Por Víctor Manuel Barceló R.
Veíamos como enormes cambios en la vida planetaria, impactan
Latinoamérica y Caribe con rasgos relevantes y positivos, en cuanto a
conflictos ancestrales y recrudecimiento en otros. La enorme asimetría de poder
entre el imperio y el resto de América, no cambia. Más la relación E.U. Región
ya no es una sola “política de control”. Se despliegan diferentes estrategias bilaterales o subregionales con México, América Central y el Caribe como el
área profundamente integrada -migración y comercio- a E.U.
La andina es preocupación extrema para E.U. por la
inestabilidad política, avances hacia el progresismo y el narcotráfico. El Cono
Sur logró un margen de maniobra suigéneris. Antes de Trump la agenda para la
Región se apoyaba menos en la geopolítica, seguridad nacional e ideología y más
en la economía y asuntos compartidos como: narcotráfico, ambiente y migración.
En ese esquema tendrá que trabajarse para encontrar vías de
crecimiento y desarrollo regional, que pongan en manos de los habitantes de
cada nación, la decisión de su destino inmediato y futuro. La sumatoria de
tales decisiones llevará al cambio de rumbo para dar a todos felicidad
personal, familiar, local, nacional y regional.
Los factores que se oponen y a la vez, pueden impulsar al
avance del desarrollo interno y sustentable de la Región son fundamentalmente:
el fortalecimientos de posiciones de agrupamientos de avanzada, a los que
habría que incorporar a las luchas indígenas; la controversia en ámbitos de
análisis, en cuanto a la visión hegemónica de desarrollo, a que llega el
ensanchamiento de la explotación irracional del subsuelo (petróleo, agua y
minas); la puesta al día del rostro de la dependencia –ampliamente estudiada y
documentada en el siglo XX-; la reacción parcial, por regiones, frente a tal
fenómeno que tiene organismos arraigados en la conciencia de las naciones que
lo integran y el avance democrático que eleva al poder, por decisión popular, a
gobiernos denominados progresistas. Puede haber más factores
político-ideológicos, pero las relaciones recíprocas y la mecánica recurrente,
juegan papel dominante en la transposición del contexto político-social a escala
regional, fundamentalmente por zonas marcadas como: Sur, Centro y Norte de
América.
El novedoso ciclo político-económico-social aparece en la
Región, en el año 2000. Se trata de un proceso en transición, que afecta de
manera distinta a diversos países, pero siempre en manos del protagonismo
gradual de corrientes sociales, a expensas de la crisis de los partidos
políticos tradicionales y sus procedimientos de representación. Así surge, en
el país más al norte de Mesoamérica (México) un empeño por terminar con la
hegemonía de un partido –constructivo y social en sus principios- que para
fines de los ochentas del siglo XX ostentaba un gobierno que había echado por
la borda los principios de la Revolución Mexicana –inscritos en la Constitución
Política del país- abriendo de par en par las puertas al capital transnacional,
adoptando las normas del llamado “Consenso de Washington”.
Esta apertura llevó a feliz término la búsqueda de sacar del
poder al Partido Revolucionario Institucional (PRI) que decaía en la defensa de
los intereses nacionales, pero con el ascenso al poder de un partido que
siempre se ostentó en la derecha, Partido Acción Nacional (PAN) y cuyos
resultados, con dos gobiernos que suman 12 años, fueron nefastos para la vida
de los mexicanos al afectarse su nivel de vida, declarando “guerra” al
narcotráfico –que provoca muertes al por mayor por casi todos los rumbos de la
nación- y entregando el mercado interno –que había tenidos grandes logros en
hidrocarburos y el alcance de la soberanía alimentaria- a intereses
transnacionales. El avance del neoliberalismo –término acuñado para
caracterizar tal fenómeno global llegó a su máxima expresión, en la mayoría de
los que integramos la Región Latinoamericana y Caribeña.
Pero la discusión, análisis y propuestas para combatir al
neoliberalismo y el empeño para relegitimar el discurso político radical,
encontró resultados positivos en otras naciones de la Región. El cambio de
época - Maristella Svampa señala- tomó un nuevo giro con la emergencia de
gobiernos que, en base a políticas económicas heterodoxas, articularon demandas inspiradas desde lo
local, valorizando la cimentación de un ámbito regional que pretende escapar de
las presiones transnacionales. No pocos autores alentaron grandes expectativas
de cambio y vieron con optimismo el “giro a la izquierda”, la “nueva izquierda”
y el «pos neoliberalismo», entre otros. Pero fue inconsistente la apreciación,
al no mostrar rasgos atendibles de confianza en el futuro de la autodeterminación
regional.
Estos nuevos gobiernos inauguran la desinencia genérica de
“progresismo”; para algunos demasiado amplia; pero tal clasificación permite
incluir diversas corrientes ideológico-políticas y ensayos gubernamentales, que
van de inspiración más institucionalista-histórica hasta absoluta, siempre
sujetas a procesos constituyentes. América Latina y el Caribe llegan a estos
momentos, tras sufrir y seguir sufriendo muchos años de neoliberalismo y sus
ajustes fiscales. El progresismo fue surgiendo como expresión social,
espontánea, habitual, soslayando infinidad de experimentos y probabilidades de
cambio hacia rutas normadas. No hubo consideraciones ortodoxas que le frenara,
tampoco apoyo ideológico-político que le hiciera ver problemas por venir de la
esfera externa, por dependencia del comercio exterior.
Los problemas que hoy aquejan a los países progresistas,
provienen del ámbito planetario. El predominio progresista se ató al incremento
espectacular en precio de los commodities petróleo, minerales y alimentos-.
Las economías de la Región fueron muy beneficiadas por precios crecientes de
exportaciones de productos primarios, durante la primera década del siglo que
corre y algunos años más. En tal contexto, gobiernos, más allá de signo ideológico,
apostaron por ventajas comparativas, prepararon el retorno de la visión
“productivista” del desarrollo y negaron o escamotearon crecientes conflictos
liados a ellas. Las reformas estructurales, cuando las hubo, fueron
entreguistas del patrimonio y la conciencia nacionales. Igual se las sustituyó,
con políticas de endeudamiento y crecientes tasas de interés, provocando
inflación y control de precios. Daños ambientales, e impactos socio-sanitarios
no fueron considerados en los modelos de desarrollo.
Con esos factores, el cambio de época configuró un ambiente
complicado en el cual, una de las apostillas mayores es el vínculo entre
tradición populista y paradigma extractivista, señala Svampa. Categorías
críticas como la de “(neo) extractivismo”, “mal desarrollo”, “nueva
dependencia” o “populismos del siglo XXI”, y otras de tipo propositivo, como
“autonomía”, “Estado Plurinacional”, “buen vivir”, “bienes comunes”, “derechos
de la naturaleza”, “ética del cuidado” o “pos extractivismo”, cruzan los debates
intelectuales y políticos, así como las luchas sociales en puerta, para
proponer modos variados, en ocasiones incompatibles de imaginar la relación:
economía, sociedad, naturaleza y política. Ver: M. Svampa: “Consenso de los
Commodities” y lenguajes de valoración en América Latina. En Nueva Sociedad No
244, 3-4/2013, disponible en www.nuso.org
v_barcelo@hotmail.com
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