Por Daniela Saidman
[Desde la otra orilla)]
Hay días en que la nostalgia rasga la madrugada. En esas
ocasiones los sonidos se vuelven compañeros de las horas que esperan el
amanecer. Hay ruidos que se provocan como el del agua al hervir para colar el
café, otros que se descubren aguzando los sentidos, como el vuelo de un pájaro
extraviado en la noche, un frenazo a lo lejos o la voz recortada entre las
paredes de alguien más que abrió los ojos antes de tiempo. Hay también algunos
que asaltan durante el insomnio y que no hay cómo retener para que se queden
después y nos sigan hablando durante la vigilia. Es la melancolía que a veces
llega sonora.
Hace apenas unas horas me hizo compañía el recuerdo del
afilador de tijeras cuando llamaba desde su bicicleta.
¿Qué se habrá hecho de quienes practicaban ese oficio, los
amoladores que recorrían las calles haciendo saltar estrellas y notas? La
nostalgia me trajo un retazo de infancia en la armónica que todavía pasea las
calles de la memoria.
dsaidman@gmail.com
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