miércoles, 3 de mayo de 2017

Hemisferio El progresismo, el FA, ¿Su fin?

Por Julio A. Louis

¿Qué es el progresismo?  Una adjetivación indefinida. Cuando de él se escribe, en América del Sur, ¿comprende a los gobiernos de qué países? ¿A los de Bolivia, Ecuador y Venezuela? ¿A los de Argentina de los Kirchner, a los de Uruguay del FA, a los de Brasil de Lula y Dilma, a los de Chile de Lago y Bachelet? ¿O a todos?  En principio, es válido distinguir a los tres primeros, por su intención de transformar las estructuras del sistema capitalista, mientras los restantes ni se lo han planteado. Pese a todo, en las últimas décadas América del Sur, con pocas excepciones, ha tenido gobiernos ejecutores de transformaciones que han servido a sus pueblos y han sido ejemplo para otros.  


Si nos retrotraemos en el tiempo y nos proyectamos al mundo, el “campo socialista” o, como preferimos, el “proto-socialismo” o “socialismo en estado larvario”  caracterizado por Rudolf Bahro,  también parece agotado. ¿Por qué? Ya Marx (“La ideología alemana”, 1845) valora que, para derrotar al sistema capitalista mundial, se precisa una revolución socialista en esa escala, o al menos, vencedora en países de desarrollo económico avanzado, que posibilite su extensión por el orbe. Países aislados, o aún con cierto grado de unidad, frente al sistema dominante, sufren todo tipo de agresiones, que obliga a deformaciones burocráticas, las que culminan en retroceso. Un tema profundo, que apenas bosquejo.

Volviendo a lo particular del ciclo progresista, los países sudamericanos no poseen una clase trabajadora movilizada como actor fundamental, con conciencia de clase sólida para enfrentar al sistema, capaz de conducir al heterogéneo conglomerado aliado. Tales los casos de Argentina, donde el mejunje peronista no ha pasado de algunas actitudes anti imperialistas aisladas; de Brasil, donde el Partido de los Trabajadores opta para llegar al gobierno - que no es el poder- por aliarse con sapos y culebras que terminan envenenándolo; o de Chile y Uruguay, donde sectores burgueses medios prosiguen un camino progresista neoliberal, que, en coyuntura económica favorable, permite innegables avances, sin enfrentar al sistema.

En Uruguay, la situación pre-revolucionaria de fines de los 60 y principios de los 70, conduce a la izquierda clásica (P.S y P.C básicamente) a pactar con fuerzas burguesas -como el Partido Demócrata Cristiano o desprendimientos de los partidos tradicionales- para forjar el Frente Amplio, que fue una positiva alternativa democrática liberal, frente a los avances fascistas de los doctrinarios de la seguridad nacional. El FA llega a definiciones contra el imperialismo, la oligarquía y el gran capital.  No obstante, las expresiones de la pequeña burguesía, de la burguesía media, de sectores militares generalmente masónicos, de cuño batllista, y el P.C. guiado por Arismendi, opuesto a toda radicalización de las luchas populares, levantan al Gral. Seregni, figura honesta y demócrata jugado, que jamás piensa en la revolución.  Y él acaudilla un FA confundido ante el avance fascista. Así, frente al primer acto del golpe de Estado (febrero de 1973) desde la tribuna del FA critica a Bordaberry y calla ante los militares seudo progresistas, los de los comunicados 4 y 7, apoyados expresamente por el Partido Comunista. Después, los fascistas cortan grueso, reprimiendo toda oposición. 

En la era de la post- dictadura de la seguridad nacional, los partidos tradicionales, expresivos del gran capital internacional y sus aliados en el país, defienden la política fondomonetarista y la democracia bajo tutela militar. Y el F.A. se convierte en una oposición inteligente, que termina en el gobierno. Desde éste ha producido avances: así en el plano económico (defensa de las empresas públicas, por ejemplo), en el social (consejos de salarios, disminución de la pobreza y de la indigencia, creación del Ministerio de Desarrollo Social, Sistema Nacional Integrado de Salud), en el político (tercer nivel de gobierno, escasos juicios a represores), en el internacional (modificaciones en el Mercosur, nacimiento de UNASUR y de CELAC), etc.  De todos modos, con altos y bajos, el progresismo neoliberal liderado por Astori se ha mantenido incólume, afirmado en el actual gobierno con figuras expresivas de esa burguesía media y conciliadores con el sistema. Y cuando Argentina y Brasil arrastran a la región al neoliberalismo retrógrado, los progresistas uruguayos -que no han roto con el neoliberalismo- se ven facilitados en su rol de conciliación de clases, por la carencia de bases que empujen el barco contra el sistema.

El FA, antiimperialista, anti oligárquico y contra el gran capital, es pasado. Como tal, y con una estructura antidemocrática, que ha permitido inclusive que una troika -expresiva de los mandamases- corrigiera resoluciones del congreso, no se modificará en sentido socialista.  Y el movimiento obrero y social, tendrá que avanzar como pueda, precisando que el curso burgués del FA se irá volviendo opuesto a sus intereses. De allí que habrá que reconstruir a la izquierda de aspiración socialista, contando con fuerzas e individuos pertenecientes al FA, o fuera de él, que sepan entretejer otras alianzas con amplitud, no solo en el país, sino en la región y en el mundo. Pero que, a la vez, con firmeza deberá mantenerse alejado del ultra izquierdismo, presto a romper la unidad de las organizaciones de masas, de trabajadores, estudiantes o jubilados. Y cuyo principal objetivo es combatir a todos los sectores del F.A., sin considerar que, guste o disguste, es la mayor organización política de masas que el pueblo uruguayo ha construido.

Para tan compleja tarea, que llevará un período histórico de años, habrá que transitar caminos nuevos; y en tal sentido, colectivos como los de Comuna, Hemisferio Izquierdo o la Red de Militantes de Izquierda, pueden y deben contribuir a desbrozar esos caminos.
jlui@vera.com.uy                    


  

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