminadores son EE UU y China,
hay una tentación a recurrir a la teoría de los dos demonios, que también aquí
es falsa. Hay un solo demonio, el yanqui, que con 326 millones de habitantes,
el 4,6 por ciento de la población mundial, es responsable de un tercio de la
contaminación global. China, con 1.360 millones de habitantes, el 20 por ciento
de la población del planeta, es el culpable de otro tercio.
Eso con tres importantes aclaraciones: 1) EE UU viene
contaminando casi dos siglos antes y depredando el planeta para su beneficio,
algo que el país socialista no hizo. 2) Parte de la contaminación que provoca
China es de autoría de empresas norteamericanas radicadas allá para fabricar
productos a vender en EE UU. 3) China mantuvo su firma a los Acuerdos de París
y los respeta de antes: en los últimos años bajó 5 por ciento el consumo de
carbón y subió 80 por ciento la energía solar y 13 por ciento la eólica.
ortizserg@gmail.com
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