Por Julio A. Louis
¿Qué es el progresismo?
Una adjetivación indefinida. Cuando de él se escribe, en América del
Sur, ¿comprende a los gobiernos de qué países? ¿A los de Bolivia, Ecuador y
Venezuela? ¿A los de Argentina de los Kirchner, a los de Uruguay del FA, a los
de Brasil de Lula y Dilma, a los de Chile de Lago y Bachelet? ¿O a todos? En principio, es válido distinguir a los tres
primeros, por su intención de transformar las estructuras del sistema
capitalista, mientras los restantes ni se lo han planteado. Pese a todo, en las
últimas décadas América del Sur, con pocas excepciones, ha tenido gobiernos
ejecutores de transformaciones que han servido a sus pueblos y han sido ejemplo
para otros.
Si nos retrotraemos en el tiempo y nos proyectamos al mundo,
el “campo socialista” o, como preferimos, el “proto-socialismo” o “socialismo
en estado larvario” caracterizado por
Rudolf Bahro, también parece agotado.
¿Por qué? Ya Marx (“La ideología alemana”, 1845) valora que, para derrotar al
sistema capitalista mundial, se precisa una revolución socialista en esa
escala, o al menos, vencedora en países de desarrollo económico avanzado, que
posibilite su extensión por el orbe. Países aislados, o aún con cierto grado de
unidad, frente al sistema dominante, sufren todo tipo de agresiones, que obliga
a deformaciones burocráticas, las que culminan en retroceso. Un tema profundo,
que apenas bosquejo.
Volviendo a lo particular del ciclo progresista, los países
sudamericanos no poseen una clase trabajadora movilizada como actor fundamental,
con conciencia de clase sólida para enfrentar al sistema, capaz de conducir al
heterogéneo conglomerado aliado. Tales los casos de Argentina, donde el mejunje
peronista no ha pasado de algunas actitudes anti imperialistas aisladas; de
Brasil, donde el Partido de los Trabajadores opta para llegar al gobierno - que
no es el poder- por aliarse con sapos y culebras que terminan envenenándolo; o
de Chile y Uruguay, donde sectores burgueses medios prosiguen un camino
progresista neoliberal, que, en coyuntura económica favorable, permite
innegables avances, sin enfrentar al sistema.
En Uruguay, la situación pre-revolucionaria de fines de los
60 y principios de los 70, conduce a la izquierda clásica (P.S y P.C
básicamente) a pactar con fuerzas burguesas -como el Partido Demócrata
Cristiano o desprendimientos de los partidos tradicionales- para forjar el
Frente Amplio, que fue una positiva alternativa democrática liberal, frente a
los avances fascistas de los doctrinarios de la seguridad nacional. El FA llega
a definiciones contra el imperialismo, la oligarquía y el gran capital. No obstante, las expresiones de la pequeña
burguesía, de la burguesía media, de sectores militares generalmente masónicos,
de cuño batllista, y el P.C. guiado por Arismendi, opuesto a toda radicalización
de las luchas populares, levantan al Gral. Seregni, figura honesta y demócrata
jugado, que jamás piensa en la revolución.
Y él acaudilla un FA confundido ante el avance fascista. Así, frente al
primer acto del golpe de Estado (febrero de 1973) desde la tribuna del FA
critica a Bordaberry y calla ante los militares seudo progresistas, los de los
comunicados 4 y 7, apoyados expresamente por el Partido Comunista. Después, los
fascistas cortan grueso, reprimiendo toda oposición.
En la era de la post- dictadura de la seguridad nacional,
los partidos tradicionales, expresivos del gran capital internacional y sus
aliados en el país, defienden la política fondomonetarista y la democracia bajo
tutela militar. Y el F.A. se convierte en una oposición inteligente, que
termina en el gobierno. Desde éste ha producido avances: así en el plano
económico (defensa de las empresas públicas, por ejemplo), en el social
(consejos de salarios, disminución de la pobreza y de la indigencia, creación
del Ministerio de Desarrollo Social, Sistema Nacional Integrado de Salud), en
el político (tercer nivel de gobierno, escasos juicios a represores), en el
internacional (modificaciones en el Mercosur, nacimiento de UNASUR y de CELAC),
etc. De todos modos, con altos y bajos,
el progresismo neoliberal liderado por Astori se ha mantenido incólume,
afirmado en el actual gobierno con figuras expresivas de esa burguesía media y
conciliadores con el sistema. Y cuando Argentina y Brasil arrastran a la región
al neoliberalismo retrógrado, los progresistas uruguayos -que no han roto con
el neoliberalismo- se ven facilitados en su rol de conciliación de clases, por
la carencia de bases que empujen el barco contra el sistema.
El FA, antiimperialista, anti oligárquico y contra el gran capital,
es pasado. Como tal, y con una estructura antidemocrática, que ha permitido
inclusive que una troika -expresiva de los mandamases- corrigiera resoluciones
del congreso, no se modificará en sentido socialista. Y el movimiento obrero y social, tendrá que
avanzar como pueda, precisando que el curso burgués del FA se irá volviendo
opuesto a sus intereses. De allí que habrá que reconstruir a la izquierda de
aspiración socialista, contando con fuerzas e individuos pertenecientes al FA,
o fuera de él, que sepan entretejer otras alianzas con amplitud, no solo en el
país, sino en la región y en el mundo. Pero que, a la vez, con firmeza deberá
mantenerse alejado del ultra izquierdismo, presto a romper la unidad de las
organizaciones de masas, de trabajadores, estudiantes o jubilados. Y cuyo
principal objetivo es combatir a todos los sectores del F.A., sin considerar
que, guste o disguste, es la mayor organización política de masas que el pueblo
uruguayo ha construido.
Para tan compleja tarea, que llevará un período histórico de
años, habrá que transitar caminos nuevos; y en tal sentido, colectivos como los
de Comuna, Hemisferio Izquierdo o la Red de Militantes de Izquierda, pueden y
deben contribuir a desbrozar esos caminos.
jlui@vera.com.uy
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