Venezuela
Por Alejandro Fierro
La derecha latinoamericana lleva casi tres décadas inmersas
en un proceso de reconstrucción que no termina de culminar. El experimento
neoliberal de los 80 y 90 se saldó con un fracaso estrepitoso. Las mayorías
populares, exhaustas tras el enésimo despojo, decidieron tomar las riendas de
su destino. Las élites y sus clases subalternas tuvieron que ceder sus espacios
de privilegio en lo político y en lo social, si bien mantuvieron su enorme
poder económico. Hubo más de desconcierto simbólico que material. Creyeron ver
peligrar su estatus por unas masas que hasta ese momento habían estado
confinadas en los ranchos, en las favelas, en las villas miseria…
La restauración conservadora que asoma al subcontinente no
se corresponde con una verdadera reorganización de la derecha, tanto a nivel
conceptual como en la praxis. Venezuela es un ejemplo paradigmático. La
oposición no constituye una identidad uniforme más allá de su animadversión
hacia el chavismo. En líneas genéricas, se pueden distinguir tres grandes grupos:
1.- La derecha sociológica. Correspondería con la clase
media, más amplia que en otros países latinoamericanos gracias al rentismo
petrolero pero minoritaria frente a una clase popular que supone el 70% de la
población. Ha sido siempre una clase funcional a la oligarquía proveyéndola de
los servicios que ésta necesitaba, desde el comercio hasta la recreación, de
profesiones de corte liberal al suministro de bienes y servicios. Su base la
conforma la emigración europea de los años 40, 50 y 60 y sus descendientes. Es
la que se sintió más amenazada por la llegada del chavismo. Pensó -o le
hicieron pensar- que los desheredados venían a arrebatarles su posición.
Mantiene un discurso racista, clasista y meritocrático, siendo la abanderada de
la visión negativa sobre el país. No reconoce que los tiempos han cambiado ni
que es necesario ceder parcelas de poder. Sueña con regresar al orden
prechavista, al que veía como una situación casi natural en la que cada estrato
ocupaba el lugar que supuestamente le correspondía.
2.- La derecha política. Es la concreción partidista de los
discursos y expectativas que permean a la derecha sociológica y a la clase
media que la sustenta. Tradicionalmente, las formaciones políticas de derecha
han sido promovidas por las élites, pero sin estar en un primer plano. La
dirigencia recaía en profesionales liberales. La oligarquía petrolera,
importadora y terrateniente prefería estar en la retaguardia. La llegada del
chavismo y los sonoros fracasos para derrocarlo (golpe de Estado de 2002,
sabotaje petrolero de 2002-2003) obligaron a algunos miembros de esas élites a
bajar a la arena política. Al igual que la base sociológica en la que se apoya,
la derecha política sigue presa de los tics del pasado. Sus propuestas, difusas
y sin un objetivo claro, a duras penas consiguen encubrir el deseo de un
retorno al estado de cosas anterior. Se nutre electoralmente del desencanto del
votante ante la compleja situación económica que vive el país, pero no logra
seducir ni captar adhesiones inquebrantables de forma masiva. Por tanto, su
voto es volátil y dependerá en buena medida de la evolución de la economía.
Además, carga con el lastre de las asonadas golpistas y desestabilizadoras que
ha protagonizado. Aún está por ver si es capaz de llegar al poder por vías
estrictamente democráticas. Da la impresión de que no ha sacado ninguna
conclusión del desastre neoliberal del pasado siglo.
3.- La derecha neo-neoliberal. Se concentra en profesionales
liberales como Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis; el
economista y actual diputado José Guerra; el también economista Asdrúbal
Oliveros o el asesor electoral Juan José Rendón, entre otros. Son quienes mejor
han sabido leer el nuevo momento político. Frente a una derecha política
inmovilista y enredada en sus luchas internas, es esta derecha neo-neoliberal
la que diseña el argumentarlo más eficiente de cara a la reconquista del poder
(no obstante, hay que aclarar que sus matrices de opinión no siempre llegan a
la derecha social y más allá, a otros sectores, dado que quien tendría que
actuar de mediadora, que es precisamente esa derecha política, permanece ajena
a su discurso). Tienen claro que la forma de acceso al poder es la electoral y
que la vía de ataque es la económica. Por lo tanto, quedan fuera del discurso
las acusaciones de autoritarismo y supuesta vulneración de los derechos
humanos. Han comprobado a lo largo de los años que el argumento antidemocrático
sólo cala en las bases más radicalizadas. Las mayorías populares no perciben ese
presunto carácter antidemocrático del chavismo. Antes bien, consideran que se
han ensanchado notablemente las posibilidades de participación democrática. Su
verdadera agenda oculta es el neoliberalismo, pero el discurso público es una
amalgama de ataques a la intrínseca ineficiencia del socialismo, aparente
racionalidad y sentido común y pseudo cientificismo, combinado con una
interpelación muy directa a las clases populares. Saben que ya no pueden
prescindir de ellas, al menos en esta fase de estrategia de asalto al poder. Es
la principal lección que han extraído del pasado. Está por ver cómo
reconducirían ese novedoso interés por los más humildes en el caso de que su
propuesta triunfara. Justicia social y capitalismo neoliberal son conceptos
antagónicos.
alejandrofierroperal1969@gmail.com
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